“Pero sí es cierto que sin una calle activa que refleje el ánimo de la opinión pública muchos conflictos políticos quedan sin árbitro”.,Durante su visita al país para cubrir la campaña del 2016, una periodista alemana me entrevistó sobre el reciente y sorpresivo crecimiento de Julio Guzmán en las encuestas. Estaba interesada en entender por qué se daban esos cambios abruptos en la elección. Días después el JNE descalificó en forma absurda a Guzmán por incumplir una formalidad. Ese mismo día me llamó desde Alemania la periodista para conocer las repercusiones del hecho. ¿Qué estaba pasando en las calles tras la salida de quien iba segundo en las encuestas con 17%? Le costó entender cuando le respondí que no pasaba nada. O casi nada. Uso este ejemplo cuando quiero ilustrar por qué es exagerado señalar que en el país existe una alta polarización política. Lo que hubiese dado lugar a protestas masivas en otro país, aquí fue un evento sin calle. Lo que hay en el Perú es una cierta polarización de élites políticas, con chispazos de interés en tiempo electoral o momentos de crisis. Pero no alta polarización. Y prueba de ello es que la ciudadanía no se moviliza ante eventos que, según las encuestas, considera relevantes. Cabe explorar si la razón detrás de esta falta de calle está en una mayor desafección política que en otras sociedades o en la debilidad de aparatos organizativos, como partidos y sindicatos (o por ambas razones). Como sea, en el Perú las protestas no suelen ser masivas. Incluso una decisión que dividía a los peruanos, como el indulto a Fujimori, no convocó a los números que uno esperaría. Lo más nutrido en estos años han sido las movilizaciones contra la violencia de género y las marchas que se oponen a la liberalización del aborto. Eso no significa que la opinión pública sea irrelevante. Hay que saber leer el malestar de las encuestas. El descalabro de Alan García, por ejemplo, se dio cuando la opinión pública en su inmensa mayoría pasó a considerarlo corrupto. Tampoco significa que las movilizaciones no sean importantes. Quienes protestaron contra la repartija de cargos en el TC o contra la Ley Pulpín hicieron retroceder a un Congreso deslegitimado. La debilidad de los políticos los hace vulnerables a protestas que en otras sociedades serían consideradas pequeñas. Pero sí es cierto que sin una calle activa que refleje el ánimo de la opinión pública muchos conflictos políticos quedan sin árbitro. Los políticos saben que, en algunos casos, aguantando un poco, la calle cede. Las encuestas, por ejemplo, mostraban un claro apoyo a la continuidad de Jaime Saavedra ante la arremetida fujimorista. Y, sin embargo, la marcha convocada en su apoyo distó de tener la contundencia necesaria para evitar su censura. Si los rumores son ciertos, pronto podremos evaluar de nuevo qué tan grande es este divorcio entre calle y opinión pública. El equipo del Ministerio Público encargado del caso Lava Jato ha logrado un importante apoyo social y se espera con gran expectativa las revelaciones de enero. Mientras, crece el rumor de que el fiscal Chávarry despediría al equipo en los próximos días. El cálculo de Chávarry sería que no habrá protesta contundente. Lamentablemente, es una posibilidad. Sin embargo, me inclino a pensar que este caso es distinto. No solo porque los fiscales tienen el apoyo de la opinión pública, sino por el masivo y visceral rechazo a los investigados. Quitarle a la gente el caramelo de las revelaciones de enero puede llevar a un fuerte coletazo de indignación. Y si hay calle molesta, otros son los costos políticos. ¿Puede y quiere Fuerza Popular cargar con esos muertos? ¿Daniel Salaverry y sus seguidores están dispuestos a que los acusen de blindar la corrupción? Si la respuesta callejera es contundente, dudo que Chávarry se salga con la suya y que la bankada se mantenga unida. Si nos quedamos comiendo pavo y panetón, probablemente sí nos vean la cara de idiotas (felices fiestas).