"Vizcarra no tiene nada que perder y ojalá no cometa el desatino de querer forzar los términos constitucionales y lanzarse a la candidatura presidencial el 2021".,Todo parece indicar que el 9 de diciembre habrá referéndum y que en ese proceso electoral el gobierno se anotará un triunfo resonante. Si mantiene la firmeza de mano que ha mostrado hasta la fecha, seguramente conducirá a la consulta popular los cuatro temas planteados desde el mensaje de Fiestas Patrias, redondeando una buena faena política. Ello redundará en una crecida en sus niveles de aprobación llevando al gobierno a niveles inéditos en el último lustro (solo comparable con las tasas de aprobación de los últimos gobiernos al inicio de sus gestiones). Pero como resulta difícil que esos niveles de popularidad sigan creciendo y ya no habrá escenarios de consulta popular equivalente, lo que corresponde es que Vizcarra empiece a “invertir” ese capital político. Eso pasa, para decirlo sin complejidades, por seguir haciendo reformas. Solo con reformas podrá sostener su único balón de oxígeno político, como es la popularidad que hoy lo acompaña. La captura de Guzmán y el shock antiinflacionario explican en gran medida el respaldo a Fujimori en los 90, pero también la gran cantidad de reformas que emprendió. Es una lección que los gobernantes que lo sucedieron olvidaron. Si el gobierno se da por bien servido con sus tasas de aprobación y se confía, más temprano que tarde sufrirá los embates de la mayoría keikista que estará a la espera del primer traspiés o la primera oportunidad para desquitarse. El escenario venidero puede ser algo más complicado que el actual. Por lo pronto, a partir de enero habrá una planilla íntegra de nuevos gobernadores regionales, alcaldes provinciales y distritales. Y está probado estadísticamente que cuando alguien se estrena en un cargo, sus niveles de ejecución de gasto son significativamente menores. Habrá un bajón en el gasto público el primer semestre del 2019 y ello se hará sentir en los niveles de bienestar económico. Cambia además el escenario de gobernabilidad propicia que el régimen ha logrado tejer con los actuales gobernadores regionales y enfrentará a un tejido institucional algo más refractario. Lo mismo ocurrirá en el Congreso. Ya no será tan efectivo el recurso de ponerlo contra las cuerdas. La única vía que le queda a un gobierno sin partido ni bases sociales es poner el pie en el acelerador de las transformaciones requeridas. Puede ser un momento virtuoso para emprenderlas. Y no solo políticas o judiciales, también económicas. El agotamiento de la transición democrática estrenada el 2001 puede dar pase, si Vizcarra se lo propone, a un régimen bisagra capaz de sentar las bases de un nuevo orden social, económico y político. Habría que recobrar la agenda pendiente de las reformas que correspondía desplegar desde la implosión del fujimorismo, como era la extensión de la economía de mercado y el fortalecimiento de las instituciones democráticas. Eso era lo que correspondía hacer y ni Toledo, ni García, ni Humala tuvieron el empaque de emprender esa ruta. Las reformas se hicieron a cuentagotas. La firma de acuerdos de libre comercio, la eliminación de la cédula viva y la descentralización con Toledo; el tímido inicio de algunos cambios educativos, con García; y la tecnificación de los programas sociales y la profundización de la reforma educativa, con Humala. Paremos de contar. En los mejores momentos de los 90 salían dos o tres reformas diariamente en El Peruano. Desde el 2001 hasta el 2016, se han hecho cinco o seis en total. Seis en quince años. Por eso el Perú ha retrocedido en todos los indicadores globales de libertad económica, “doing business” o fortaleza institucional del Estado de derecho. La inercia nos pasa factura y explica en gran medida la enorme insatisfacción ciudadana respecto del mal llamado “modelo liberal”, porque lo que ha fallado justamente es la parálisis de su construcción plena. Vizcarra no tiene nada que perder y ojalá no cometa el desatino de querer forzar los términos constitucionales y lanzarse a la candidatura presidencial el 2021. No corresponde y si lo hace cometerá suicidio. La cifra de su destino no pasa por esa encrucijada sino por la de ser el líder provinciano, sin ataduras a los grupos de poder económico y político que en tal condición fue capaz de enfrentarlos y hacer reformas significativas. -La del estribo.- las encuestas no mienten: el electorado limeño se ha rebelado frente a la viveza de quienes encabezaban los sondeos y los ha castigado. No es lo mismo Urresti que Reggiardo o Belmont. Y la chance para otros sigue abierta. Me parece buen síntoma del espíritu crítico de los votantes.