Hay que pensar en la proyección conjunta de ambos países hacia adelante. No hay que condenar este futuro común en razón del actual virus de la corrupción.,Ayer, 7 de setiembre conmemoramos el Grito de Ipiranga con el que Pedro I declara la independencia del Brasil. Fue apenas un año después de nuestro 28 de julio de 1821. Y dos años antes de que, en Junín y Ayacucho, se termine de asegurar la independencia de toda la región. Esta coyuntura jubilar fue seguida de un largo tiempo de controversias fronterizas, debido a la necesidad de definir los límites entre países vecinos, herederos de demarcaciones territoriales precarias e inciertas. Las relaciones entre Brasil y el Perú no parecían prioritarias. Los bandeirantes habían penetrado profundamente en los territorios que fueron españoles, incluso hasta Tabatinga. A la hora de los nuevos tratados, hubo que aceptar el utis possidetis de facto, esgrimido en todas las fronteras brasileñas por el Barón del Río Branco y sus continuadores en Itamarati. A esta historia y al aislamiento de la geografía se agrega el hecho de que Brasil se independizó como Imperio y fue Imperio durante la mayor parte del siglo XIX. Su emperador pertenecía a las cabezas coronadas de Europa. El Perú fue desde sus inicios una república. América hispana entera optó por la forma republicana. Todo ello fue fuente de un profundo y secular recelo frente al Brasil, que, además, había logrado mantener la unidad entre sus varios estados coloniales (paulistas, mineros, cariocas, etc.), que no se disgregaron en numerosos y débiles países enfrentados, como ocurrió en los territorios que habían sido de España. Se formuló entonces una simplista mirada geopolítica según la cual el vecino era mi enemigo y el vecino de mi vecino era mi amigo. Brasil era amigo de Chile y el Ecuador. El Perú era amigo de Argentina y Venezuela. Recuerdo haberle preguntado al General Velasco Alvarado, en una conferencia de prensa, a comienzos de los setenta, si se haría una carretera este-oeste para unir a los dos países. Me respondió con ironía: “La voy a hacer, sí, pero norte–sur”. O sea, barrera y no puente. El recelo se mantenía. Empezó a cambiar con la cumbre entre Morales Bermúdez y Geisel en 1976. No viene al caso enumerar todos los acuerdos suscritos entre Brasil y el Perú y sus respectivos bloques subregionales (Comunidad Andina y Mercosur) desde entonces. En particular, a partir del 2003, cuando, ya con Cardoso, se da un impulso definitivo a la relación bilateral y al concierto entre los países sudamericanos. La Alianza Estratégica con el Perú la afirma Brasil antes, incluso, que su alianza equivalente con Argentina. El recentísimo Acuerdo de Profundización Económica y Comercial entre el Brasil y el Perú es un verdadero tratado de libre comercio, aunque no se pueda llamar así. Según las estimaciones de Price Waterhouse, Brasil será la sexta economía del mundo en el 2050. Después de Bolivia, su frontera más extensa corresponde al Perú. La Amazonía es un gran recurso de la humanidad compartido principalmente por Brasil y Perú. Hay que pensar en la proyección conjunta de ambos países hacia adelante. No hay que condenar este futuro común en razón del actual virus de la corrupción. Nada podría justificar el daño causado al Perú por ciertas grandes empresas brasileñas, que deben ser sancionadas. Y que actuaron en complicidad con empresarios y gobernantes peruanos que ya eran corruptos desde antes. Ellos fueron sus socios y anfitriones y también deben ser sancionados. El pueblo brasileño y el pueblo peruano no tienen nada que ver con esta corrupción. Al revés, pueden y deben mirar con optimismo un futuro que deje atrás estos tiempos de vergüenza y descaro. P.S. Hay que condenar el brutal atentado de anteayer contra el candidato presidencial brasileño, Jair Bolsonaro.