En la historia peruana hay numerosos ejemplos de grandes concertaciones, aunque no siempre cumplidas a plenitud.,“Más allá de fachos y caviares” es el subtítulo del texto que hace pocos días, Francisco Belaúnde presentó, bajo el auspicio de la Fundación Konrad Adenauer. El libro está destinado a las “buenas maneras” en política. ”El Carreño de la política” lo llamó Allan Wagner. Que nos faltan buenas maneras es obvio. Pero, además, hay que recordar que la arena política, aunque implica discrepancias y diferencias, se teje, sobre todo, de tolerancia, diálogo y entendimientos plurales. Al fin y al cabo, no hay sociedad sin conflictos. De modo que la democracia ha sido, con razón, definida no como la ausencia de conflictos sino como el mecanismo que permite la resolución pacífica de los mismos, O sea, como el reemplazo de las balas y garrotes por las razones y votos. El acuerdo dolorosamente alcanzado en el Congreso para supervisar a las Cooperativas de Crédito, es, finalmente, un buen acuerdo. Debiera servirnos para recordar que el parlamento es el lugar natural de las grandes concertaciones al servicio del país y no el espacio para peleas menudas e intereses subalternos. Sin embargo, una golondrina no hace verano. No tiene sentido resignarse a una manera de hacer política basada en el insulto, la venganza, el apetito mezquino o la ventaja personal. Es decir, todo lo que se ha manifestado en la ley inconstitucional que prohíbe a los ciudadanos ser informados de los avisos púbicos a través de los medios. Y todo lo que se manifiesta también en otros múltiples atropellos que se perpetran de modo cotidiano en la Plaza Bolívar. En la historia peruana hay numerosos ejemplos de grandes concertaciones, aunque no siempre cumplidas a plenitud. Al cabo del período negro de Alberto Fujimori y de su evasión al Japón, el Acuerdo Nacional, estableció un paquete macizo de políticas de Estado que hasta hoy sirven de referentes hasta el año del Bicentenario. Baste recordar solamente dos cifras emblemáticas: la decisión de llevar la presión tributaria al 18% del producto nacional; y la de elevar la inversión educativa anual en 0.25% del producto hasta llegar al 6% del mismo. Lo lógica era contundente. Se quería más educación y para ello se necesitaba más recursos. No eran cifras arbitrarias. Correspondían a los promedios y/o mínimos entonces vigentes en América Latina. Porcentajes que en la mayoría de los países de la región se mantienen a pesar de las fluctuaciones en las exportaciones y en el crecimiento global de las economías. Son metas que corresponden a la naturaleza misma del Estado democrático, que consiste en mejorar la situación de sus ciudadanos, no sólo en crecer. Han pasado más de tres lustros. La presión tributaria llegó a acercarse a la meta durante el gobierno del Presidente Ollanta Humala, pero luego de desvaneció. En cuanto a la inversión en educación, me tocó escuchar personalmente una exposición de la segunda ministra de educación de PPK, ministra muy calificada, por cierto, en que se renunciaba a llegar a la meta en el 2021. Estos son dos ejemplos de temas sobre los cuales habría que desarrollar una concertación permanente. Un tercer ejemplo es el de la reforma electoral, que la Congresista Patricia Donayre tomó con tanto entusiasmo y pertinencia al comienzo de este período gubernamental, y sobre el cual la Asociación Civil Transparencia preparó tempranamente un paquete coherente de medidas destinadas a superar las trabas y trafas que caracterizan a nuestro actual ordenamiento electoral. Estos, no las peleas menudas ni los cargos directivos, son los temas que requieren una genuina concertación democrática.