Nadie está obligado a convertirse en funcionario público, menos a presentarse a un cargo de elección popular. Lo mínimo que, como ciudadanos y electores, debemos de esperar de quienes conducen el Estado es honestidad. Uno puede hacerlo bien o mal, tener aciertos y cometer errores, pero no hay justificación alguna para, quien pidió el voto popular, caer en la corrupción.
El manejo de la cosa pública y la administración de los dineros de los contribuyentes deben ser llevados a cabo con la más absoluta pulcritud y rigurosidad.
Lo dicho en el párrafo anterior suena a una obviedad (y debería serlo), pero la lamentable realidad que hoy vive nuestro país hace que “servidor” y “funcionario” sean —en muchos casos— antónimos, sobre todo, en los puestos más altos del poder y en los cargos de elección popular.
Las innumerables autoridades regionales y locales condenadas por corrupción, los expresidentes presos o a punto de estarlo, exlegisladores presos por corrupción, el festival de congresistas actuales investigados por este delito (¡y blindados por sus colegas!), el constante ejercicio de los poderes Ejecutivo y Legislativo para obstruir la acción de la justicia, limitar la lucha contra el crimen y debilitar los mecanismos de control son hoy el reflejo de un país que ha sido capturado por la corrupción.
Poner punto final a esta situación y rescatar al Perú de la clase política corrupta y decadente, que hoy mantiene de rehén al Estado, son la primera y principal batalla de todas las que hay que librar por el futuro del Perú.
Solo con una regeneración y relevo político profundo, con personas (al margen de su orientación política e ideológica), que reivindiquen el término “servidor público” y que vean el ejercicio del poder como un medio para generar bienestar en la población y no un atajo para llenar sus bolsillos de dinero, podremos recuperar nuestro país.
Dependerá de nosotros, los ciudadanos, con el ejercicio de nuestro voto, comenzar ese cambio.
Economista por la Universidad de Lima. Ex Gerente de Campo de Cofopri y ex Jefe de la Dirección de Coordinación Territorial de la Defensoria del Pueblo. Actualmente, es Gerente General de un conglomerado inmobiliario dedicado al saneamiento, gestión de tierras y habilitación urbana. Es presidente del Partido Político Libertad Popular.