Se equivocó el alcalde Luis Molina en promover el cierre de las playas miraflorinas para evitar el contagio humano de esa gripe aviar que está matando a cientos de pelícanos. Se equivocó porque repite el error de impedir el ingreso a un espacio de relajo y diversión, al aire libre, “para evitar contagios”, más aún cuando estamos en la puerta de la temporada veraniega. Se equivocó también porque no aprendió del error que significó esa drástica medida durante las recientes “olas” de la pandemia COVID. También pecó de desinformado, pues las estadísticas revelaron que está descendiendo el número de aves marinas afectadas y, según los expertos, porque las aves migratorias que trajeron la gripe aviar desde el hemisferio norte ya están abandonando nuestro litoral.
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Tan desatinada propuesta es un mal cierre para su gestión edil. A Molina le tocó administrar la crisis de la pandemia que casi quiebra el municipio miraflorino. Sin embargo, logró transformar la antigua “calle de las pizzas”, entregó a la ciudad el hermoso Parque del Bicentenario (en la quebrada de Armendáriz) y se despide mañana con la inauguración del gran Palacio de las Artes en el local municipal del parque Kennedy.
Pero a Molina aún le queda tiempo para tomar medidas contra un mal que se expande como pandemia por las calles de su distrito: la horrorosa contaminación sonora provocada por los buses de transporte público que tocan bocinas de barco durante su recorrido.
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Si al tronar de estas bocinas se suma el de las cústeres, combis, colectivos informales y taxis, la cosa es de horror. Por si fuera poco, no hay calle libre de construcciones.
Esta contaminación sonora afecta no solo a los vecinos, sino también a los turistas alojados en hoteles miraflorinos y al alquiler o venta de departamentos. Ni qué decir de las críticas de los turistas que alquilan departamentos en Airbnb. La contaminación sonora en Miraflores no solo afecta los oídos y los nervios, también golpea la actividad inmobiliaria distrital.
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