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Razones personales

“Cada día que pasa se pulveriza el diálogo que, con calculada ingenuidad, invoca la misión de la OEA. Al tiempo que mete en el mismo saco a toda la prensa peruana”.

A medida que pasa el tiempo y se acumulan las malas noticias, los peruanos nos vamos sumiendo en la apatía y la desesperanza. Esto es muy peligroso porque abona como la mejor urea el terreno de las soluciones mágicas o violentas. Esto explica que un discurso delirante como el de Antauro Humala haya calado en un 12 % de la población que, definitivamente dice, votaría por él. No es sorprendente, aunque sí inquietante y triste. La encarnizada lucha entre los poderes del Estado se sostiene en mentiras y credulidad. El escritor Paul Valéry lo sintetizaba: “La mentira y la credulidad se acoplan y engendran la opinión.”

Por eso no es inverosímil que Castillo obtenga mejores resultados en las encuestas que sus oponentes. No solo por la catadura moral e incompetencia política de congresistas y la mayoría de dirigentes de la derecha rancia. Castillo, tal como lo señalan Paulo Drinot y Alberto Vergara en la introducción de La condena de la libertad, “se encontraba en el punto exacto en donde se cruzan la importancia histórica y la informalidad sociopolítica”. De ahí el silencio estruendoso de personajes como Verónika Mendoza.

Cada día que pasa se pulveriza el diálogo que, con calculada ingenuidad, invoca la misión de la OEA. Al tiempo que mete en el mismo saco a toda la prensa peruana (¿es lo mismo Willax que Hildebrandt, La República que Expreso?). La exhortación, suerte de cruce entre declaraciones de candidata a reina de belleza y mensaje papal, no hace sino resaltar el clima de beligerancia e intolerancia. La renuncia del ministro de Defensa, Daniel Barragán, solo ha avivado los rumores y sospechas. Sus “razones estrictamente personales” (¿las hay de otro tipo?), solo han avivado el fuego de los rumores y conjeturas a los que aludía Valéry.

Por razones personales, el Ejecutivo quiere cerrar el Congreso y el Legislativo vacar o suspender al presidente Castillo. Los primeros se juegan los lobbies y la quincena, el segundo se queda sin botín y él con su organización criminal terminan en la cárcel de donde salió Antauro. Por eso no es extraño que el lenguaje, tal como señala Indira Huillca en su columna de La República, se torne progresivamente violento.

Ni tampoco, como observa en el mismo diario Juan de La Puente, que esta erosión nos podría llevar a un ciclo de violencia. Me temo que ya estamos ahí. Tal como observan Drinot y Vergara, citando a Camus, en este mito de Sísifo a la peruana, haríamos bien en concentrarnos en ese momento en que el condenado desciende la montaña para recoger la piedra. Entonces sueña.

La República

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