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“La violencia de los grupos extremistas tiene que ser rechazada categóricamente. Y ‘no hay que cederles un milímetro y no hay que regalarles las imágenes de sí mismos que más les gustan’ (Errejón, 2021)”.

La Resistencia atacando presentaciones de libros, La Insurgencia agrediendo con palos a un excandidato presidencial. ¿Cuánta violencia estamos dispuestos y dispuestas a soportar antes de reconocer que estos grupos atacan a una sociedad en pleno con sus actos?

Una sociedad que convive reconociendo sus diferencias desde el respeto de los derechos del otro y la otra no puede abrir espacios en los que la violencia se convierta en una forma de intentar silenciar opiniones o ideas.

La Resistencia irrumpiendo en presentaciones de libros (lo hizo hace unas semanas con el expresidente Sagasti y esta semana con el excongresista Olivares) es una muestra casi poética de la intolerancia a las ideas y del antipluralismo que representan estos grupos que, irónicamente, dicen defender las libertades en el país. Sin embargo, su actuar muestra que sus integrantes se acercan más bien a una identidad autoritaria que “recela de las personas con ideas distintas y es alérgico a los debates” (Apple- baum, 2020).

Preocupa la creciente actuación de estas organizaciones y preocupa también que la respuesta de la clase política, llamada a discutir las diferencias mediante las instituciones democráticas, sea que “toda violencia es mala”. Porque sí, lo es, pero los lugares comunes no sirven para declarar con claridad el rechazo a organizaciones que hoy en día actúan impunemente, ni para exigir investigaciones y procedimientos policiales y fiscales firmes que frenen acciones que poco a poco escalan en violencia.

Encontrar caminos hacia el debate de ideas distintas es parte de la tarea democratizadora. Recordemos que la sociedad democrática no es fácil ni cómoda, y que los principios que la guardan no debiesen ser relegables cada vez que no gusta el resultado del debate.

Así como son necesarios esos espacios para el debate, no podemos negar que nos encontramos, no frente a argumentarios, sino frente a acciones que golpean la convivencia ciudadana y que han convertido a un gran y variopinto conjunto de personas en su objetivo.

Quizás hoy no soy yo, o no eres tú, pero si defiendes la democracia, la legitimidad de las elecciones, la libertad de pensar y elegir o criticar en voz alta el sesgado e idealizado paradigma que estos grupos dicen defender (paradigma de un Perú que hasta antes de esta elección era una especie de paraíso del desarrollo), puede que pronto te toque a ti también.

Lo que empezaba siendo anecdótico y risible de estos grupos debe tomarse en serio. La violencia de los grupos extremistas tiene que ser rechazada categóricamente. Y “no hay que cederles un milímetro y no hay que regalarles las imágenes de sí mismos que más les gustan” (Errejón, 2021).

La esperanza es que estos individuos y sus organizaciones sigan siendo minoritarias. “Estoy segura de que nosotros somos más”, dice mi madre. Y esos y esas más tenemos que actuar contra la violencia. No con palos ni con insultos, pero tampoco basta ya un tuit.

Votantes o no de quienes han sido agredidos, con unas u otras posturas dentro de la democracia, quienes queremos seguir debatiendo desde la pluralidad y el respeto quizás debamos ya ponernos las zapatillas y decirles basta. No hay lugar para más violencia.

opinión

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Paula Távara

Politóloga, máster en políticas públicas y sociales y en liderazgo político. Servidora pública, profesora universitaria y analista política. Comprometida con la participación política de la mujer y la democracia por sobre todas las cosas. Nada nos prepara para entender al Perú, pero seguimos apostando a construirlo.