Oír sin escuchar

“Aunque nuestros actores políticos digan entre dientes que quieren encontrar formas de superar las tensiones, la acción misma de escucharse requiere de una voluntad e intención”.

Este jueves se llevó a cabo en el Congreso el proceso de interpelación al ministro de Trabajo y Promoción del Empleo, Iber Maraví. Luego de la presentación del titular del sector, y durante cerca de 6 horas, vimos a más de medio centenar de parlamentarios y parlamentarias tomar la palabra en el debate.

Sin embargo, salvo excepciones como la de la congresista y exfiscal de la Nación Gladys Echaíz, las intervenciones de los parlamentarios no respondían realmente a lo expresado por el ministro interpelado, sino que se mostraban como monólogos altisonantes y precocidos.

Más allá de si las explicaciones dadas por el ministro eran o no fundamentadas o suficientes, lo cierto es que lo que abundó en el Parlamento fueron papeles ya impresos con algunas frases generalistas que pretendían aludir a la exposición, para proceder a continuación con vociferaciones o defensas ajenas a las palabras expresadas.

Si tenemos en cuenta que la RAE define escuchar como el acto de “prestar atención a lo que se oye” y el de oír como “percibir con el oído los sonidos”, creo que es posible afirmar que en el Pleno del día jueves hubo oyentes, más no escuchantes.

Esta tendencia a oír sin escuchar no es exclusiva de esta sesión interpelatoria. Lo cierto es que gobierno y oposición no parecen estar haciendo esfuerzos reales por escucharse, por comprender lo que el interlocutor plantea y con ello quizás por tentar un entendimiento que dé un respiro a esta ya “crisis crónica”.

Estamos así en todos los ámbitos del intercambio (que no propiamente debate o diálogo) de posiciones políticas. Sin importar los argumentos, incluso muchas veces sin presentarlos siquiera, cada ‘bando’ defiende a ultranza sus posiciones partiendo de posturas fundamentalistas y de prejuicios sobre el otro. Cada vez encontramos en nuestra política menos argumentos y más distancias.

Esto, que seguramente en algunos aspectos nos hace la vida más sencilla (porque hay más certezas, aunque sean menos razonadas), se contrapone profundamente con una de las bases esenciales de la democracia y, en este caso en particular, de la representación parlamentaria, que es la pluralidad de posiciones y opiniones, y el diálogo y el convencimiento como forma de acción política y de dirimir conflictos. Si no nos escuchamos no es posible el acuerdo ni factible la convivencia. Si no nos escuchamos, será más probable que Legislativo y Ejecutivo tengan listo el botón de vacancia o cuestión de confianza, respectivamente, porque parece que solo anulando al otro se obtiene el triunfo. Cuando el triunfo en una democracia debiese ser el bien común.

Dicho entonces en sencillo. ¿Qué democracia es posible sin escucharnos? La oposición no escucha al gobierno, el gobierno no escucha a la oposición y ninguno de estos dos poderes del Estado escucha realmente las voces de una ciudadanía que anhela algunas certezas de calma, esa que solo llegará mediante el diálogo.

Aunque nuestros actores políticos digan entre dientes que quieren encontrar formas de superar las tensiones, la acción misma de escucharse requiere de una voluntad e intención. Si no, solo hay ruido, cacofonías. Mientras nuestra clase política no se decida activamente por la escucha, desde ambos lados, seguiremos viendo cualquier deseo de gobernabilidad chocarse contra un muro de discursos preparados en el que no hay espacio para la construcción colectiva. Solo discursos precocidos y una democracia en vilo y agrietada.

Iber Maraví

Iber Maraví

Paula Távara

Politóloga, máster en políticas públicas y sociales y en liderazgo político. Servidora pública, profesora universitaria y analista política. Comprometida con la participación política de la mujer y la democracia por sobre todas las cosas. Nada nos prepara para entender al Perú, pero seguimos apostando a construirlo.