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Tufo de la choledad

“El racismo opera como verdad absoluta y se hace dogma político incluso entre las cumbres de la miseria donde los pobres solo piensan en ser ricos. Así aparece el lumpen que se engarza al populismo del táper y la limosna”.

Un letrero en la marcha de las 4x4 del sábado: “No al serrano resentido”. Es el argumento en estas elecciones. Una brecha al no aceptar la “otredad” cultural, socioeconómica y racial. Como hace 500 años cuando se aseguraba que el indio no tenía alma, por lo tanto había que tratarlo como animal. Los comentarios luego del debate: “Castillo bruto”, “Castillo no sabe ni hablar”, “Castillo no está preparado”. Obvio, su rival sí.

Asistimos a otro momento del neocolonialismo. La ideología de la raza. Aquella fundada en las diferencias fenotípicas entre conquistadores y conquistados. (Aníbal Quijano: Colonialidad del poder, eurocentrismo y América Latina). Concepto construido como referencia a supuestas estructuras biológicas en las relaciones sociales que fundadas en dicha idea produjo identidades sociales históricamente nuevas: indios, negros y mestizos, blancos. A más racismo, más dominación.

El deporte nacional es entonces exaltar las diferencias. Los blanquitos contra los cholos, los decentes versus los vulgares, los elegantes contra los huachafos y etc. En el fondo: ricos versus pobres. En economía y en la política. Raza, así, es una categoría mental de la modernidad. La cuestión racial está íntimamente ligada al status, lo que a su vez se basa en la idea de que el dinero blanquea. Y ni siquiera eso. Uno de Gamarra no entra en los salones de la Confiep.

Y ese es el plan del neofujimorismo y la pituquería. El gamonalismo del siglo XXI. “El cholo de mierda”. Juan Fonseca escribió que lo del sábado, además de parecerse a un motor show, era una suerte de invasión española al Tahuantinsuyo. Los carros de los conquistadores. Cierto: “evidenciando lo que siempre ha sido el fujimorismo: una maquinaria criminal para proteger a los ricos a través de la instrumentalización de los pobres”.

Y no es un retrato del ayer. El racismo opera como verdad absoluta y se hace dogma político incluso entre las cumbres de la miseria donde los pobres solo piensan en ser ricos. Así aparece el lumpen que se engarza al populismo del táper y la limosna. Así, el racismo es trasversal a la sociedad y crea un tramado de relaciones clasistas, de género, étnicas. Un andamiaje de poder legitimado en el acto político. Y este domingo la choledad (descrita por Nugent o Quijano) define el drama que viene y el que prosigue. No se vota por idea sino por pigmentos de piel y por el olor del bolsillo. Una lástima.

La República

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