Domingo

Luis Millones: "Yo creo que encontré una manera de vivir que me satisface"

"Lucho Hernández era muy gracioso, muy divertido, era nuestra contraparte, ¿no? Percibía muy bien su calidad intelectual. Era muy irónico con todos”.

"Discutimos. Abimael Guzmán tenía un solo disquete en la cabeza, que repetía y repetía, y eso a mí no me impresionaba en lo absoluto”. Foto: Antonio Melgarejo Foto: Antonio Melgarejo - La República
"Discutimos. Abimael Guzmán tenía un solo disquete en la cabeza, que repetía y repetía, y eso a mí no me impresionaba en lo absoluto”. Foto: Antonio Melgarejo Foto: Antonio Melgarejo - La República

A los 83 años, el antropólogo e historiador Luis Millones sigue siendo un apasionado de los libros y de la investigación. Todas las mañanas, acompañado de su inseparable Renata Mayer, de quien ha escrito “estoy convencido que existo gracias a ella”, camina unas diez cuadras de su casa en Miraflores a otro local donde guarda su biblioteca y sus trabajos. No descansa en la tarea de analizar la cultura peruana, su religiosidad, sus huacas, sus mitos, los personajes de nuestra historia. A él se deben la difusión de muchos conceptos e ideas del mundo andino, como el de la rebelión de las huacas o taki onqoy (enfermedad del canto), que rescató para la historiografía peruana en 1963. En esta entrevista recordamos sus sueños de ser futbolista, su amistad con Luis Hernández, Javier Heraud, José María Arguedas, y el nuevo libro, Luis Millones. En mis ojos y en mi voz (Planeta, 2023), editado por Luis Alberto Chávez Risco.

Usted soñaba ser un gran futbolista, llegó a ir a Argentina, pero acabó como un aprendiz de matón ¿cómo es eso?

(Ríe) Lo que pasó fue que en ese equipo de fútbol, en Córdoba, no duré mucho. Los jugadores argentinos jugaban bastante más de lo que podía aportar este recién llegado de Perú. Me echaron del club y trabajé en lo que pude. Tuve que trabajar en barrios populares, en los bares, atendiendo a la gente, y, claro, si había problemas con un borracho había que sacarlo a la fuerza. En ese tipo de trabajo me mantuve hasta que hubo un asalto en ese local. Yo, con el dueño del lugar, logramos contener a los ladrones, golpearlos y botarlos, y entonces el señor me compensó. Pero todo fue por las circunstancias. Tenía 17 años y era un chico fuerte.

Usted pegaba muy duro al jugar.

Es que era defensa, no tenía que respetar a nadie… Yo en esos tiempos era famoso, pero por no tomar alcohol, lo cual era raro entre los amigos. Pero no bebía porque yo quería ser un buen futbolista…

Era de barrio bravo y sabía defenderse.

Sí, era tan hábil como cualquier chico en la calle, porque ahí me he criado. Vivíamos en un callejón, en esas calles de detrás de Palacio de Justicia, de mala muerte…

¿Cómo surgió este libro, esta especie de memorias, de testimonio personal?

Yo escribía todas las semanas un artículo en un diario. Fue una sorpresa cuando se presenta el editor y me dice, quisiera pedirle permiso para editar sus artículos que de alguna manera se refieren a su vida personal. No eran mis memorias, que nunca escribí. Yo dije, si deciden publicarlo, me parece bien. Y me acaban de decir que estaban preparando la segunda edición y me alegra mucho eso.

Estudió en la Católica y fue amigo de Luis Hernández, Javier Heraud, Federico Camino.

Heraud nunca dio señales de ser fidelista, o no nos las dio a nosotros. Era un gran chico, simpático, reservado, sumamente amable. Un día, conversando los dos, me dijo, Lucho, nunca te he hecho un poema. Lo hizo, y resultó en el poema que está en el libro y da título al libro… Para mí fue una sorpresa y tristeza profunda que muriese de la manera en que murió. Para mí fue terrible.

 "José María siempre congregaba en su casa a cantantes, músicos, danzantes”. Foto: Crítica

"José María siempre congregaba en su casa a cantantes, músicos, danzantes”. Foto: Crítica

Su muerte impactó a toda su generación.

¡A todos, cómo no! Con él conversaba todos los días, simpático, no era de los que buscaban visibilidad ni nada. Además, era un buen estudiante, excelente. Fue insólito que ese chico que veíamos todos los días, de pronto muriera en una guerrilla en la que nunca había mostrado especial interés.

¿Luis Hernández ya daba muestras de su intelecto, de su creatividad?

Ah, Lucho era otra cosa… Un chiflado, simpático, extrovertido… Un poeta que escribía en cualquier parte, incluso hasta en las mesas, malográndolas. Era muy gracioso, muy divertido, era nuestra contraparte, ¿no? Y un excelente estudiante también, con buenas notas en todo. Él percibía muy bien su calidad intelectual. Tenía una actitud irónica con respecto a todos, pero al mismo tiempo era extraordinariamente cariñoso.

José María Arguedas también fue un personaje muy importante para usted.

Hubo mucha generosidad en los docentes que me tocaron. A mí me ayudó mucho Luis Valcárcel, al que tenía especial consideración. Profesores en la Católica como Onorio Ferrero. Y el circuito en torno a la Casa de la Cultura, con Fernando Silva, además, Pancho Izquierdo y, por supuesto, José María Arguedas. Todo ese grupo intelectual fue sumamente protector conmigo.

Con Arguedas tuvo una relación especial.

Con él fuimos juntos al congreso de americanistas del 66. Fue muy duro para José María porque tuvo una especie de enfrentamiento académico con un profesor de la universidad de Texas. Y José María no era para eso, se enojó y se salió… Recuerdo lo que pasó cuando gané una beca para hacer mi tesis doctoral en Chile. Había una chica que vendía en la librería de la universidad, era muy amiga de gente de su generación y muy cercana a mí también. Era Sybila Arredondo. Un día paso por la librería y me dice, oye, peruano, ¿tú conoces a Arguedas? Dije, “¿yo?, un triste estudiante, qué se va a acercar a esas personalidades”. Me dijo, ven mañana a tomar desayuno a mi casa. Al día siguiente, a las 8, toco la puerta y sale ella, me dice, uy, me había olvidado, pasa, ahorita despierto a José María. Y salió él (abre los ojos, sorprendido)… De ahí en adelante estuve siempre con él. Vinimos al Perú, se divorció de su primera esposa, se casó con Sybila. Pero parte de su circuito intelectual, Salazar Bondy, Cueto Fernandini, se apartaron de él, porque eran amigos de la familia de su primera esposa.… Lo que sí recuerdo es que la ‘indiada’ de José María estaba ahí, siempre, cantantes, músicos, danzantes, yo también. Tomé contacto con cosas que ni tenía idea.

Y usted fue docente en Ayacucho y allí conoció a Abimael Guzmán, casi tuvieron una pelea.

Discutimos nada más, nada más… No iba a perder el tiempo. Abimael tenía un solo disquete en la cabeza, que repetía y repetía, y eso a mí no me impresionaba. Nunca entenderé como gente inteligente pudo seguir a Abimael. A mí me parecía terriblemente torpe, no daba más de ese su disquete.

Después de esa discusión con Guzmán ¿se encontró en otro momento con él?

Sí, en Lima. Lo encontré un día luego que la policía lo había capturado y salía de su detención. Sí, lo dejaron ir. Incomprensible. Él les había dicho a los policías, ustedes me han apresado porque hay un asalto a un banco y nos achacan eso, pero a mí no me interesan los bancos, estoy metido en otras cosas, que ustedes no saben ni tienen por qué saber. Yo lo encontré después de eso y me contó lo que había pasado.

Tuvo gran amistad como María Rostworowski, ¿qué extraña de ella?

Todo, todo, María es una de esas vidas tan productivas. Era una mujer tan interesante, tan agradable. Además, tan justa. En un debate con los mejores historiadores peruanos y extranjeros podía lucirse sin problemas y sin interés en lucirse. La conocí gracias a una recomendación de Porras. En lo que Porras describió como “un apenas miserable lonche”, pero aquella vez había una mesa cubierta de manjares y mayordomo… Y a mitad de la conversación, Porras me dijo hay una señora que no ha hecho estudios universitarios, pero sabe tanto de historia como el mejor. A ver, joven Millones, le doy su teléfono. Yo me moría de miedo, porque estaba en el primero o segundo año, cómo me atrevería. Pero fue muy amable, me dijo, ven a casa para conversar… Sabía tanto. Al final, después de casi 3 horas, le dije, señora, me retiro. No, no, me dice, vamos al cine. Y se convirtió en una costumbre, porque a congreso o lo que fuere, me iba con ella. Así quedé inserto en un núcleo de académicos bastante mayores que yo..

Conoció a Valcárcel, a Porras, a Macera…

Para mí eran como superestrellas. Yo iba a la casa de Valcárcel y me decía, qué libro no tienes para que te lleves… Arguedas o cualquiera de ellos, igual. O Carlos Cueto Fernandini, a quien me atreví a pedir sea mi lector de tesis, en Chile.

Profesor, ha hecho estudios sobre el movimiento mesiánico, el Taki Onqoy.

Bueno, en la primera beca del año 63 es que descubrí el Taki Onqoy. El tema saltó a la fama y di vueltas por el mundo dando conferencias. Era el primer movimiento mesiánico que se conocía en el Perú, para el área andina. Era una propuesta de cambiar el mundo, no ser como los incas, ni como
los españoles, sino empezar una vida nueva.

Los estudios que realizó sobre religiosidad andina, la muerte, las huacas, ¿le han hecho tener otra concepción de la vida?

Yo creo que encontré una manera de vivir que me satisface, y es lo más importante de todo. A pesar de la calamidad que es estudiar en el Perú, los sueldos miserables, todo lo que sufre el profesor universitario, se puede compensar con el apoyo exterior donde hay interés por lo que es la cultura. Ahora México me apoya mucho, por ejemplo. En estos momentos tengo tres libros en prensa en México. Uno sobre Atahualpa y Moctezuma, otro sobre sacrificios humanos y una reedición de Mexicas e Incas.

En este último libro se rinde ante su esposa Renata.

Mire, somos dos personas de extracción diferente. Ella es hija de alemanes, nació en Huancayo, mamá y papá huyendo de la guerra, ambos judíos. Nos conocimos y a la semana siguiente se mudó conmigo, casi se desmayan los parientes alemanes (ríe).

Dígame, ¿cómo quisiera ser recordado?

Eso no me preocupa, ya estaré muerto y se habrá acabado todo, así que eso no es importante.

¿Pero la idea de la muerte sí le preocupa?

Creo que con la muerte se acaba todo... Por supuesto me alegra haber dedicado mi vida al Perú, porque me siento muy peruano en todo. Y haber sido antropólogo, haber visitado tantos sitios, hacer trabajo de campo, yendo un mes a un pueblo perdido, que no tiene nada, con mi mujer y mis hijos. Fue un regalo que me dio la vida... Y hasta el ultimo momento de mi vida estaré estudiando, viajando, investigando.