Santiago Roncagliolo El escritor habla de Los peores partidos de mi vida, un breve cuento para niños que acaba de publicar en el que se sacude de todas las frustraciones mundialistas de los hinchas peruanos. ,“Espero que no pasen 36 años más para volver a creer”,En medio del júbilo por retornar a un mundial después de 36 años, un padre le cuenta a su hijo la tragedia de su larga espera. La paliza de Polonia en España 82, la criminal entrada de Camino a Franco Navarro en las Eliminatorias para México 86, la dolorosa goleada de Chile en Santiago cuando nos bastaba un empate para clasificar a Francia 98, la pifia del 'Cóndor' Mendoza frente al arco ecuatoriano, solo, sin arquero en las Eliminatorias para Alemania 2006, y el vergonzoso 0-6, en Montevideo, con puteada incluida de un 'Chemo' del Solar desaforado. Los peores partidos de mi vida (Xilófono, 2018), un breve cuento infantil, repasa cada una de esas púas del hincha bicolor gracias a un tándem de polendas: Santiago Roncagliolo y el ilustrador Víctor Aguilar Rúa. Charlamos con el autor sobre el optimismo que anida desde el 15 de noviembre del 2017 y la gran lección que le dejó el proceso. Durante mucho tiempo fuiste un cínico porque no querías sufrir por los fracasos de la selección. ¿Dejaste de serlo en este proceso? Nunca perdí el cinismo. De hecho, quise no ver el repechaje. Pero al final lo vi. Solo. Porque a esa hora no podía avisarle a nadie. Ni siquiera a mis amigos peruanos. Grité como un loco, de madrugada, frente al televisor, en España. Mi mujer se levantó y me preguntó si pasaba algo, si habían entrado ladrones. Le expliqué que Perú había clasificado. Me dijo que era un psicópata. No puedo enorgullecerme de haber creído nunca. Traté de no ver las Eliminatorias. Presumo, entonces, que no tuviste cábalas... Nunca he tenido cábalas porque nunca he esperado nada. Más bien he sido el burlón. A mi alrededor estaban todos con sus camisetas y gorritos carnavalescos, blanquirrojos, con miles de cábalas como cortarse el cabello el día de los partidos, y yo era el pesado que les decía: "Ay, por favor, ¿qué estás haciendo si siempre perdemos?". El cinismo te vacuna contra el dolor pero inevitablemente te inmuniza contra el triunfo. Por cierto, ¿por qué no te acompañó tu hijo Mateo a ver el repechaje? Mi esposa me dijo que si despertaba a mi hijo a las tres de la mañana para ver un partido de fútbol se divorciaba de mí. La verdad es que él tampoco tenía muchas ganas. Es del Barza y está acostumbrado a ganar. Lo de ser peruano le parecía exótico, pero no especialmente atractivo. Yo le compré su camiseta de Perú y recién se la puso cuando clasificó. Hace poco sacó unos cálculos que si Perú queda primero o segundo de su grupo jugará contra México o Argentina y que si pasa a cuartos de final enfrentará a España. Y me ha dicho: "Papi, si Perú juega contra España yo voy a animar a Perú. Pero si gana España no me voy a poner muy triste, ¿vale?". Alguito de simpatía y fe nos tiene. Lo que me lleva al origen del libro que nació a partir de una columna llamada Las alegrías robadas, que publicaste dos días después de la clasificación. ¿Fue un impulso? En realidad, la editorial me preguntó: ¿te animarías a escribir algo sobre el Mundial que represente todo lo que significa para los peruanos? Mi primera reacción fue decir: pero si yo soy la peor opción. Entonces pensé en la columna que dices, y me dije: a lo mejor es una gran ocasión para homenajear a los que sí creyeron. Y entonces lanzaste una encuesta en tus redes para elegir los momentos más trágicos de la selección... Así es. Los más espantosos. De 200 respuestas salió, por aclamación popular, el yerro del Cóndor Mendoza, el 6-0 ante Uruguay, la goleada ante Chile. Víctor (Aguilar) se lució en ese sentido. Era importante que el lector, al ver las ilustraciones de esas escenas fatídicas, reconociera la imagen que guarda en su mente, que recordara el momento. ¿Dónde lo vio y con quién? Que los hinchas mayores sintieran que se estaba contando su historia. Ya que lo mencionas, ¿quién eras tú en el último partido de España 82, ante Polonia, con el que nos despedimos de los mundiales durante 36 años? En el año 82 tenía siete años, vivía en México y mi familia no sabía ni quería saber de fútbol. Pero con nosotros se fue a vivir Rosa, la empleada, una muchachita de 20 años. Y ella quiso ver el partido. Recuerdo la sensación de ver cómo sufría con la goleada. Quizás el origen de mi cinismo está ahí: la verdad yo no quiero sufrir así. ¿Lloró? No, pero aún recuerdo la autoridad con la que me dijo: vas a ver el partido porque es tu país, tu equipo. No entendía muy bien de qué se trataba. ¿Cuántas veces has ido al estadio a ver a Perú? Un montón de veces. Pero la última debe haber sido en algún momento de los noventa, ante Ecuador. Recuerdo que estaba en la tribuna popular y Aguinaga anotó el único gol en mi cara. La pelota hinchó las redes y casi me llega a la nariz. Salí del estadio con la sensación de "¿por qué hacemos esto?". Como el protagonista de Los peores partidos de mi vida. ¿Te identificas con el narrador? Claramente. Lina, en cambio, siempre cree. No importa lo que le diga la realidad. Confía en que las cosas mejorarán. En el cuento hay un tercer amigo: Chicho, un hincha al que le ocurren desgracias como atorarse con la canchita o que lo abandonen en el altar luego de una derrota de la selección... Chicho es muy divertido, tiene que ver con esa sensación de desastre que teníamos. Porque el libro también habla de los desastres del Perú a una manera muy ligera y por encima de una sociedad donde estallaban bombas y perdías en el fútbol. Había dictadura y perdías en el fútbol. Y de cómo ese desastre futbolístico acompañó el desastre político y social del país. Chicho encarna el sentimiento trágico del fútbol con el que crecimos. A propósito de tragedias, al final del libro hay un homenaje a Daniel Peredo. Como mencionas, de narrador a narrador. ¿Qué te suscita? Los narradores de fútbol me parecen grandes contadores de historias. Los de televisión porque te están contando algo que estás viendo e igual te emocionan, y los de radio porque logran hacerte sentir dentro del estadio, cuando estás frente a un aparatito de veinte centímetros. Sintetizan lo que hace un contador de historias: producirte muchas emociones. Peredo, además, tiene un ingrediente súper novelesco. Literario. Porque él pasó toda su carrera esperando narrar la clasificación, y finalmente cuando lo hace, se muere, como si lo hubiese esperado toda su vida. Como si hubiese vivido toda su vida para contar esa historia. Es lo más bonito que se podría decir de un novelista. Aunque su muerte es difícil de asimilar, el eco de su voz permanecerá. Más bien, ¿cómo crees que estamos sobrellevando la otra ausencia, la de Paolo Guerrero, aún incierta? Viviendo en Barcelona me impacta mucho cómo el Barza, siendo un equipo europeo, es Messiadicto. Si no está Messi, no saben muy bien qué hacer. Hace poco, contra el Sevilla, perdían 2-0 jugando sin Messi. Entró Messi y empataron a dos. El caudillismo y el orden también se pueden exportar, pero creo que la ausencia de Guerrero ha mostrado un Perú que puede vivir sin él. En los amistosos hemos funcionado como equipo. Eso es muy importante esté o no. Yo espero que esté. Pero el equipo debe funcionar incluso si Paolo Guerrero tiene un esguince o una inhabilitación. Porque tener un jugador demasiado bueno con tanto carácter puede hacerte olvidar que los que ganan los partidos son los equipos. Y en eso Europa le dio una lección a América Latina en el mundial pasado. Brasil era de Neymar y Argentina de Messi. Pero, por ejemplo, Toni Kroos era de Alemania. El equipo alemán sobrevivió a cualquiera. Es algo que todas las selecciones deberían incorporar. Si todos dependemos de uno, ese puede fallar. ¿Con qué disposición verás Rusia 2018? ¿Tu cinismo persistirá o llegarás como un optimista casi como Lina, la chica del cuento? Iré con Perú a muerte. Y voy a creer. No me importa nada. Justamente mi lección y la lección del libro es que aunque las cosas parezcan imposible durante mucho tiempo, aunque parezcan imposibles bajo cualquier punto de vista lógico, son posibles. Me alegra haberlo aprendido. El fútbol, al final, se trata de creer. Los hinchas de equipos malos son esos que todos los domingos creen que este domingo sí ganarán, y así se pasan la vida. Eso es lo que se disfruta. La posibilidad. Espero que no pasen 36 años más para volver a creer. Quiero tener más ocasiones de hacerlo. ¿Irás a Rusia? Lamentablemente, no. Tengo muchos compromisos de trabajo. Eso sí, me parece insultante para el hincha que no se jueguen todos los partidos de la fase de grupos en la misma ciudad. Lo vuelve prohibitivo.