Edgar Allan poe, un análisis del padre de lo extravagante y su oscura influencia [FOTOS y AUDIO]
En el podcast Al pie de la letra, analizamos la vida del escritor estadounidense, que siempre estuvo flotando en el limbo insondable de la locura y la desdicha.
Por: Bruno Cueva
¿Alguien es capaz de imaginar la historia de la Literatura sin estar bajo la sombra de Edgar Allan Poe? El escritor estadounidense se encargó —por iluminación o extrema capacidad inventiva— de sentar las bases y esquemas narrativos de los subgéneros —llamados así por los críticos, a veces con un desprecio impune— como el terror, la ciencia ficción o el relato detectivesco.
A lo largo de su existencia, Poe (Boston, 1809-Baltimore, 1849) estuvo acechado por la muerte y las desdichas que arrastra consigo, semejante a una enfermedad que tira de las greñas a sus secuelas. Sus padres dejaron este mundo cuando él solo tenía 2 años de edad, y su primera pareja —prima con quien se casó—, Virginia Eliza Clemm, murió de tuberculosis: empezaba, entonces, su descenso de cordura, una montaña cuya cima jamás vio su retorno.
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Desde 1815 hasta 1820, el maestro del relato corto fue acogido en el seno de una familia de Reino Unido, comandada por John Allan y su mujer. Su entonces padre adoptivo le negaba apoyo económico, hecho que desencadenó incontables discusiones. Una vez desheredado y con la autoestima pisoteada, regresó a Estados Unidos donde estudió en la Universidad de Virginia.
Sin embargo, en 1827, tras la muerte de Virginia Clemm, Poe se entregó de lleno a los juegos de azar, las dosis de opio y alcohol, y lo expulsaron. La caída en picada que le produjo el último adiós a su primer amor tatuó su alma de pensamientos laberínticos. ¿Hubiese podido, en sus cuentos, describir los decesos físicos? Él supo canalizar sus torrentes emocionales; escribía con sus lágrimas más que con la pluma, era un esbirro de la depresión.
Poe se casó con Virginia, su primera, cuando ella apenas tenía 13 años | Foto: Etsy
En su cuento William Wilson (1839-Burton’s Gentleman’s Magazine), el genio bostoniano confesó su angustia por los estados internos del ser humano. Insinuó que, mediante la efigie del Doppelgänger o doble malvado, los trastornos en la personalidad, de algún otro modo, podrían ser moneda corriente. Un caso parecido en la Literatura alcanza su punto álgido en el libro más valorado de Robert Louis Stevenson, El extraño caso del Doctor Jekyll y Mr Hyde (1886).
Otros de sus demonios también se impregnaron en las páginas de esta narración psicológica: los juegos de azar, constantes vibraciones de placer. El personaje principal, de nombre homónimo al cuento, además de ser la identidad disociada (una más) del escritor, entrelaza una red de trampas sobre sus adversarios de mesa, pero su otro yo —también llamado William Wilson— ingresa a escena y lo detiene.
“El juego era mi favorito, el écarté (...). El parvenu, a quien había inducido con anterioridad a beber abundantemente, cortaba las cartas, barajaba o jugaba con una nerviosidad que su embriaguez sólo podía explicar en parte. Muy pronto se convirtió en deudor de una importante suma, y entonces, luego de beber un gran trago de oporto, hizo lo que yo esperaba fríamente: me propuso doblar las apuestas, que eran ya extravagantemente elevadas (...). Como es natural, el resultado demostró hasta qué punto la presa había caído en mis redes; en menos de una hora su deuda se había cuadruplicado (...)”, después, todo el plan se desmorona.
El trastorno de doble personalidad fue tocado por Poe en su obra | Foto: Difusión.
“Confieso incluso que, al producirse una súbita y extraordinaria interrupción, mi pecho se alivió por un breve instante de la intolerable ansiedad que lo oprimía. Las grandes y pesadas puertas de la estancia se abrieron de golpe y de par en par, con un ímpetu tan vigoroso y arrollador que bastó para apagar todas las bujías (...). La muriente luz nos permitió, sin embargo, ver entrar a un desconocido (...)". En tanto, el Doppelgänger advirtió a los presentes que Wilson había engañado a lord Glendinning. ¡Revísenle la manga izquierda y los bolsillos de la bata!, les pide.
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El hombre de la multitud (1840) defiende la misma tesis que William Wilson, una suerte de técnica sistemática de Edgar Allan Poe para exorcizar su naturaleza malsana, impía, aciaga, mediante la obsesión enfermiza por otra presencia que lo perturba, que no es más que el fiel reflejo de él mismo (y su personaje a la batuta).
“Con la frente contra el cristal, así me hallaba inmerso en el escrutinio de la muchedumbre cuando de improviso entró en mi campo visual un rostro”, así describió el autor de El Cuervo, en primera persona, la génesis de su encuentro con aquella figura enigmática. A partir de ese momento, el protagonista abandona el hotel a fin de averiguar “por qué el hombre de la multitud tiene una expresión peculiar y agacha la cabeza contra el pecho”.
Tras sumirse en bocacalles, esquivar el gentío y jugar a las hurtadillas, se da cuenta que está amaneciendo. Desiste de seguirlo. Sin embargo, cuando lo mira cara a cara, concluye que el sujeto huye de la soledad. Allí el lector alcanza el clímax teórico —basado en el propio decálogo del artista—, la revelación subjetiva: “Este anciano —dije por fin— es el espécimen y genio del crimen insondable”, sintetiza el observador.
El rescate de Charles Baudelaire
En 1953, Julio Cortázar, residente parisino en esa época, recibió la tarea de su vida por parte de la Universidad de Puerto Rico: traducir la obra de Edgar Allan Poe. El célebre escritor argentino, autor de Rayuela, asumió el reto de hacer suya la prosa del autor bostoniano.
Fue tanto el esfuerzo mental que su temor de perder el trabajo —o al menos dañarlo— se desbordó. “Todo este tiempo estuve temiendo vagamente que alguno de los paquetes se perdiera, y se pusiera verde de humedad, o una rata se comiera un pedazo… la sola idea de tener que rehacer un pedazo me daba náuseas”
El poeta maldito tradujo a Poe durante 15 años | Foto: Wikiquote.
Cortázar, no obstante, prosiguió la labor del poeta Charles Baudelaire, quien tradujo —desde 1848 hasta 1865— la esencia escrita del padre del subgénero al francés, como se grafica en un acta de la Universidad de Buenos Aires redactada por Camila Nijensohn (La Plata, mayo 2012).
A consecuencia de semejante proeza, numerosos cuentos, poemas y ensayos del bostoniano invadieron los periódicos en 1856. Un año después, el ‘poeta maldito’, apodado así debido a su fama de bohemio, publicó Historias Extraordinarias y Nuevas historias extraordinarias, reuniones de calidad indiscutible.
“Fisonomía, andares, gestos, porte, todo en él, especialmente en sus mejores momentos, le señalaba como una criatura elegida”, subrayó Baudelaire respecto a su ícono inspirador para embelesar al lector potencial. Asimismo añadió: “Su conversación era extraordinaria y esencialmente sustanciosa. (…) unos extensos conocimientos, una poderosa lingüística, sólidos estudios e impresiones recogidas en diversos países convertían este discurso en una enseñanza”.
Basándonos en el mundo moderno, el simbolista nacido en París sería su manager o consejero personal. Pero no interpretemos mal los halagos hacia el creador del primer detective de la Literatura, Auguste Dupin, pues, en este caso nunca habrá suficientes. Basta con leerlo para espantar cualquier refutación. Compruébenlo.
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