Por Hernán Chaparro. Psicólogo social, Facultad de Comunicación, Universidad de Lima.
Durante años se ha escuchado a especialistas decir que la economía peruana no estaba afectada por la política. Difícil de sostener algo así en estos días. Se podría decir que la mencionada afirmación tiene todavía argumentos si se miran solo algunos indicadores macroeconómicos.
Pero esa solo es una parte de la historia. Lentamente, la debilidad institucional, que es la evidencia de nuestra falta de noción de bien común, nos ha pasado la factura. La corrupción es el principal síntoma de ese piso enclenque, y es lo que más nos agobia junto con la inseguridad ciudadana.
¿La corrupción es un tema de preocupación en América Latina, en el mundo? Un estudio hecho en mayo por Ipsos, en 27 países del orbe (What Worries The World), indica que sí es un problema para muchos, pero que está hoy en quinto lugar, por debajo de la inflación, la pobreza, la inseguridad ciudadana y el desempleo. Triste es ver que, en los cuadros comparativos, Perú encabeza la lista global de lugares donde la corrupción es vista como principal problema.
Un 57% manifiesta esto seguido de países como Malasia, Sudáfrica o Hungría. Los argentinos andan, cada vez más, preocupados por la inflación, mexicanos y chilenos por la inseguridad ciudadana, los colombianos por el desempleo y los brasileños por la pobreza. La corrupción cruza fronteras, es un problema en diversos lugares, pero acá, en el ojo ciudadano, es el principal.
La encuesta de junio del Instituto de Estudios Peruanos muestra que, para la ciudadanía, la corrupción está generalizada en diversas instancias tanto públicas como privadas. El Congreso (una indirecta forma de hablar de los partidos) encabeza la lista de instituciones muy asociadas a la corrupción (78%), seguida de cerca por las municipalidades y los gobiernos regionales.
Ese es el clima de opinión en el que se irá a votar en octubre. Le siguen, con cifras cercanas al 60%, el Poder Ejecutivo y las empresas privadas. Sobre esto último, el caso Odebrecht no parece ser el motivo de esta mala imagen porque en junio del 2020, con el escándalo de corrupción vinculado a la empresa brasileña en segundo plano, la asociación de la empresa privada a la corrupción era bastante menor (46%).
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Puede ser el resultado de malos servicios durante o después de la pandemia, o la consecuencia de las recientes denuncias sobre escándalos de corrupción en este gobierno y, una vez más, funcionarios públicos, constructoras y lobistas como protagonistas.
Los estudios indican que la percepción de corrupción en el país no solo está asociada a la escena política oficial. También se experimenta cuando se vive directamente o se escucha de situaciones cotidianas vinculadas a malos servicios y corrupción del Estado en las comisarías, colegios, hospitales, juzgados, etc. La corrupción y la mala gestión no serán lo mismo, pero están muy vinculadas.
¿Qué efectos tiene esto en las personas? Desafección y cinismo político principalmente, que están a la base de una suerte de individualismo adaptativo de sobrevivencia. La ira está ahí, pero se oculta o disocia para poder seguir viviendo.
Una actitud que en lo cotidiano se expresa en que cada quien privilegia lo suyo, pierde interés respecto a lo colectivo, mira por encima las noticias. Esto es grave porque implica que la percepción de corrupción generalizada promueve actitudes ciudadanas que les dejan el espacio libre a los grupos corruptos.
Un estudio reciente sobre el efecto, en las actitudes ciudadanas, de percibir que se lucha contra la corrupción (Chaparro et al., 2021) muestra que en el corto plazo un supuesto así solo impacta significativamente entre quienes tienen interés en la política (los menos), no en la mayoría desafecta cuya agenda está en otro lado y donde la desconfianza es una dura coraza. La corrupción mata el ánimo colectivo no por knock out, sino por puntos.
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