Cargando...
Domingo

Juan Oriundo: “En la Villa Panamericana compartíamos la carga emotiva de los pacientes”

El doctor Juan Oriundo dirigió la Villa Panamericana cuando la segunda y tercera ola del covid golpeaban con más fuerza a nuestro país. Hoy que este lugar ha cerrado sus puertas y ha despedido a su última paciente, hablamos con él para recordar cómo decenas de jóvenes médicos trabajaban a contra reloj, en ese centro de aislamiento, para frenar al virus.

larepublica.pe
El doctor Oriundo, además de sus labores administrativas, organizaba juntas médicas para guiar a los doctores más jóvenes de la Villa Panamericana. Foto: cortesía EsSalud

Era enero de 2022, habían pasado dos años y diez meses de combate al covid. Con la llegada de la variante ómicron se iniciaba la tercera ola de contagios, y los médicos y personal técnico de la Villa Panamericana se preparaban para recibir a más pacientes que pedían aislarse. Pero no habían medido bien la magnitud de lo que venía. Si al término de la segunda ola recibían a 150 pacientes, en el pico de la tercera ola tendrían que atender, cada 24 horas, a unos 350 recién llegados. El agotamiento era natural. La mayoría eran médicos jóvenes, pero en la emergencia habían adquirido la experiencia que se gana en varios años de servicio. El doctor Juan Oriundo, director médico de la villa quería levantar la moral de su gente. Se le ocurrió llamar a La Franja, una de las barras que seguía con pasión a la selección de Ricardo Gareca, para hacer un banderazo, allí mismo, donde se combatía al bicho y antes que polos de la bicolor se vestían mascarillas y batas azules. Fue una catarsis. De las torres donde estaban aislados los pacientes se agitaban camisetas y banderillas. El destino de Perú en esos días era Barranquilla. El solitario gol de Edison Flores ante David Ospina le dio a la selección el oxígeno que necesitaba, y al equipo del doctor Oriundo el aliento que hacía falta para seguir. Esta semana, la Villa Panamericana cerró sus puertas y despidió a su última paciente. Como dice, Juan Oriundo, hoy destacado en otra área de Essalud, la villa es un emblema, un símbolo del momento en que el país necesitó de los más jóvenes para salvar vidas.

Vi que hace unos días estuvo atendiendo a los fieles del Señor de los Milagros, parece que lo suyo es trabajar con grandes concentraciones de personas.

(Sonríe) Bueno, la Gerencia de Oferta Flexible de Essalud tiene una mirada de una atención extramuros. Tenemos un servicio itinerante al que llamamos Hospital Perú, que hace apoyo a redes, acciones cívicas y dentro de ese servicio tenemos a la Subgerencia de Proyectos Especiales, que es la atención de los asegurados en empresas. Y en el caso del Señor de los Milagros, lo que se hizo fue un trabajo itinerante por parte de Hospital Perú, como una acción cívica, en coordinación con la Municipalidad de Lima, la Policía Nacional y todos los actores involucrados en la programación del recorrido de la procesión. Mire, en el primer día de la procesión, uno de los que cargaba el anda se fracturó el pie. Así que tuvieron que llevarlo en ambulancia al hospital, para que sea atendido. Se dieron bastantes atenciones ese día, entre 300 a 400.

Hablemos de su experiencia en la Villa Panamericana. Asumió la jefatura de la villa en febrero de 2021, cuando llegaban las primeras vacunas al país y teníamos una crisis por la falta de oxígeno. ¿Qué recuerda de ese momento?

En el 2020, la Villa Panamericana, como casi todo el sector salud, trataba de ver y calcular cuál era la mejor estrategia. Una de las estrategias que se adoptaron fue la contención, cortar la cadena de contagios y monitorear personas. ¿A qué me refiero? Que nosotros nos amoldamos al tipo de paciente por ola. En un primer momento, en la primera ola, desconocíamos lo que estaba sucediendo, entonces los casos complicados iban a los hospitales y los casos más de corte de contagio y de monitoreo, se quedaban en la Villa Panamericana. Eran cuatro torres, que tenían un promedio de 1600 camas.

¿Cuando usted asumió solo operaban cuatro torres?

Cuatro torres y dos salas de observación, que son 200 camas con acceso a oxígeno permanente. Yo llegué cuando la primera ola ya estaba baja, ya había terminado, y estaban sincerando toda la oferta y la demanda existente, habían salido muchas personas y habían desactivado algunos servicios. Pero en la quincena de enero, que yo llego como personal profesional, a apoyar, comenzamos a notar que se daban decesos: uno cada tres días, dos cada cuatro días, y se multiplicaban. ¿Por qué? Porque los servicios de emergencia en hospitales habían colapsado y los pacientes ya no podían llegar. La severidad de los cuadros era tal que los pacientes llegaban caminando y a las cuatro horas se descompensaban. Requerían tres, cuatro, cinco, diez, quince litros de oxígeno y no encontrábamos dónde ponerlos.

¿Recuerda el día más difícil de su trabajo en la Villa? ¿Cuántos pacientes murieron ese día?

(Piensa) Trágico fue el mes de febrero (de 2021), teníamos a ocho o siete pacientes a los que no podíamos trasladar porque los servicios de emergencia estaban colapsados totalmente. Te volteabas y te decían: “No tengo”. En los servicios de emergencia, tanto del Ministerio de Salud como de EsSalud, te decían: “¿Quieres mandármelo? Lo pongo en una silla de ruedas, con un balón de oxígeno al costado”. Todo era crítico. ¿Qué hicimos? Ya teníamos concentradores de oxígeno, se compró mayor cantidad de concentradores y habilitamos los primeros pisos. Pusimos oxigenoterapia en el primer y segundo piso de las cuatro torres, para poder dar terapia básica y pusimos la mayor cantidad de oxígeno en las salas de observación. Con todo ese problema, a mediados de la segunda ola se abrió una tercera sala de observación con 150 camas y se colocó la primera planta de oxígeno, porque también teníamos el problema de abastecimiento. Las empresas que nos abastecían de oxígeno nos decían: “Estamos colapsados”. Llegó la primera planta, la armamos y comenzamos a trabajar, con el temor de que se nos cayera el sistema eléctrico. Era bastante crítico. Los sistemas de alto flujo no entraban al 100 % a Lima. Tenías como primeras iniciativas de alto flujo a los cascos CONI, las máscaras snorkel que las adecuaban para oxigenoterapia, tenías los Vortran, que son equipos de ventilación mecánica, tecnología militar con la que haces trabajo invasivo.

Me está diciendo que lo intentaron todo…

También Llegaron los wayrachi, de la UNI, que era sistemas de oxigenoterapia

¿La carencia más grande fue el oxígeno?

No, los equipos de ventilación mecánica. O sea, el oxígeno de una u otra forma comenzó a llegar, a cuentagotas. Yo tenía contratos con Cenares para oxígeno gaseoso, teníamos a Linde con oxígeno líquido. Pero lo más crítico era cuando ya los pacientes no respondían y no teníamos con qué manejarlos. Cuando llegan los equipos de alto flujo, que son un tipo de ventilación mecánica no invasiva, la figura cambió: ya los contuvimos, el grado de criticidad de los pacientes comenzó a aminorar, ya eran menos los que requerían UCI.

¿Usted llegó a contagiarse?

Sí, en el 2020. Estuve apoyando como personal asistencial en el CAS COVID, en STAE, el Sistema de Transporte Asistido de Emergencia. Yo coordinaba y hacía bastante soporte de despistaje de covid, hacia toma de exámenes, pero sobre todo debía garantizar la operatividad de todas las ambulancias. En en ese camino, el subgerente se contagió de covid, bajamos la guardia, y como estábamos solos coordinando, pues me contagié con él. Ahora, mirando hacia atrás, la gran mayoría de profesionales capacitados estaban en aislamiento y teníamos una cantidad ingente de jóvenes entusiastas pero inexpertos. Teníamos que entrar a tallar con fuerza para que estos chicos pasaran de niños a adultos y de adultos a especialistas, y todos con el miedo de contagiarse y de fallecer.

¿Cuánto tiempo tomó su recuperación?

De 15 a 20 días

¿Y de ahí volvió inmediatamente al trabajo?

Sí, fue duro. Fue duro porque volví acá, mi subgerente no se encontraba, y la gente caía como manzanas maduras contagiadas por covid. Asumí el rol de organizar el STAE. Para mí era bastante duro, porque era como si me agarraran a palazos todos los días, esa primera semana la pasé verde. La siguiente semana ya estuve un poco mejor, agotadísimo, pero era parte del trabajo.

La Villa era sui generis, no era un centro de atención médica, sino era un sitio de aislamiento en el que convivían pacientes y médicos, ¿compartían alguna cosa más allá de la parte médica?

No, los pacientes estaban aislados. El primer protocolo que se estableció fue el aislamiento total del paciente. Tenían habitaciones y solo salían a almorzar a la sala. Eran departamento de tres cuartos, dos baños, una sala en común y una cocina con lavandería. Ellos solo salían a la hora del almuerzo, desayuno y cena. El profesional de la salud, que era un médico, una enfermera y un técnico por piso, tenía una sala de estar donde tenía que monitorear permanentemente mañana tarde y noche a los pacientes.

¿Cuál es la mayor cantidad de tiempo que pasó en la Villa sin ver a su familia?

Eso está bien complicado. En el 2020, en la primera ola, cortaron la posibilidad de salir permanentemente a lugares. Cuando llegó la segunda ola, y con todo lo que habíamos encontrado de evidencia nueva, comenzamos a salir por turnos. Pero, inclusive con todo eso, la labor era casi de 24 por 7. Me acuerdo que llegaba a mi casa como a las 2 de la mañana a bañarme, a sacar toda la ropa y a desinfectarla y después a descansar unos minutos porque a las 7 teníamos que estar activos, salvo que hubiera una emergencia de traslado en la que tenía que coordinar. Allí tenía que volver a la Villa Panamericana a las 4 o 3 a.m. No paraba en mi casa, y mis hijos son chiquitos, así que duermen a las 8, yo ya no los veía despiertos.

¿Y eso cuánto tiempo duró?

Pues casi toda la etapa de la segunda ola. Acuérdese que cuando la segunda ola comenzó, llegamos a manejar un ingreso de 180 a 200 pacientes por día, luego se normalizó en 150 y se mantuvo así buen tiempo. Lo malo es que cuando llegó la tercera ola, fue bastante por encima de todo lo que habíamos pensado, llegamos a tener 280 a 350 casos por día, lo que nos llevó a abrir dos torres más.

En la Villa Panamericana falleció un médico, aunque varios estuvieron intubados, no solamente médicos, sino también técnicos, enfermeros. Foto: EsSalud

Su trabajo era administrativo, ¿tenía tiempo para involucrarse en la parte médica?

Sí, discutíamos muchos casos con los especialistas, para ver el tratamiento, para revisar lo que estaban haciendo. El acto médico es propio de cada profesional, pero tomando como partida que muchos de los médicos que habían llegado eran muy jóvenes, siempre entrábamos a conversar y a hacer una reunión de pares para ver los casos.

Según EsSalud, la villa recibió a 59,471 ciudadanos y se recuperaron 56,867, ¿el resto fueron enviados a otros centros médicos con capacidad para casos graves?

Tengo números más exactos, hasta el último día. Son 61,341 pacientes y salieron de alta de la villa 58,759. El resto está dividido entre los pacientes que fueron referidos a hospitales, para manejo de mayor complejidad, y el otro grupo de pacientes, que es menos del 1 %, entiendo que es el 0.4 %, son los fallecidos.

¿Cuál fue el número de fallecidos?

Algo de 435

¿Qué protocolos se aplicaban si una persona fallecía en la Villa?

Normalmente fallecían en sala de observación, porque ahí es donde se manejaba oxigenoterapia y alto flujo. El paciente en camilla, según los protocolos, tenía que ser identificado, rotulado, incorporado herméticamente en bolsas. Se debía lacrar el nombre completo, porque las bolsas con transparencia para identificar el rostro llegaron después. Además, los certificados de defunción eran digitales. Claro, eso es un problema ahorita, por temas de vulnerabilidad en RENIEC, pero en ese momento sirvió bastante que sean virtuales porque se enviaban a los familiares vía WhatsApp.

¿Perdió a muchos colegas en la villa?

En la Villa Panamericana falleció uno, aunque varios estuvieron intubados, no solamente médicos, sino también técnicos, enfermeros, profesionales administrativos. El director anterior de la villa, que estuvo antes de que yo entrara, cayó con covid y estuvo intubado dos veces, ya está a buen recaudo, ahora está en trabajo remoto para salvaguardar su salud.

Por eso usted asumió la dirección de la Villa Panamericana.

La gestión nunca para y las gestiones van y vienen, pero el trabajo debe continuar. Llegué en un momento crítico, un momento en que hubo un director encargado.

Durante la pandemia, los doctores tomaron decisiones difíciles, a veces tuvieron que despedir a pacientes que no soportaron el tratamiento, que estaban muy graves. ¿Cómo llevan la carga emocional de todo este trabajo?

Es bastante complejo. La Villa Panamericana era un mundo, tú compartías la carga emotiva de un paciente que entraba a la villa. O sea, el paciente en primer punto entraba a un lugar del que no sabía si iba a salir y tenías que darle fortaleza para seguir adelante. Me decían: “Voy a estar en la torre, dios quiera que no me complique”. Pero el hecho de pasar las dos pistas que había en la villa para ir a sala de observación era dramático, tú veías la cara de pánico de las personas. Entonces lo que tenía que hacer era trabajar con ellos. Teníamos un equipo de psicólogos, bastante preparados, que los acompañaban permanentemente.

Cruzar las dos cuadras que dividían las torres de la sala de observación era signo de no tener un buen pronóstico…

Claro, la gente decía: “Cruzo y se me viene la noche”. Eso era horrible, la carga era bastante grande. Les decías: “Vamos, tú puedes. Esto es solamente para darte un poco de oxígeno y vas a salir adelante”, pero en realidad no sabías cómo iban a evolucionar.

Eso es en el caso de los pacientes que necesitaban apoyo, ¿cómo hacían entre ustedes?

Hacíamos trabajos en pares entre nosotros, nos dábamos aliento, nos empujábamos. Se nos ocurrió para las eliminatorias hacer un banderazo, y de pronto el ánimo de todo el mundo se elevó, explotó, la tensión que tenían los profesionales se dispersó. También llegó el Señor de los Milagros, creo que un poco antes, con la hermandad de Villa el Salvador. Y en Navidad trajimos a Papa Noel. Me sorprendió mucho, porque hasta nos mandaron reportes de la BBC de Londres, que hablaban de esa actividad.

Quiero insistir con el asunto de la salud mental de los médicos, ¿se han activado protocolos de atención en caso de que hayan sido afectados por lo que vieron durante la pandemia?

No, no ha sido necesario, pero el hecho de haber pasado estas etapas ha calado en muchos de ellos. Se nota la evolución como ser humano y como profesional. Literalmente, antes de la pandemia eran estudiantes que salían de hacer su serums y entraron a trabajar en la emergencia porque no había manos. Era como poner a alguien que tenía la noción de manejar bicicleta a escapar de un par de delincuentes en esa misma bicicleta, a toda velocidad.

Es interesante, toda esa generación de jóvenes está formada para una emergencia futura…

Mira, muchos de ellos seguramente no van a continuar, porque la oferta se está reduciendo, por la demanda actual que tenemos, pero si yo los viera en algún lugar, yo los querría en mi equipo, porque son unos todo terreno.

¿Cuál diría que fue la experiencia previa a la pandemia que lo formó para lo que venía después?

La suma de todo. Yo hice mi serums en Chincha. Cuando vine a Lima, el primer lugar donde llegué fue a los balnearios, a la microred de San Bartolo, Pucusana y Lurín, del Minsa, de la Diris Lima Sur. Mucho tiempo después me dieron la oportunidad de estar al frente de defensa nacional. Ahí tú veías emergencias y desastres naturales. Ya comencé a caminar por ese sentido. De ahí pasé a la Dirección General de Emergencias y Desastres del Minsa, a aportar en algunos rubros, íbamos a zonas de incendios, zonas donde había problemas de emergencia masivas. Y luego llegué aquí.

Pregunta final, la Villa Panamericana volverá a manos del Proyecto Legado, ¿cree que debería colocarse un distintivo que diga que allí se salvaron miles de vidas?

No, te soy sincero, la Villa Panamericana como centro de aislamiento covid, fue un emblema de la lucha contra el virus, ahorita ha cerrado sus puertas a la atención porque los pacientes actuales no ameritan ser aislados, pero el riesgo latente de la pandemia continúa, no sabemos qué va a pasar mañana, con estas cepas mutantes: la Lambda, la Delta, la Delta Plus, la Hindú, la Epsilon y todas ellas. No sabemos. En el mundo veterinario, el covid tiene más de cuarenta años y siguen buscando un tipo de vacunación que pueda cubrir todas las mutaciones existentes o las variantes.

O sea, antes que celebrar mejor seguir con la prevención.

Yo creo que fue una muy buena apuesta la vacunación, permitió que las expresiones de la enfermedad se reduzcan a una rinitis o a un dolor de garganta. Pero eso no es para todos, cada ser humano es distinto y no sabemos cómo se vaya a comportar. El tema de bioseguridad es bastante importante, creo que, si tenemos la capacidad de gestión que se tuvo durante el 2020, como institución, donde se permitió garantizar la operatividad de un establecimiento como este, creo que también tenemos la posibilidad reactiva de poder afrontar cualquier problema mañana más tarde. Lo que sí necesitamos es dejar la huella clara de las experiencias, tal como se suscitaron, por si ya no estamos nosotros, para que los que vengan lo hagan mucho mejor.