La próxima bancada de Fuerza Popular empieza a ser imaginada como un Leviatán. No solo enorme, sino con poder casi absoluto para gobernar desde el Legislativo. Incluso hay la idea de que con 73 parlamentarios Keiko Fujimori realmente ha ganado la elección del 2016, expresada incluso antes de la apretada segunda vuelta. Incluso hay ideas más ominosas, como que los ataques del antifujimorismo durante la campaña impedirán todo diálogo con esa megabancada. Esta es presentada como una falange que se dedicará a imponer una agenda propia, y contraria a la del Ejecutivo, a través de ese tubo presentado por la congresista Cecilia Chacón.Este tremendismo busca poner de relieve el predicamento de un nuevo presidente sin mayoría en el Congreso. Una situación que otros gobiernos han sobrevivido. Alguna vez Pedro Pablo Kuczynski comentó que ya casi tenía una curul propia por la cantidad de veces que había sido citado al Congreso como ministro.Es un exceso plantear que la megabancada fujimorista ha llegado al hemiciclo para impedir que se gobierne. Sin duda estará allí para torcerle el brazo al Ejecutivo, pero su objetivo necesariamente no será dispararse en el pie, sino participar, con mayor o menor gracias, en la tarea de gobernar. Lo mismo puede decirse de la bancada del Frente Amplio.Con algunas excepciones, la bancada de Fuerza Popular 2011-2016 se condujo con disciplina interna y modales parlamentarios. Ayudó en esto que sus rivales históricos, aun dispersos, fueran una suma mayoritaria llegado el momento. La bancada siempre fue muy cuidadosa en evitar una situación fujimorismo-antifujimorismo.Para el fujimorismo entonces eran prioritarias su campaña electoral adelantada y la consiguiente necesidad de seguir dejando el resabio de los años 90 atrás. Además era una bancada fujimorista desde su origen, lo cual no se puede decir tan fácilmente de la que está llegando, recogida en una docena de acuerdos provinciales de última hora.En los tiempos que vienen el fujimorismo tiene que administrar una segunda derrota, un proceso de palpables discrepancias en la cúpula, la presencia de congresistas con proyectos regionales que pasan por una relación operativa con el Ejecutivo. Todas cosas que la invitan a acercarse a una mesa de negociaciones.