Luego de participar en un reciente seminario sobre la corrupción organizado por Felipe Portocarrero de la Universidad del Pacífico (a punto de salir como libro) estoy más convencido todavía de que el principal problema es que este problema nacional no es reconocido como tal. Por lo tanto, poco o nada se hace para atacarlo; simplemente se convive con él, como si ese árbol fuese siempre parte del horizonte. Error. Esa tesis que la corrupción (como el robo o la prostitución) siempre estuvo con nosotros, y que poco se puede hacer, sirve de excusa para no hacer nada. Si yo estuviera en estos negocios es lo que me conviene como percepción. Al respecto, todavía me impresiona la suavidad que desplegaba Montesinos al ofrecer dinero y comprar conciencias: era normal, cosa de todos los días y se aceptaba sin mayor esfuerzo de su parte. Por eso avanzó y se convirtió en el presidente virtual el 2000. Hay otra tesis, más sofisticada, que sostiene que la corrupción no es necesariamente un problema y que incluso no llega a afectar el desarrollo. El economista Nathaniel Leff sostuvo esa tesis, pero eso fue antes de la Gran Crisis de los 80, y sin considerar lo que ocurrió durante y después de ella. Recientes estudios realizados por economistas y especialistas de opinión (Transparencia Internacional) indican que los niveles de pobreza se correlacionan con alta corrupción, que la corrupción genera toda una serie de costos, y que el capital que se acumula con ella no necesariamente se destina a la inversión sino que se gasta improductivamente. Que los abanderados de la globalización insistan en el tema no quiere decir que no tengan razón aunque cabe criticarles que no analizan a fondo la participación empresarial. No todo análisis debe verse conspirativamente, ni toda propuesta de alguien visto como adversario (movimiento que aumenta hoy al rebrotar los centros y las izquierdas un tanto y aumentar los críticos a la globalización) es necesariamente mala. A la corrupción, entonces, hay que mirarla de frente y estudiarla desapasionadamente. Tiene sus leyes y su dinámica: a) se ha extendido en las últimas décadas, b) se ha organizado empresarialmente como economía subterránea en las mafias del narcotráfico y el contrabando a gran escala, c) se esconde en la informalidad, d) ha penetrado aparatos claves del Estado, e) funciona en el mercado mundial, f) no se considera un gran problema nacional, g) no existe estrategia ni táctica para combatirla. Los puntos d) y f) son claves. En criollo, se puede decir que los vivos se hacen los locos. Cruzarse de brazos, asumir que "así es la vida pues", es justamente el componente que, junto a la penetración y colonización de ciertas ramas del Estado, incluso altos niveles decisorios, mantiene vivas a las mafias viejas y a las mafias nuevas. Considerarla un problema nacional creciente, amenazante, exigir datos y estadísticas necesarias para estimar ingresos y costos en aquellas ramas del Estado encargadas de combatirlo, analizar su modus operandi dentro y fuera del Estado es parte del camino a enfrentarla. A partir de ahí espero surjan estrategias nacionales para combatirla en forma ordenada y efectiva. Ese camino pasa primero por el propio Estado, en las ramas más propensas a ser neutralizadas y colonizadas. Pero también un cambio de percepción en la propia opinión pública y la sociedad civil. Para empezar, recomiendo leer el libro de Portocarrero.