“Mala noticia para quienes quieren ver en el régimen un talante autoritario o hasta dictatorial. Por lo que se ve, peca más bien de lo contrario”.,El presidente Vizcarra ha tomado dos decisiones en los últimos días que revelan con claridad cuál será el derrotero político que seguirá en los dos años y medio que le restan de mandato. Un sector de la derecha empresarial se ilusionaba con que, aprovechando su alta popularidad, emprendiese a todo tren, sin detenerse en formalidades institucionales, una serie de reformas económicas y decisiones proinversión. De modo particular creció la euforia cuando se supuso que apenas confirmado por el presidente en la CADE que se alistaba una reforma laboral esta se aprobase sin importar los muertos y heridos. La tribuna derechista quería que Vizcarra tratase a la CGTP y a los gremios sindicales como lo había hecho con la altanera mayoría fujiaprista a la que ha derrotado. Al mismo tiempo, algunos esperaban que sobreviniese un shock de inversiones mineras y que ello suponía darle luz verde a algunas controversiales, como es el caso de Tía María o de Conga. De igual manera se anhelaba que Palacio avasallase a los frentes de defensa o a las vocingleras juntas de riego como lo había hecho con la clase política opositora en el Parlamento. Vizcarra no lo ha hecho así. En el caso de la reforma laboral ha dicho que recién se presentará en algunas semanas un plan nacional de competitividad y en él se incluirá la mentada reforma laboral y que la misma, una vez puesta sobre el tapete, pasará por el Consejo Nacional del Trabajo. Y respecto de Tía María ha dicho que primero se resolverán algunas observaciones efectuadas por el Ministerio de Energía y Minas y luego se concordará una solución al entrampamiento con las autoridades regionales electas. Se espera que le vaya bien al gobierno en esa ruta porque se necesita una reforma laboral y se necesita poner en valor proyectos mineros hoy congelados. Pero puede irle mal. Dependerá de sus habilidades políticas. Lo que queda claro, sin embargo, es que para el gobierno vizcarrista, sus acciones económicas transitarán por un espacio político de coordinación y de construcción de mínimos consensos. Puede no gustar ese camino, pero ese es el elegido por el gobierno. Palacio estima que su popularidad no es un pasaporte para el caballazo que hace salivar a nuestra DBA empresarial. De paso, mala noticia para quienes quieren ver en el régimen un talante autoritario o hasta dictatorial. Por lo que se ve, peca más bien de lo contrario. ¿Hoy se puede o se debe aplicar reformas como en los 90, cuando salían dos o tres reformas al día? ¿Es posible reeditar el paraíso reformista perdido, lo que para buena parte de la derecha peruana fue una suerte de Arcadia liberal? La situación de los 90 fue excepcional. El país venía de estar al borde del colapso. Alan García había destruido el país: propició un crecimiento exponencial del terrorismo subversivo, destrozó la economía nacional y el aparato productivo, y además convirtió al Estado, en todas sus manifestaciones, en una quimera. Simplemente, no existía el Estado. García lo había evaporado. La desesperación ciudadana respecto del statu quo era tal que explicó el triunfo electoral de Alberto Fujimori y, desde luego, la aceptación de una serie de medidas liberalizadoras absolutamente impensadas: si hoy todavía subsisten querencias estatistas en el imaginario popular, en ese entonces eran predominantes y parecía imposible caminar en ese sentido sin que se generase una ola de rechazo popular. No hubo, sin embargo, tal protesta sino resignación o aceptación que en algunos casos llegó, inclusive, a ser entusiasta. Esa situación es irrepetible. Hoy, en medio de un país que transita a paso lento hacia la modernidad, con una extendida clase media y cifras macroeconómicas en azul, y con una democracia sostenida y más sólida de lo previsto, cualquier shock de reformas debe pasar por el trámite que impone la institucionalidad política y sobre todo social. -La del estribo: la prestigiosa revista norteamericana The New Yorker publicó recientemente su lista de las 40 mejores películas del 2018, según el decir de su crítico Richard Brody. Algunas ya han pasado por nuestra cartelera, otras nunca pasarán. Ya se pueden encontrar en su proveedor favorito las siguientes: Black Panther, Isle of Dogs, BlacKkKlansman, I Am Not a Witch, The 15:17 to Paris (sorpresa su designación: Clint Eastwood cae en facilismos terribles), Jeannette: The Childhood of Joan of Arc, Claire’s Camera, First reformed, Sorry to bother you, The Ballad of Buster Scruggs, Scarred Hearts, Let the Sunshine In y Zama.