En el Perú, “utopía” jamás será una palabra que defina un mundo ideal. Todo lo contrario: nos remitirá a la tragedia que nos confirmó que aquí la “justicia” es una farsa con precio.,Aun quienes no tenemos hijos, no imaginamos peor tragedia que perder alguno. Tanto que, como se dice, no existe palabra en nuestro idioma para el progenitor que entierra al suyo. Miles de padres durante nuestra época del terror ni siquiera tuvieron ese triste consuelo pues los desaparecieron, los arrojaron a una inubicable fosa común, o quizá los cremaron en los hornos de un cuartel. Son heridas que jamás cicatrizan, y de las pocas cosas que generan solidaridad en todas las clases sociales y procedencias. Por eso el incendio de la discoteca “Utopía” el año 2002, donde murieron –mejor dicho, mataron a– 29 jóvenes, es un símbolo de cómo la negligencia criminal (se comprobó que era una trampa mortal) unida al poder de mafias políticas (los allegados a la pareja Toledo, en aquella época) logró la impunidad de los auténticos responsables. Más aún: nos demostró que ciudadanos con recursos, acceso a los medios y capacidad de lucha –a diferencia de miles de padres ninguneados– igual se estrellaron con el blindaje de la corrupción. En el Perú, “utopía” jamás será una palabra que defina un mundo ideal. Todo lo contrario: nos remitirá a la tragedia que nos confirmó que aquí la “justicia” es una farsa con precio. El largometraje hoy en cartelera que narra estos hechos, no se inhibe de ahondar en el tema de la corrupción de manera explícita, entre varios méritos. Destaca su elenco: unos 60 actores profesionales brindan escenas intensas, desgarradoras, como corresponde a un drama de ese calibre. Utopía, la película aborda una interesante veta poco explorada en nuestro cine: la ficción-denuncia social-periodística, mezclando géneros: thriller, melodrama, cine-catástrofe y otros, bien integrados a un relato ágil y muy emotivo. Hay que verla.