"Resulta vital que el Presidente no se deje atarantar por las matonerías o leguleyadas de los congresistas naranjas".,Todos los que viven aterrados con la eventual aparición de un outsider radical y antisistema, debieran felicitarse por el reenganche político del presidente Vizcarra con la ciudadanía y por el hecho de que probablemente a fines de este año se convoque a un referéndum que sirva de válvula de escape a la sensación de hartazgo ciudadano respecto de nuestra clase política. Si Vizcarra hubiese hecho oídos sordos frente al escándalo de los audios de la corrupción y no hubiese recogido el malestar atizado por dicha hoguera entre la población, probablemente hoy tendríamos un gobierno destruido y de acá a tres años peor aún, aliciente para el discurso de que el sistema ha fracasado y que se necesita un golpe de timón que arrase con todo. Resulta vital que el Presidente no se deje atarantar por las matonerías o leguleyadas de los congresistas naranjas, quienes ahora quieren echar sombras para escamotear la aprobación de los cuatro proyectos de ley presentados por el Ejecutivo y su confirmación a través de una consulta popular. Frente a la manipulación, brazo firme y voluntad de hierro. Es lo que la ciudadanía le pide y sobre lo que le va a exigir cuentas si la decepciona y se rinde ante las bravatas del keikismo. Las condiciones para la aparición de un antisistema parecen dadas: desplome de la legitimidad cívica de las formas democráticas (desprestigio del Congreso y las instancias judiciales) y descrédito absoluto de la clase política establecida. Solo faltaría añadir crisis económica para que la receta esté completa (felizmente, salvo algunos sobresaltos fiscales, el tema macroeconómico anda tranquilo). A fines de los 90, el país soportó una crisis de legitimidad mayor que la actual. La implosión del régimen fujimorista y la aparición de los llamados vladivideos generó una crisis muy honda y a ello se sumó una pavorosa recesión económica producto de la crisis financiera asiática. No obstante, cuando el 2001 la población acudió a las urnas no le dio crédito a las opciones radicales. En primera vuelta votó por Alejandro Toledo en un 36.51%, por Alan García en un 25.77% y por Lourdes Flores en un 24.3%. La izquierda ni siquiera tuvo participación. Y debe recordarse que Toledo, quien para algunos pudo representar la oposición radical al régimen y recoger el espíritu disidente, se tuvo que moderar para poder ganar las elecciones. Tuvo que convocar a Pedro Pablo Kuczynski como una suerte de garantía de que el suyo no iba a ser un gobierno que tirase por la borda todo lo avanzado en materia económica en la década de los 90. ¿Por qué no apareció ningún antisistema? Porque tuvimos la suerte de tener un gobierno de transición exitoso como el de Valentín Paniagua, que atemperó los ánimos y, contra lo previsto, apuntaló las pulsiones más conservadoras del país en lugar de las excéntricas. Lo mismo debería suceder con el gobierno de Vizcarra. Pero la miopía del keikismo es de tal envergadura que al petardear a PPK primero y ahora a Vizcarra, alienta la generación de condiciones que luego, de acá a tres años, podrían desbordar al propio keikismo. Destruir a Vizcarra alienta a los Santos, Antauros o Aduviris. Hacerlo papilla y transformarlo en un gobernante intrascendente e inerme atiza la hoguera de los antisistema. Así sea por la sola consideración de sus intereses electorales el 2021, el keikismo debería apuntalar al régimen de Vizcarra, propender a su éxito y fortalecer el proceso de cierre de la transición democrática empezada el 2001, proceso que ya murió y requiere, para su correcta sepultura y la migración a un modelo superior, que no triunfen los petardistas y propagandistas del cambio total del modelo. Cuando Keiko Fujimori y sus waripoleras mediáticas animan a los congresistas naranjas a tirarse abajo las reformas propuestas por Vizcarra, solo contribuyen al colapso de un sistema que les podría permitir su acceso al poder en el futuro. Su inconmensurable torpeza, de prosperar, va a generar el estado de cosas que los radicales anhelan. -La del estribo: muy refrescante –a pesar de constar de reposiciones- la puesta en escena de Trilogía, tres obras de Alfonso Santistevan: Vladimir (1994), El caballo del Libertador (1986) y Pequeños Héroes (1988), con la dirección de Alberto Ísola, el propio Santistevan y ambos respectivamente. ¡Qué buena dramaturgia que se ha hecho en el Perú! Vladimir va hasta octubre, las otras dos hasta diciembre en el Centro Cultural de la PUCP.