Mi impresión es que millones creen que Lima ya no tiene solución. Que es como la abuela enferma terminal: viven en su casa porque no hay más remedio.,Es una pregunta que me hago al ver las últimas encuestas municipales. ¿El votante de Lima quiere a la capital? ¿Tiene un vínculo emocional con ella? La lógica responde que no. Sus candidatos favoritos se han encumbrado con discursos vacíos o apelando a la xenofobia y otras infamias. “Mano dura, ejército a las calles” (¿se creen ministros del Interior?) y una vaga retórica donde cabe todo sin decir nada. Pero… ¿importa? Mi impresión es que millones creen que Lima ya no tiene solución. Que es como la abuela enferma terminal: viven en su casa porque no hay más remedio, pero saben que no tiene cura. Que es imposible que mejore y puede hacerse muy poco por ella. Así que mientras, se estimula el caos para que cada uno trate de sacar provecho hasta que la abuela muera, o un terremoto derrumbe la casa. Hay un atroz pesimismo y una letal resignación en buena parte de los votantes. Pero al margen de explicaciones históricas –Lima se fundó sobre la exclusión y etc.- esta indiferencia lleva décadas. La muestra más concreta, es haber permitido que nos despojen del circuito de playas de la Costa Verde. Playas de arena acogedoras donde los veranos todas las familias disfrutábamos del mar, y en pocos años desaparecieron en manos de alcaldes corruptos que las lotizaron vendiendo espacio público, algo totalmente ilegal, anticonstitucional. ¿Qué queda hoy? Apenas Agua Dulce, y algunas hostiles y pequeñas franjas con piedras. Vergonzoso que una capital pegada al mar –un privilegio en el mundo- haya perdido sus playas sin casi protestar. Hoy la Costa Verde solo se percibe como una autopista rápida y una fila de restaurantes caros. ¿Dejarnos ROBAR nuestras playas públicas, no es algo que demuestra el poquísimo cariño que se tiene por la capital?