Carmen de los Ríos - directora del Centro Loyola de Ayacucho Aunque algunos lo nieguen, la memoria de lo ocurrido durante los 20 años del Conflicto Armado Interno es tan importante que cada cierto tiempo se agita el ambiente, desde intereses particulares, para intentar imponer el pensamiento único. Los ataques al Lugar de la Memoria (LUM) y al ANFASEP (Asociación Nacional de Familiares de Secuestrados, Detenidos y Desaparecidos del Perú), por conocidos congresistas, es prueba de ello. Construir la memoria desde Ayacucho, lugar donde ocurrieron la mayoría de muertes, desapariciones, torturas, lugares de entierro y otros, es sumamente importante. Es importante escuchar a las víctimas, lo afirmamos continuamente. La guerra, el enfrentamiento violento entre peruanos, ha sido muy complejo. A manifestar esa complejidad de lo ocurrido debe acercarse la memoria histórica responsable. ¿De qué memoria se trata? Carlos Iván Degregori manifestaba que se quería “pasar la página”, imponer el olvido; la Ley de Amnistía de 1995 parecía su consagración. Pero se impuso una “memoria salvadora” (Steve Stern, 1998), una narrativa sobre los años de violencia política donde los protagonistas centrales de la pacificación eran Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos. Las Fuerzas Armadas y policiales eran actores secundarios, y las instituciones civiles y ciudadanos de a pie eran espectadores pasivos. “…la encarnación del mal no eran solo Sendero Luminoso y el MRTA, sino todos aquellos que discrepaban con la versión oficial sobre lo ocurrido en esos años”. (Degregori, 2010) Felizmente, la sensibilidad de la mayoría de la población estaba a favor de la verdad y contra la impunidad. Además, dirá Degregori, existieron y existen “emprendedores de la memoria” que tendieron puentes, articularon demandas por la democracia con la búsqueda del respeto a los derechos humanos. De ahí que fue posible el proceso de investigación de la Comisión de la Verdad y Reconciliación. Esa tensión entre verdad, justicia y autoritarismo se ha mantenido, aunque en algunos momentos aparece con más fuerza, como ahora. Y es que existen los tiempos de la memoria (Elizabeth Jelin, 2002). Existen momentos de silencio y de temor, que son los momentos del conflicto. Pero no queremos que el silencio y el temor se impongan en épocas democráticas, en donde debe prevalecer la escucha y el diálogo. Memorias desde Ayacucho Si bien Ayacucho fue el epicentro del conflicto, este afectó a todo el país y lo ocurrido no se puede encerrar en una sola memoria, menos en una memoria parcializada. En Ayacucho encontramos memorias diversas: de las personas individuales, de las familias, de los campesinos de las zonas rurales, de los pobladores de las ciudades, de las autoridades, de los licenciados del ejército que participaron. Así como en el país en general, también se procesan varias memorias. Tenemos muchos testimonios: campesinos que se vieron obligados a matar para defenderse; campesinas que acogieron a huérfanos y les dieron cobijo y apoyo; testimonios de aquellos que, aprovechando el conflicto, se vengaron de familiares y vecinos por problemas de tierras; del que cuenta cómo un militar acuchilló a una niña de 12 años y sacó sus intestinos delante de sus familiares; del joven que manifiesta que un militar le ayudó a huir, cuando tenía 6 años, para que no le pase lo mismo que a su hermanita, y lo salvó de morir; de acciones heroicas y crímenes de lesa humanidad por parte de militares. Testimonios de las víctimas de Sendero Luminoso y de las víctimas de los militares y comités de autodefensa; de miles de desplazados huyendo de la violencia, que saliendo de las zonas rurales han poblado las zonas urbanas, cambiando para siempre la conformación de nuestro país. Testimonios de los ronderos, de los licenciados, de la motivación primera de los alzados en armas, que quisieron cambiar la injusticia y abandono del campo; de los que se convirtieron en hordas vandálicas matando sin contemplación a niños, jóvenes y adultos. Testimonios del dolor de los familiares de los desaparecidos, de las familias de los que siendo inocentes estuvieron presos, de los familiares de los militares muertos en el conflicto; del dolor de las familias de los senderistas que fueron llevados a la fuerza o de los que se inmolaron voluntariamente. Más de 70,000 muertos, más de 20,000 desaparecidos, más de 5,000 sitios de entierro, más de medio millón de desplazados y otras cifras dan cuenta de lo terrible que ha sido esta guerra. Pero el tema es que no se trata solo de cifras que aguanta cualquier papel. Detrás de cada número hay personas, familias enteras afectadas, con múltiples afectaciones, poblaciones que aún no se recuperan. Dan cuenta de que lo ocurrido fue terrible, que no se puede pasar la página reconociendo superficialmente los hechos. ¿Por qué un profesor no puede enseñar a sus alumnos lo que ocurrió durante los 20 años de conflicto armado interno sin temor a ser acusado de apología del terrorismo?, ¿por qué las familias aún se quiebran de dolor buscando a sus desaparecidos?, ¿por qué los licenciados del ejército aun no pueden dormir en las noches?, ¿por qué caen en la violencia familiar y/o el alcoholismo?, ¿por qué un hijo de senderistas tendría que escupir la tumba de su madre para que lo respeten, lo valoren, lo consideren ciudadano con iguales derechos y deberes? Recoger todas las memorias, escucharlas, ya es un paso para que asumamos la complejidad de lo ocurrido. Que aprendamos y saquemos lecciones de cómo queremos vivir como peruanos, es el siguiente paso… que lamentablemente, no estamos dando.