“Se pusieron a contar libros”, recordaba con amargura el maestro Hugo Neira, aludiendo la devolución chilena, en 2007, de un lote de 3.788 volúmenes que fueron sustraídos de la Biblioteca Nacional del Perú en tiempos de la guerra del Pacífico. Entonces todos sacaron la calculadora, “falta este, aquel otro, no solo se llevaron libros”, dijeron aquella vez. En sentido estricto no mintieron quienes adoptaron esa actitud, pero la variable que faltó añadir a la operación es que Chile estaba reconociendo aquellos excesos. Desde nuestra vereda nos pareció trivial, desde la otra no lo fue: Chile forjó su identidad a través de una historia oficial que relieva las virtudes propias; lo mismo que Perú, Bolivia, Argentina, etc., todos somos hijos del nacionalismo. Por ello, la aceptación oficial de la sustracción de libros, a través de su devolución, no fue, en absoluto, irrelevante. La guerra se libró y esa es una realidad que no podremos revertir. Los héroes que ofrendaron la vida no volverán a confundirse entre nosotros, las cicatrices de las batallas seguirán visibles, como una voz del pasado que nos recuerda que algo muy malo nos pasó a peruanos y chilenos hace 140 años. Por eso, los países que lograron hacer las paces con su historia comprendieron que reconciliarse con el “otro” es, principalmente, un tema de gestos. Este es el caso de nuestra guerra interna contra el terrorismo, donde las indemnizaciones que se han abonado a las víctimas, más que valor material, poseen valor simbólico porque nada reemplazará la vida de los seres queridos que partieron. Se trata entonces de reconocer que en el pasado se cometieron excesos. Eso fue lo que hizo Chile en 2007 y es lo que han vuelto a hacer Ángel Cabeza Monteira y Pedro Pablo Zegers, responsables de las bibliotecas nacionales del vecino del sur, cuando el jueves pasado visitaron a su homólogo peruano, Alejandro Neyra, para formalizar la devolución de un lote de 720 volúmenes restantes en las bibliotecas públicas de Chile. Si nos ponemos otra vez a contar libros, siempre colegiremos que quedan más sin devolver, pues se sabe incluso de la existencia de colecciones privadas. Pero lo central en la reunión de los representantes culturales y diplomáticos del Perú y Chile es aprovechar la oportunidad para abrir un periodo de consolidación en la integración entre nuestros pueblos a través de una política de la reconciliación que suponga más gestos como el del jueves y que, por cierto, deben ser bilaterales y extenderse hacia episodios positivos de nuestra historia común. Hace un mes escribía sobre la inauguración del museo “Historial Franco-alemán de la Gran Guerra”, en Alsacia, Francia, fronteriza de Alemania y que fue escenario de combates entre soldados de ambos países. Entonces murieron 30.000 de sus hijos, pero franceses y alemanes saben que ninguno volverá, tanto como que las generaciones del presente no libraron aquella guerra. Saben también que necesitan estar unidos y por eso unidos conmemoran a sus caídos. Y de esta manera, la guerra, la expresión más violenta de una enemistad, se convierte en parte de un recuerdo común que sirve para acercar a sus pueblos y dejarles una lección. Nos falta mucho por hacer: los gestos de reconciliación deben convertirse en política binacional y mantenerse en el tiempo. En todo caso, la segunda devolución de libros por parte de Chile al Perú nos coloca otra vez en el camino correcto, solo queda transitarlo, porque del odio y del rencor, que se sepa, pocas cosas buenas ha alumbrado la historia de la humanidad. (*) Historiador