Este 2 de agosto se cumplieron 38 años de la partida de Víctor Raúl Haya de la Torre, el político de mayor trascendencia del siglo XX peruano. La utopía que nos legó requirió el sacrificio de dos generaciones, que padecieron el exilio, la persecución y la cárcel por hacerla realidad. Temprano, cuando agonizaba la década de 1920, la stalinización de la revolución soviética y la forzada ruptura del APRA con la Internacional Comunista le hicieron comprender a Haya que el totalitarismo ruso no era el camino. Es entonces que se produce la única gran variación en su pensamiento, la que lo lleva a plantear que la democracia es el sistema a través del cual debe conquistarse la justicia social. Por lo demás, Haya mantuvo hasta donde las fuerzas lo acompañaron los planteamientos centrales de su ideario, que partía de la premisa de que los problemas de América Latina no podían solucionarse con recetas foráneas y que, por consiguiente, el camino hacia la revolución debía ser original. De allí que su análisis local de la realidad mundial lo llevase a revisar la tesis leninista que planteaba que el imperialismo era la última etapa del capitalismo. Para América Latina será la primera, diría, pues es de esa manera como se presenta en nuestro continente. Haya insistió hasta la saciedad en que sí necesitábamos los capitales y la tecnología de las potencias capitalistas, pues solo con ellos podría nuestra región enrumbar hacia su propio desarrollo. La porfía en la revolución tecnológica es un tópico fundamental en Haya y resulta que en el mundo actual esto es precisamente lo que define la suerte y posibilidades de los países del planeta. Pensar que hay quienes todavía creen en el “determinismo geográfico” y sostienen que un país minero no puede sino serlo, olvidan a Japón, Corea, a la misma China. La mirada del mundo como un conjunto de bloques que compiten y se relacionan entre sí es otra idea de avanzada en Haya de la Torre. Lo señala en sus escritos de la década de 1920 e insiste en ello treinta años después, cuando la Guerra Fría parecía definir el planeta como la rivalidad entre dos superpotencias, sus aliados y sus ideologías. Al presenciar el nacimiento de la Comunidad Económica Europeo (Luego UE), Haya diría que las alianzas políticas entre naciones debían contener una matriz económica, como el acero y el carbón entre Francia y Alemania. De allí que la Alianza del Pacífico, y sus innegables éxitos, nos recuerdan sus antiguos y visionarios escritos. La gran utopía de Víctor Raúl, qué duda cabe, es la democracia misma. Nos legó una entre sus últimos alientos, cuando el 28 de julio de 1979, tres días antes de su muerte, se aprobó la primera Constitución plenamente democrática de la historia del Perú que consagró todos los derechos políticos y civiles de los que hasta hoy disfrutamos. A pesar de ello, su anhelada visión sigue pendiente porque aquel constitucionalismo de 1979 lo perdimos en 1992 y porque, aunque lo recuperamos en el 2000, la precariedad de nuestras instituciones republicanas nos demuestra que está todo por crearse, comenzando por el ciudadano cívico, virtuoso, respetuoso de las leyes. Para conquistar la democracia, Haya hizo del APRA un ejército civil y es quizás aquí donde permitió un excesivo culto hacia su persona, tan característico, duele decirlo, de la genética política latinoamericana. Pero el ejército ya no está: olvidando que la dialéctica hegeliana es un elemento fundamental en el pensamiento del líder-fundador, quienes hoy dirigen su partido se han quedado enraizados en las formas políticas del siglo pasado, en las redes clientelares y la dádiva, y no han sabido alcanzar los estándares institucionales del siglo XXI. Hoy es difícil saber si el Partido Aprista Peruano volverá a canalizar, algún día, la utopía democrática de Víctor Raúl. Mientras tanto, sirva este artículo para recordar en qué consistía. (*) Historiador