La otra representación, por Alberto Vergara

Han aparecido dos buenos libros sobre el rock peruano y Vergara los utiliza para realizar algunos apuntes sobre música, política y sociedad en el Perú

Los politólogos siempre hablamos de representación. (Somos el único homínido conocido por guardarle simpatía a los partidos políticos). Sin embargo, la representación y lo representativo supera a la cuestiónpolítica o electoral. En realidad, en el largo plazo cierta representación cultural o artística es largamente más consecuente para las sociedades que la efectuada por funcionarios elegidos. El arte le permite a una sociedad interpretarse, reconocerse, evaluarse, representarse.

La música popular ha sido siempre poderosa para esa tarea. Y en el mundo posterior a la segunda guerra mundial, el rock jugó un papel principal sacando a luzlas características centrales de ciertas épocas y moldeando actitudes y hasta hábitos masivos. 

Todo esto viene a cuento porque acaban de aparecer dos libros muy logrados sobre el rock peruano: Sube el Volumen: Rock y sociedad 1980-2019 Lima-Perúcompilado por los sociólogos Mauricio Flores y Ernesto Bernilla (Octógono ediciones) y Puedes ser tú: el rock peruano en 50 discos esenciales de Raúl Cachay y Francisco Melgar (Reservoir books). Tienenestilos, métodos y propósitos diferentes, pero, en última instancia, son complementarios. 

El primero contiene 5 trabajos serios y documentados sobre cinco coyunturas específicas: lo subte en los ochenta, el rock en el Agustino, el chiqui-punk o punk melódico, las relaciones entre cumbia y rock y un capítulo final testimonial sobre el rock contemporáneo en tanto esfera autogestionaria. El segundo libro es un listado cronológico, comentado e ilustrado, de 50 álbumes del rock nacional, escrito en clave periodística y con muchas más recomendaciones que los 50 discos prometidos. 

Vale la pena leerlos en conjunto. Un mérito es que superan la historia del hit, del frontman o del público masivo. Se rescata una comunidad rockera, con sus propias redes, barrios, plomos, groupies, su panteón de caídos y un contingente vivo de obstinadosemprendedores de nuevas bandas.

Cada lector se acercará a los libros con sus propiaslentes, pero yo los he leído preguntándome por la capacidad del rock peruano para representar e influir sobre la sociedad peruana. ¿Hubo o hay margen para algo como eso? 

Al menos la voluntad de interpretar al Perú estuvo. No en cada agrupación, tampoco de manera homogénea, ni con igual éxito estético, pero ganas hubo. Quizás El polen fue el primer grupo que se planteó una exploración en clave nacional. Un grupazo. Sus discos aparecen en la primera mitad de los setenta y consiguen producir algunas de las canciones más originales de nuestro cancionero. Mezclan rock progresivo, huayno, folk y ritmos costeños en canciones muchas veces extensas lo cual hacía difícil que llegaran al gran público. Más que la representación de un Perú político o sociológico dominado entonces por Velasco y la reforma agraria, ponen en escena la búsqueda de una sonoridad auténtica. 

Al caer el gobierno militar, regresa la democracia:1980 o la promesa de unas elecciones finalmente universal. Al mismo tiempo las ánforas quemadas. La década se abre con Frágil cantando sobre una avenida Larco de cazadores y de presas, sangrienta y con tempestad. Entre sintetizadores progres, entonaciones trovescas y un video que permitió una difusión masiva inédita para un grupo peruano—Dulude y los suyosanticipan que aquí pronto habrá movimiento.

Y hubo. El país se descompone y los músicos componen. La paradoja de los ochenta: en la “década perdida” la cultura produce mejor que nunca. La movida subterránea federa a un pueblo de rabiosos que hace del pogo su institución política preferida (ver el excelente artículo de Fabiola Bazo en Sube el volumeny también Punk and revolution, el libro notable de Shane Greene). Aunque se trata de una coyuntura muy breve, Narcosis y Leusemia, sobre todo, se ganan un sitio mitológico en la historia del rock peruano. 

Mientras en los barrios de clase media se poguea, la chicha se impone en zonas que décadas después llamaremos conos. La chicha se convierte en la banda sonora del migrante en la ciudad. Chacalón interpreta a los provincianos y los Shapis al ambulante; Vico y su grupo Karicia a los cachueleros y el grupo Celeste a los cobradores. La epopeya andina y migrante. Los Shapiscondensan la actitud general con el título de su disco de 1985 “Del pueblo para el pueblo con amor” (ver el libro de Jesús Cosamalón La historia de la cumbia peruana).

Curiosamente, “el pueblo” está por morir en tanto categoría social y política. Se lo llevará puesto la violencia y el colapso económico de la segunda mitad de los ochenta. Descendimos la “escalera al infierno” de la que canta en 1985 un grupo muy creativo de La Victoria, Del pueblo… del barrio (otra vez el pueblo). Aunque la crónica más lograda de la época es, sin ninguna duda, la que hace Miki González en su álbum Puedes ser tú (1986), respecto del cual noto que existe cada vez más el consenso muy justo de considerarlo el mejor de la historia nacional. Un disco de actitud subte (no en vano en la banda estaban dos exNarcosis) y de sofisticación postpunk maridada con chicha y panalivio. De los textos de las canciones que evocan la descomposición de aquellos años podríamos hacer un seminario universitario completo, pero quedémonos con el grito más bestia y, lamentablemente, contemporáneo del disco: ¡tanta coca, tanta pasta, tanta sangre, tanta bala!

En el Agustirock de 1992 irrumpe gente del MRTA. Pronto se va a acabar también ese foco de rock popular, paradójicamente, al mismo tiempo que el grupo más exitoso de El Agustino consigue representar a la nueva Lima y recibir el reconocimiento más amplio: Los Mojarras. (ver el libro de Mariano Vargas, Rock en El Agustino, Borrador editores, 2022). 

El punto es que, si Fujimori disuelve el congreso peruano en 1992, la crisis había disuelto antes a la sociedad peruana. Nos aplicaron --y nos entregamos-- a una pacificación de amplio espectro. 

Saqué mi DNI en 1993 y me gradué de ciudadano votando en contra de la constitución de Fujimori. Y ese mismo año escuché obsesivamente el lindísimo primer álbum de Mar de Copas. Como en toda la escena pública del país, de ahí también se evacuó la furia, el pueblo, cualquier dilema nacional. El disco se abría con Wicho García –exNarcosis—cantando sobre un héroe fugitivo que se marchaba “lejos del infierno aquel”. Todos quisimos desertar del infierno aquel. 

En los noventa las ambiciones del rock se hacen más delgadas. Es la hora del punk melódico que analiza Gerardo Silva en Sube el volumen. Por fuera del rock, la chicha pasa al olvido. E irrumpe lo chicha, usualmente como calificativo peyorativo, a caballo entre lo corrupto, lo barato o ilegal (como en “los diarios chicha”, por ejemplo”). Musicalmente, aparece la technocumbia, un género que queda por mucho tiempo asociado multifacéticamente al Fujimorato. A diferencia de la chicha, ya no tiene relación directa con lo andino. Ingresa al mainstream mediático con la promesa de ser puro ritmo, sin trajinar grietas nacionales (ver el capítulo de Flores y Bernilla en Sube el volumen).

Con la vuelta de la democracia el año 2001 el rock recupera una visibilidad institucional. En 2002 el Instituto Nacional de Cultura lo declara actividad de interés nacional. Críticos de rock reconocidos como Pedro Cornejo tuvieron programas de radio o televisión. En el cable se establecieron programas que dieron difusión a muchos buenos grupos. 

Pero tengo la impresión de que en los últimos años ocurre un fenómeno estructural e insalvable. En el siglo XXI a la sociedad deja, gradualmente, de interesarle el rock. No es ya el lenguaje ni el sonido de la juventud. De los 50 discos que Cachay y Melgar han seleccionado, solo 8 aparecieron en el siglo XXI; en el mismo número de años entre 1963 y 1987 consignan22. 

Ahora bien, en los últimos años aparecen proyectosmuy buenos y, sin embargo, no alcanza para llegar al público general. Pienso en El hombre misterioso, por ejemplo. A pesar del reconocimiento –diría, unánime—en la comunidad rockera no se constituye en intérprete de la sociedad. 

Lo cual no es un fenómeno peruano. Probablemente, Nirvana fue el último episodio en que el rock consiguió capturar el espíritu de una época y, al mismo, tiempo moldearlo. (Supongo que Radiohead cumplió con algo de esto también). Pero el siglo XXI ni se mueve ni se piensa desde el rock. Es curioso que un género cuyo espíritu estuvo siempre asociado a la liberación juvenil --la rebeldía y autonomía frente a un orden impuesto por padres y sociedad-- hoy es una afición de viejos.

El mejor rock ya no puede ser rock. Quiero decir, si es que aspira a cumplir su función social y a capturar la imaginación general. El rock, después de todo, fue una actitud y no solo un género musical. El ejemplo que me viene a la mente es The pogues, la agrupación que reciclando folclor irlandés se convirtió en la mejor banda de punk de los ochenta. No hacían punk, pero eran panquecazos. 

De la misma manera, el rock tendrá que encontrarse con sonidos más contemporáneos si quiere cumplir con su mandato. En el Perú probablemente eso pasa por un acercamiento con la cumbia. Si esta se ha convertido en un género muy transversal en términos regionales y sociales, no da lugar a actitudes inconformes. Más bien, grupos como La mente o La nueva invasión hanmezclado la actitud del rock con esas sonoridades yhan producido música con posibilidades de representarel Perú contemporáneo. Y que Los Mirlos vayan a tocar en el mítico festival Coachella apunta en la misma dirección.

En cualquier caso, se trata de un mundo muy fragmentado y fugaz. La tarea de representarlo aparece igual de evanescente para el político que para el artista. Por eso seguimos cantando Contigo Perú, cincuenta años después de que los militares la encargaran. Y, sin embargo, aquí sigo esperando las canciones de la época. Ya no podré ser un aficionado del urbantrapk-pop o reggeaton, porque mi cerebro musical fue cableado hace mucho; pero sigo confiando en que el rock pueda entremezclarse con sonidos más contemporáneos y producir la representación musical de la época en sus propios e inconformes términos. Mientras tanto, regreso al nuevo disco de The Cure, cuyo título promete traerme canciones provenientes de un mundo perdido.

Alberto Vergara

A mí no me cumbén

Como nadie le paga por jugar fútbol, tocar guitarra o ir al cine se dedica a la ciencia política. Es profesor en la Universidad del Pacífico. Ha publicado una decena de libros entre propios y editados. Su libro más reciente es Repúblicas Defraudadas: ¿Puede América Latina escapar de su atasco? (Crítica, 2023). También ha publicado el libro infantil Otta la gaviota que tenía… ¡vértigo! (Planeta junior, 2022).