En 1981 se publicó La economía campesina en la sierra del Perú, el libro de Adolfo Figueroa, resultado de una investigación sobre 306 familias campesinas de cuatro departamentos de la sierra peruana.
Era la primera vez que un economista se interesaba por comprender la racionalidad del comportamiento económico de los campesinos, ingresando a un terreno que hasta ese momento había sido el coto cerrado de los antropólogos, cuya sensibilidad por estos temas no fue suficiente para reemplazar su ignorancia de la teoría económica.
Figueroa nos enseñó sobre el tamaño y la naturaleza de los recursos controlados por estas familias, la articulación entre producción e intercambio dentro de cada unidad, la estructura y los cambios en el nivel del ingreso campesino. Que lo esencial de sus actividades estaban relacionadas con la agricultura y la ganadería, y que de las otras actividades complementarias los campesinos obtienen un tercio de sus ingresos.
Marginal pero importante para la reproducción de la economía campesina.
Pero el acceso al mercado de las familias campesinas está limitado a las de mayor ingreso, razón por la cual el “enganche” es utilizado como mecanismo de reclutamiento de los más pobres. Pero a su vez la oferta de la mano de obra está supeditada a una racionalidad que deriva de la estacionalidad agrícola.
La tierra, en la racionalidad campesina, pese a las condiciones de pobreza, sigue siendo el mecanismo más adecuado para atenuar los efectos de la crisis y la terca defensa de su control una de las expresiones de su exitosa resistencia frente a una proletarización completa.
Esta errática inserción en el mercado está también revestida todavía de persistentes patrones coloniales, en el sentido que los mecanismos de clientelización hacen que el sistema de precios y de salarios no obedezcan por completo a una lógica depuradamente mercantil.
Una de las conclusiones importantes de la La economía campesina en la sierra del Perú es la verificación de la tesis de Theodor Schultz en la experiencia el campesinado sur andino: son pobres pero eficientes. Esta afirmación es correcta pero incompleta. La clásica definición sobre campesinos formulada por Eric Wolf en 1966 subraya su condición de productores directos y su capacidad de generar excedentes que son apropiados por los otros segmentos de la sociedad.
Su pobreza, por consiguiente, es la consecuencia de la explotación impuesta sobre ellos. Ocurre que el flujo de bienes y de mano de obra campesina que rompe de manera irreversible la autosuficiencia de la comunidad hace parte de relaciones asimétricas y explican por qué los campesinos son pobres, pero sobre todo explotados.
Y es esa pobreza, como lo señala Figueroa, que hace que los campesinos son adversos a tomar riesgos. Diversifican al máximo su magro patrimonio de diminutos surcos de cultivo.
La economía campesina de hoy no es aquella que estudió Figueroa hace medio siglo. Está inserta, por ejemplo, en el mercado internacional, produciendo una serie de bienes de alta demanda. Su triste partida nos impide seguir conociendo este universo, así como los mecanismos para enfrentar la exclusión y la desigualdad. El enorme consuelo es que nos mostró las rutas para conocer una realidad que carece de teoría y de investigación.
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