La xenofobia exacerba odios y resentimientos y debe ser erradicada como una práctica vedada en el mundo civilizado. Pero cuando es asumida por un menor de edad, hay que preguntarse como sociedad qué estamos haciendo mal, porque es la demostración de cuán afectados podemos estar como individuos y como colectivo, si es que permitimos que el discurso de odio gane las escuelas o los espacios de esparcimiento infantil.
El niño Jhoangel Jesús de 11 años fue brutalmente golpeado por sus compañeros de clase en la cabeza y la cervical. La severa golpiza provocó traumatismos y un derrame cerebral, por lo que tuvo que ser intervenido de emergencia. La solución por la que optó el colegio Víctor Raúl Haya de la Torre (Puente Piedra, en Lima) fue un arreglo entre los padres, sin proceder a la inmediata intervención y protección del agredido.
El niño, según la madre, sufría de constante acoso y ataques por causa de su origen, y en anteriores ocasiones ya se habían presentado este tipo de problemas, hasta que se desencadenó el violento maltrato físico que originó una tragedia que lamentamos.
La Defensoría del Pueblo, luego de conocerse en las redes sociales lo ocurrido, intervino para señalar que hará seguimiento al caso. No solo dispuso su atención médica integral en el Hospital del Niño sino que reclamó que se pongan en marcha los protocolos educativos para investigar rápidamente lo sucedido. La embajada venezolana en el Perú también inició gestiones para exigir justicia.
Hasta allí, lo que corresponde hacer. Investigación rápida, sanciones para los responsables. El tema de fondo, sin embargo, es impedir como sociedad que se siga alimentando esta xenofobia que ha llegado a calar en niños, haciéndolos instrumentos del odio. Es imperativo que se frenen los discursos que generan estas reacciones violentas y que podrían ser trasladados de padres a hijos, de autoridades a ciudadanos o formar parte del ecosistema mediático en el que nos movemos y que convierte a los extranjeros —en especial los venezolanos— en enemigos.
Nada más malo y destructivo que las generalizaciones. Debemos impedir como sociedad caer en esta trampa que podría hacernos retroceder a la barbarie. Existe una comunidad de venezolanos que vive en el Perú que nada tiene que ver con la delincuencia, y que se esfuerza diariamente por sobrevivir pese al infortunio. A ellos, el mayor respeto y solidaridad.