Locura mesiánica, rituales e incesto: los ‘profetas’ que cometieron el “crimen del siglo”
Bajo la creencia de que eran “elegidos por la providencia divina”, Harald y Frank Alexander, padre e hijo, cometieron un violento crimen que continúa generando impacto debido a su extrema crudeza e insólito desenlace.
En la década de los 70, la ciudad de Tenerife, en España, se estremeció bajo las sombras de lo que años después sería considerado “el crimen del siglo” debido a la extrema crudeza con la que Harald y Frank Alexander, originarios de Alemania, cometieron un triple parricidio.
Durante sus primeros años de matrimonio, Harald Alexander —quien se había mudado con su esposa, Dagmar, desde Dresde hasta Hamburgo— comenzó a seguir las enseñanzas espirituales del profesor Jakob Lorber, quien mediante visiones y profecías —supuestamente guiadas por el Espíritu Santo— formó una sociedad de carácter espiritual con tendencias al esoterismo.
Bajo las enseñanzas del autodesignado profeta del grupo, George Riehle, el patriarca de los Alexander comenzó a creer que era un “elegido” por la Providencia en una secta que consideraba como “hijos del diablo” a todos aquellos que no eran como ellos.
Alexander cuidó a Riehle en sus últimos años y, tras su muerte, fue de él que heredó el manto de líder de la sociedad Lorber. De igual manera, Harald recibió un abrigo y un acordeón como herencia, que terminaría siendo parte importante del escalofriante crimen que perpetraría años después.
El “elegido”
En 1954, los Alexander le dieron la bienvenida en su familia a su cuarto hijo, un varón al que nombraron Frank. El nacimiento del pequeño fue una “señal divina” para su padre tras haber tenido tres hijas mujeres, Marina, y las gemelas Sabine y Petra.
De inmediato, para Harald, Frank se convirtió en una especie de “mesías” de la Sociedad Lorber, alguien que no podría ser cuestionado y cuyas decisiones eran obedecidas sin reclamos. En la casa de los Alexander, se hacía lo que el pequeño “elegido” quisiese.
Frank Alexander fue considerado un "elegido" por su padre, miembro de la Sociedad Lorber. Foto: La Vanguardia/AP
Su influencia era tal que, cuando alcanzó la adolescencia —y dado que no podía mezclarse con gente ajena a la secta—, Frank empezó a mantener relaciones sexuales con su madre y sus hermanas, todo bajo el consentimiento de su progenitor, y sin que las mujeres opusieran resistencia alguna.
Las chicas Alexander estaban tan acostumbradas a las ideas de su religión extremista —las cuales relegaban a las mujeres a un segundo plano— que en una ocasión Marina, la mayor de las hermanas, contó en su escuela todo lo que sucedía en casa como si fueran simples anécdotas cotidianas.
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El relato de la joven causó tal impacto en sus compañeros de colegio que las autoridades comenzaron a investigar a la familia, aunque no lograron encontrar pruebas que los inculparan de algún delito.
El crimen
Fue así que, tras el incidente con Marina, los Alexander decidieron mudarse a Tenerife. Allí, alquilaron una casa en la calle Jesús Nazareno, que para ellos fue una señal divina. Más adelante lograron comprar una vivienda en la zona de Los Cristianos, lo que afianzó más su convicción de que habían llegado al lugar destinado para ellos.
Marina, ya de 18 años, y las gemelas, de 15, comenzaron a trabajar en las viviendas aledañas haciendo labores domésticas. Incluso el propio Frank logró conseguir empleo como repartidor. En un inicio, el estricto aislamiento de los Alexander no levantó sospechas en los vecinos sobre los nuevos inquilinos.
No obstante, tiempo después, los bulliciosos rituales empezaron a generar rumores en torno a la familia.
Dagmar, la matriarca de los Alexander y sus hijas Petra y Marine. Foto: La Vanguardia/AP
El 16 de diciembre de 1970, algo no estaba bien para Frank, ya que el joven profeta creyó ver que su madre lo miraba mal. Convencido de que estaba “poseída”, comenzó a golpearla con una percha. Harald, que también estaba en la casa, observó todo con benevolencia, mientras se limitaba a tocar el acordeón y a recitar salmos.
Dagmar quedó inconsciente luego de la golpiza. Sin embargo, su esposo y su hijo decidieron que había que mutilar a la mujer y para ello usaron una tijera de podar y unas cuchillas. La madre, debido a sus creencias, no opuso ninguna resistencia. Acto seguido, ambos hombres decidieron hacer lo mismo con Marina y Petra, quienes se encontraban en la vivienda. Las tres mujeres fueron desvisceradas, y sus restos fueron colgados por diversas partes de la casa.
Tanto Harald como Frank decidieron regresar a Hamburgo para iniciar una “nueva vida”. Para ello, destrozaron todo lo que hallaron a su paso en la casa de Tenerife, incluido sus pasaportes. Después, decidieron ir a buscar a Sabine, que el fatídico día aún se encontraba trabajando en la casa de un doctor. Padre e hijo relataron los hechos a la joven de una manera muy tranquil; mientras el galeno, quién sospechaba de la familia, escuchaba atentamente los hechos para denunciarlos ante el consulado alemán.
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De este modo, los dos asesinos fueron detenidos para luego ser juzgados por la justicia española.
Enajenación mental
Al día siguiente, los jueces decidieron absolver a padre e hijo al considerar que eran “autores no responsables” y habían cometido los crímenes por “enajenación mental”. Durante el juicio, Frank se mostró fuera de sí mientras Harald estuvo ausente. Los dos guardaron completo silencio.
Harald y Frank fueron absueltos de haber cometido "el crimen del siglo". Foto: La Vanguardia/Youtube
Los magistrados decidieron recluir a ambos hombres en un centro psiquiátrico del que solo podían salir con permiso del tribunal, pero del que escaparon en los 90.
Desde entonces, no se sabe nada de ellos. Se cree que volvieron a Alemania, donde la Sociedad Lorber aún seguía activa. En tanto, Sabine optó por esconderse y, desde entonces, se desconoce su paradero.