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“No tenemos a dónde volver; Mariúpol ya no existe”: sobrevivientes narran angustiantes momentos

Decenas de miles de personas han huido de zonas asediadas por el Ejército ruso, particularmente de la ciudad de Mariúpol.

A estos refugiados se suman los más de 6,5 millones de desplazados internos en la propia Ucrania. Foto: AFP
A estos refugiados se suman los más de 6,5 millones de desplazados internos en la propia Ucrania. Foto: AFP

Los sobrevivientes de la ciudad más asediada por los rusos, Mariúpol, cuentan sus angustiantes relatos para la cadena de televisión estadounidense Univisión.

“No tenemos a dónde volver; Mariúpol ya no existe. Ya no tengo piso; las bombas volaban sobre nuestras cabezas. Nos hemos pasado una semana sin salir del sótano con 70 vecinos. Compartimos la poca comida que teníamos y así sobrevivimos, cocinando con fuego porque no había luz. Hemos sobrevivido gracias al agua que sacábamos del pozo”, narra Zetlana, una de las afectadas.

“Allí siguen mi hermana y su marido. Llevan viviendo en el sótano desde el inicio de la invasión. Perdieron la conexión del móvil hace semanas y no sabemos qué ha sido de ellos”, continúa.

El puerto de Mariúpol ha sido escenario de cruentos combates entre el Ejército ruso, las milicias del Donbás y las Fuerzas Armadas ucranianas. Esta semana se intentó la evacuación de miles de personas.

El Ministerio de Defensa de Rusia acusó hoy a las autoridades ucranianas de “frustrar " la operación de evacuación de civiles de la ciudad de Mariúpol.

“Lamentablemente, las operaciones humanitarias bien organizadas y preparadas para salvar a los residentes de Mariúpol y ciudadanos extranjeros fueron frustradas cínicamente por la parte ucraniana”, declaró el jefe del Centro de Control de Defensa Nacional de Rusia, Mijail Mizintsev.

“Nosotras conseguimos escapar porque unas vecinas nos ofrecieron ir con ellas en su coche. Sabíamos que en la huida podíamos morir, pero ya no nos quedaba comida, así que no nos podíamos quedar”, continúa relatando frente al recinto ferial de la ciudad de Zaporiyia, a 124 millas (200 kilómetros) de Mariúpol.

Foto: Univisión

Foto: Univisión

Moroko Vladislav, director del departamento de cultura de información de la Administración militar de Zaporiyia, dice con pesar que sobre lo que eran las pistas deportivas de fútbol, baloncesto y atletismo “ahora encontramos enormes puestos de ropa de segunda mano y de cestas de alimentos y productos de higiene donados por numerosos países.

“Esta guerra es contra mí y contra mi familia. Nos quieren matar. Mi hijo está en Mariúpol y hace 10 días que no sé nada de él. Y mi otro hijo me dio un nieto que ahora tiene 5 meses, y mira en qué situación nos encontramos. Imagínate cómo me ha cambiado esta guerra”, exclama el hombre de 50 años.

En Ucrania, los voluntarios que atienden a los desplazados son también víctimas directas de esta guerra, como la mujer que observamos a unos metros de aquí, rodeada de voluntarias disfrazadas de dibujos animados.

Olona Cerdiuk es psicóloga y cuenta para Univisión que “los pequeños de Mariúpol llegan muy asustados, les cuesta relajarse y confiar en extraños. Ayer, por ejemplo, unos padres que vinieron a registrarse trajeron a su hija de siete años. La niña estaba en estado catatónico, no respondía a ningún estímulo: no hablaba, no miraba a nadie, no respondía a lo que le decíamos”.

“Estaba muerta en vida. Mi perro empezó a acercársele poco a poco. Le puso la pata encima de su mano. Y entonces ella, poco a poco, empezó a acariciarle. Y así fue como empezó a volver en sí”, dice esta psicóloga que se formó en esta técnica en Alemania.

Cerdiuk explica que hay otros menores que llegan y quieren contar cómo han sido los bombardeos, el pan duro que tuvieron que comer durante semanas o que juegan a dispararse entre sí. Pero asegura que todos tienen síndrome postraumático.

“Los más pequeños no entienden lo que les ha pasado, pero les ves en tensión, con problemas de sueño. Algunos tienen regresiones a edades más tempranas: se olvidan de cómo leer, cómo escribir. Claro que se pueden recuperar con terapia, con mucho cariño de los padres, con que les acaricien mucho para sentirse seguros”, explica, antes de advertir: “Ese va a ser el gran trabajo de años cuando acabe la guerra. Salvar a todos estos niños para que recuperen su infancia y no se queden atrapados en el pavor”.

Junto a ella se encuentra Dasha Dara, una voluntaria de 18 años, estudiante de Logopedia, disciplina que trata trastornos de comunicación y el lenguaje.

“Los primeros cuatro días de guerra no pude dormir. Me metía en la bañera y cerraba la puerta del baño para protegerme y temblaba. Ahora, cuando escucho los tiroteos, sencillamente pienso que pase lo que tenga que pasar”, dice Dara.

Raiza Antonovna es otra de las sobrevivientes. Ella relata que sobrevivían con las vacas y el huerto que ya no tienen. “Pero somos fuerte, sobreviviremos”, afirma, y agrega que los rusos les están haciendo esto por odio, por envidia.

“Nosotros no les hemos hecho ningún mal. Ahora tenemos a los soldados chechenos robando en nuestras casas, quitándonos los coches, nuestros móviles, cuando para nosotros ellos y los rusos eran como hermanos”, lamenta Raiza.