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Roberto Palacio: “Somos narraciones frente a TikTok, gritándole al mundo: ese soy yo”

Roberto Palacio, filósofo y ensayista colombiano, habla en esta entrevista sobre la ansiedad y las cicatrices que deja en nuestras sociedades.

"¿Hoy quiénes y qué somos? Básicamente una narrativa. No un ser biológico constituido sino una narrativa: soy un hombre blanco, sin género en sus 50". Foto: Rodrigo Talavera - La República
"¿Hoy quiénes y qué somos? Básicamente una narrativa. No un ser biológico constituido sino una narrativa: soy un hombre blanco, sin género en sus 50". Foto: Rodrigo Talavera - La República

Un lápiz de carboncillo está partido en dos, astillado, destrozado a dentelladas. La imagen ilustra La era de la ansiedad, libro de Rodrigo Palacio, filósofo colombiano que participa estos días en los conversatorios del Hay Festival de la ciudad de Arequipa. “¿Eso te da un poquito de consuelo o no?”, me pregunta cuando le confieso que también muerdo los lápices o me como las uñas para desfogar la ansiedad que no me deja dormir; así el cuerpo esté extenuado. El abordaje de Palacio, por supuesto, es desde la filosofía, no la psicología.  

 ¿Desde cuándo predomina esta era de la ansiedad y qué factores la hicieron detonar?

La ansiedad y condiciones similares tienen una larga historia. En la edad media, los monjes se quejaban del demonio del mediodía que llamaban ‘la asedia’. Desde el siglo XVI hasta el siglo XIX lo llamaron ‘nostalgia’. Si somos un poco permisivos y dejamos que se mezcle con otras condiciones, como la depresión, hay que hablar también del estrés, porque hoy vivimos bajo la era de la ansiedad. La respuesta se ramifica en mil direcciones y en mil tendencias. ¿Hoy quiénes y qué somos? Básicamente una narrativa. No un ser biológico constituido sino una narrativa: soy un hombre blanco, sin género en sus 50. Otra persona dice, soy una mujer atrapada en el cuerpo de un hombre, etc. Estas narrativas tratan de navegar en este mundo sin grandes verdades. El subtítulo del libro es Un mundo sin utopías y es la explicación a esa búsqueda del reconocimiento (individual). En busca de lo que el filósofo Nietzsche llamó redención. Nada queremos más que redención hoy, algo que nos eleve de nuestra posición, nos diga: ‘tú estás justificado en el mundo’.

Es una suerte de hedonismo, el individualismo.

Sin duda. Vivimos en la era del narcisismo. Somos estas narraciones que están paradas frente a un micrófono, frente a un canal de Twitter, de Tik Tok, gritándole al mundo: ‘Este soy yo, miren mi meme, mírenme a mí’. Cuando botamos estos contenidos al enorme océano de internet es como botar un mensaje en una botella al mar y esperar que nos respondan. ¿Qué pasa cuando no llega el like?

¿Te deprimes, es lo más probable?

Nos convertimos en frustrados, perdedores. La otra cara de la era de la ansiedad es el lenguaje del ganador y el perdedor. Cuando no tuve like, soy un perdedor. Cuando solo seis personas han visto mi video soy un perdedor. ¿Y qué empieza a suceder? No fui lo suficientemente proactivo, no hice mis cosas bien.

¿Existe un autorreproche interno?

Es la versión contemporánea del pecado. No hice las cosas bien, fallé por mi debilidad. Las civilizaciones han tenido herramientas convencionales para luchar contra la ansiedad. Por ejemplo, las religiones. Los judíos tienen sus sabbats (descanso de los sábados). Los antiguos, su oráculo. Los cristianos tienen el pecado original. Nosotros ya no tenemos nada. Junto con la era de la ansiedad, está lo que tanto temía Friedrich Nietzsche. Temía por una especie de nihilismo, realmente valga la redundancia, vacío. No sabemos siquiera por qué no creemos en Dios. Esto para decir, las herramientas convencionales de la civilización que teníamos por siglos y siglos como grupo humano, ya no son herramientas a las cuales podamos acudir en búsqueda de alivio a nuestro estado. No saber qué va a pasar en la batalla de mañana causa ansiedad.

El libro habla de un mundo sin utopías y esa búsqueda hedonista de la persona que busca el reconocimiento, ¿no es una utopía moderna?

Las utopías son ideas colectivas que implican que podamos estructurar un mundo en el cual hay cosas más importantes que otras. En el mundo ya no tenemos una estructuración, digamos vertical de las ideas con las cuales podamos decir: tu búsqueda llegó a un fin, lo hiciste bien. No hay elementos de evaluación externa que nos digan esto, más allá del like, que es tan subjetivo. Además de estas metas pequeñas que nos ponemos, tampoco sabemos lidiar con el fracaso. Admitir que fracasamos, que quizá no somos buenos para eso. Eso ya no lo tenemos. Sino el mensaje contrario: sigue intentando, sigue, sigue, sigue. Persigue tus sueños a cualquier precio. Uno de los elementos que yo señalo en el libro es que en el mundo de hoy tenemos el amor de la madre, que te dice: yo te amo…

Incondicional.

Lo que no tenemos es el amor del padre. Aquel que te dice que tú eres bueno para esto, pero no para aquello. El amor del padre no le teme al juicio, el amor del padre no le teme a decir: no te fue bien en esto y necesitamos desesperadamente esto, porque la búsqueda indiscriminada está fomentando un sentimiento de frustración. Aunado a esto, están los 50, 60 años que tenemos en América Latina de pensamiento positivo: ‘Hazlo, tú puedes, el poder está dentro de ti, tú eres la persona más importante de tu vida’, etcétera.

Eso se llama lo motivacional, la autoayuda

Sí, lo motivacional ha jugado en nuestra vida contemporánea, especialmente en América Latina, un poder devastador sobre la felicidad de las personas. Si tuvieras el primer libro de autoayuda, de 1936, de Dale Carnegie, es Cómo ganar amigos e influir a las personas. Básicamente la idea es que el mundo está constituido no tanto por hechos, sino por tu perspectiva. Y la perspectiva la puedes modificar. ‘Tú estás amargado y deprimido porque tú quieres’. Es decir, es una fuente de pensamiento que básicamente, como lo decíamos ahora, nos está inculpando a nosotros por nuestros fracasos. ‘No fuiste exitoso en los 100 metros planos en tu colegio, culpa tuya, es que tienes que practicar más’.

Sobre la autoayuda hay una mirada distinta. Ha sido un arma para enfrentar todos los embates externos: pandemia o crisis económica y política. Por ejemplo, los peruanos dicen que somos resilientes.

A lo que no nos está ayudando el pensamiento positivo es a entender que en la vida en general hay sufrimiento, fracaso y frustración. No todo es una autopista ascendente de triunfos. La vida política no lo es tampoco. El pensamiento positivo nos vende más bien lo contrario, con la imagen bien positiva, pero detrás está el fenómeno de la corrupción y muchos otros fenómenos. ‘En tu empresa están robando, mira en otra dirección, para que te pones a amargarte. Tú te estás amargando porque tú quieres, ponle actitud positiva’. Y esto es lo que hemos hecho por lo menos por 50 años en América Latina, ponerle actitud positiva a la discriminación, al robo, a la corrupción. La actitud positiva nos ha enseñado a cómo aguantar el abuso, cómo tragarnos el sapo, digámoslo así. La filosofía ha enseñado una cosa muy bonita que una cosa es la felicidad y otra cosa es la idea muy contraria de satisfacción.  Para lograr la felicidad a veces nos toca pasar por momentos de insatisfacción y dificultad. Negarlo, pura y simplemente, es algo que nos hace mucho daño. Quiero hablar de las culturas del sí. Yo creo que, en América Latina, ese pensamiento positivo ha creado una cultura del Sí.

Sí a todo, sin ningún tipo de cuestionamiento.

Sí a todo. ‘Hagamos un edificio en esa loma, sí. Hagamos más colegios de los que se necesitan, sí’. Y nos toca aprender a decir no, nos toca aprender a reconocer nuestras shortcomings (pequeñeces).

Y todo esto no se deberá también a este a esta suerte de vaciamiento ideológico, las ideas y las ideologías eran las que movilizaban las utopías.

Nos hemos radicalizado. Tenemos, por un lado, una derecha radical, que está haciendo básicamente lo mismo que la izquierda radical. En un mundo sin utopías los debates se vuelven sus contextos.  El debate sobre el aborto, por ejemplo, unos activistas se paran frente a una clínica y “matan una persona” que estaba tratando de entrar para abortar. No hay debate sobre el aborto. La derecha radical, está parada vociferando unas tesis absolutamente escandalosas: ‘La educación y la salud no son fines del Estado’. Por otro lado, tienes a la izquierda diciendo: ‘Tú tienes que llamarme por mis pronombres percibidos. Refiérase a mí como ella, en tercera persona’. La única esfera que existe es la de la individualidad, yo y mis derechos, pero al mismo tiempo le estamos diciendo a los otros cómo manejar sus derechos. Tú tienes el derecho a portar armas y no puedes abortar. Y aquí me juego mi prestigio. Va a llegar un momento en algunas partes de Estados Unidos, donde el porte de arma va a ser obligatorio. No solo es que sea un derecho, va ser obligatorio.

Todo esto tiene que ver con la tecnología, con la irrupción de las redes, de la cultura del video, ¿o esto ha sido complementario?

No, naturalmente. La tecnología ha llegado a nuestra vida de una manera en la que no nos hemos hecho muchas preguntas con respecto a ella. Comencemos hablando de la tecnología de las redes y ahorita me gustaría hablar del tema del ChatGPT y de la inteligencia artificial (IA). La tecnología de las redes realmente también es otro de los elementos que ha fomentado la ansiedad y esto fue un descubrimiento que hizo el mercadeo de manera relativamente reciente. Tú puedes pedir un almuerzo sin tener que hablar con nadie y en las grandes ciudades del mundo, tú puedes pasar días y días sin entablar comunicación con otro ser humano.

En nuestros países en desarrollo por lo menos hay pelea callejera: ‘Hey, no me pises cuidado’. En París, puedes pasar días y días. Esto no es un accidente, las redes y los instrumentos digitales, las aplicaciones digitales han trabajado para eliminar lo que llaman puntos de fricción, tener que hablar con otro ser humano. La voz de los demás es mi punto de fricción. Naturalmente, en este sentido, también han fomentado la ansiedad. Es increíble, en WhatsApp la gente prefiere escribir todo el día que escuchar la voz del otro. Hablar causa ansiedad. ‘Me siento raro cuando hablo y cuando hablo se ríen de mí, me siento torpe y demás’. Es crítico.

Lo cuenta también en su libro, cuando no te contestan inmediatamente los mensajes entras también en ansiedad.

En las relaciones amorosas, yo le pongo un mensaje a mi novia, y hay muchos juegos, el juego del intenso y del tóxico. Esta tecnología ha permitido que nuestros miedos, angustias y demás invadan un poco la vida pública. Se temía que la esfera de lo público eclipsara la vida individual. Lo que pasó fue lo contrario, la esfera de los derechos individuales eclipsó cualquier forma de poder público. El Gran Hermano de George Orwell éramos nosotros. Ahorita te decía también de ChatGPT. Las preguntas para mí se ramifican y son muchísimas con respecto a la IA. Yo estoy muy parado, como te decía, en la tradición filosófica. La inteligencia que incluya lo que Gandhi llamaba la solvencia moral. Tú no puedes ser inteligente para crear armas de destrucción masiva porque la inteligencia implica una esfera de acción, de desempeño moral. Hoy en día los grandes riesgos de la IA es que ciertas potencias las usen para crear armas de destrucción masiva, con lo cual uno se pregunta, ¿es inteligencia de verdad o es una tecnología? El ChatGPT es una tecnología o es inteligencia. Yo sé que la pregunta suena estúpida, pero si tú tienes IA, ¿eres por ello más inteligente? o ¿tienes una tecnología tonta que te dice qué hacer? Estas son preguntas que no nos hemos hecho con respecto a estas tecnologías y hay mil otras que son de pertenencia filosófica. Una de las cosas que esta tecnología puede hacer y lo hace y uno de los grandes riesgos que representa. es que puede simular personas en la red: ‘Hola Juan Carlos, soy una señora que no tiene manos y me ayudas a teclear por favor’. La capacidad de distinguir entre lo que es simulado y lo que no, será uno de los grandes retos del futuro con la tecnología. Y ese reto depende de conceptos, qué es simular, qué es ser persona, qué es engañar, En últimas necesitamos el pensamiento que yo trato en mi libro de plasmarlo, de poder responder estas preguntas.

Usted habla de las identidades también y dice que las personas no quieren ser las identidades con las vinieron al mundo, ¿eso incluye la identidad sexual?

Claro, por supuesto. Es increíble que estemos diciendo que nuestra identidad de género es una escogencia, como si no estuviera determinada en gran medida no solamente por factores biológicos, por mi historia personal y demás. Esto se ha vuelto dramático en el mundo. Hay gente que dice que su identidad anterior es que son animales, hay un movimiento enorme en el mundo de cachorros humanos y están saliendo del clóset como cachorros, hay unos que salen como ardillas, etcétera. Uno de los elementos que conforman nuestra ansiedad es esa excesiva movilidad, volvemos a la idea de que somos narraciones.

Pero lo van a cuestionar por eso, hay sectores, por ejemplo, sectores transgénero que defienden eso.

Sí, la cultura woke. Pero yo creo que la labor de un filósofo es cuestionar las ideas dominantes de su tiempo. Ni de derecha ni de izquierda. La misma crítica podríamos hacer a la derecha radical. En realidad, si tú lo piensas un poco, lo que no tenemos hoy es centro.

En efecto no hay centro, todo es extremo.

Yo no soy ni de derecha ni de izquierda. Yo lo que veo es que hay formas de pensar cuyas implicaciones me parecen peligrosas y el wokismo es una de las más peligrosas. En nombre de “yo me puedo definir como yo quiera” se han cometido atrocidades y violaciones flagrantes con derechos de otros. ‘Yo me defino como mujer, entro a los cien metros planos de mujeres y empiezo a batir todas las marcas’. Por favor, lo que estoy violando es el derecho fundamental de un grupo que sí la ha luchado ahí, en las condiciones que tiene. Yo sé que hay una instancia que es crítica con esto, tienes que aceptar la ideología dominante.

Pero mucho se hace en nombre de las libertades.

Esas libertades son importantes. Hoy en día vivimos más dentro de los derechos que de los hechos. Pero no un derecho en el sentido jurídico. Yo tengo derecho a definirme como yo quiera. Claro, jurídicamente sí, en las constituciones no sé si en la Constitución del Perú, pero por lo menos en la de Colombia y en las de muchos países, al derecho a la libre determinación de la personalidad no se le puso una limitación porque nunca nos imaginamos lo que pasaría. El ejercicio de los derechos implica un concepto de lo que es adecuado. Yo tengo derecho a estar aquí con un caballo porque es mi mascota de compañía, sí. ¿Pero esto es pertinente y adecuado?

Hay un abuso.

Ciertamente, lo que se nos olvidó es qué es pertinente en el ejercicio de mis derechos.

Editor regional del diario La República, edición sur. Licenciado en Periodismo de la Universidad Católica de Santa María de Arequipa. Trabaja para La República desde el 2003. Ha publicado libros sobre perfiles políticos regionales y literatura.