Una mirada a la realidad peruana actual: sobre “Ángel de la guarda” de Miguel Vallejo Sameshima
Se nos ha entregado una catástrofe que literariamente no se está aprovechando. Vallejo Sameshima se atrevió y los resultados los tenemos que reconocer.

El último libro de Miguel Vallejo Sameshima, la novela Ángel de la guarda (Acuedi Ediciones), tiene los componentes que esperamos de un buen policial: una fluida y fina interacción entre sus personajes.
El autor nos presenta una situación peculiar: una suerte de vengador anónimo desata una serie de asesinatos que conmocionan al público, sorprenden a la policía y causan una inquietud permanente en el empresario y corrupto Vargas, quien se propone averiguar quien es este sujeto que aniquila a sicarios, extorsionadores, policías desviados, políticos chuecos, proxenetas y otras maravillas del lado oscuro. Al vengador o ángel de la guarda no lo pueden atrapar, porque siempre huye en una bicicleta.
Ángel de la guarda, por lo dicho hasta aquí, es un policial, pero uno al revés: quien investiga es un corrupto; y, precisemos, es un policial en la línea de la tradición del Pulp, variante tan maltratada pese a contar con una serie de autores imprescindibles, porque por ahí han pasado plumas como las de Joseph Conrad, William S. Burroughs, Isaac Asimov y Charles Bukowski.
Le hace bien a la narrativa peruana de hoy que circule una novela que refleje la atroz situación que estamos viviendo, pero el autor no lo hace desde la mera descripción, sino desde la exageración y la parodia (no es lo mismo a la payasada anecdotaria), y en estas coordenadas consigue ser verosímil, detalle que no es fácil, un paso en falso y se quiebra el hechizo con el lector de turno.
A esta cualidad, destaquemos el oído que se sustenta en diálogos que no se delatan por el discurso forzado. Con verosimilitud y oído, Vallejo Sameshima construye una historia entretenida que tiene su cuota de profundidad: ¿por qué Vargas es como es? (Definitivamente, nuestro autor ha hecho uso de sus conocimientos de dramaturgia, especialidad en la que tiene varios libros). Aunque esta exploración tenga su punto débil (hay que cortar la impresión discursiva que está de sobra, en especial en los tramos sobre el pasado del empresario, varios de los cuales están muy azucarados), no resiente la epifanía que suscita la novela: la realidad social peruana es un terreno a canibalizar.
Se nos ha entregado una catástrofe que literariamente no se está aprovechando. Por eso hay más peruanidad en Pitucas sin lucas que en la narrativa que se está publicando últimamente. (¿En qué piensan nuestros aún jóvenes escritores?: ¿en el HAY?, ¿en el agente?, ¿en Penguin?, ¿acaso en Planeta?, ¿en la contra de un autor famoso?, ¿en el gótico latinoamericano, cuando esa vaina siempre ha existido, pero con otros nombres de acuerdo a los antojos de la temporada editorial?).
Vallejo Sameshima se atrevió con Ángel de la guarda y los resultados los tenemos que reconocer. Lean esta novela.