Cultural

Don Tuno, el señor de los cuerpos astrales

Sobre el encuentro que tuvo el autor de la nota con Eduardo Calderón Palomino, el Tuno, leyenda del norte peruano.

Eduardo González Viaña y el Tuno en Trujillo. El escritor grabó lo que hablaron durante seis meses.
Eduardo González Viaña y el Tuno en Trujillo. El escritor grabó lo que hablaron durante seis meses.

Por: Eduardo González Viaña

Encontré a mi compadre don Tuno, fabricando un hombre.

-Te está saliendo mal -le critiqué.

-Tú lo que quieres es mujer -respondió, y volvió a su tarea.

Además de ser el más conocido chamán del norte del Perú, Eduardo Carderón Palomino, conocido también como el Tuno, era también ceramista, y eso es lo que yo lo había encontrado haciendo un día de hace 40 años en el balneario Las Delicias (Trujillo), donde residía.

El Tuno no era un mago de feria ni sacaba conejos del sombrero. Un chamán en nuestras tierras es un hombre que ejercita los antiguos saberes de medicina y de psicoterapia que heredamos de nuestros ancestros. Y eso era él: una suerte de líder comunitario y un hombre capaz de rescatar de la enfermedad a gente que no puede siquiera pagarse un médico ni una receta.
En esa época, vivía yo en París y estudiaba en la Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales. Fascinado por las clases de Nathan Wachtel, quería encontrar, en el Perú que estaba yo visitando, un hechicero o un sentencioso sacerdote mochica. Encontré a un norteño gordo, buen cocinero y feliz. Puse una grabadora frente a él, y no paramos de hablar durante seis meses.

Me han preguntado si el Tuno era de verdad o si era un invento, y yo respondo que tenía realidad y de ficción en las porciones que tenemos todos. Había heredado y estudiaba permanentemente los conocimientos sobre antiguas medicinas. Además, en las sesiones nocturnas llamadas “mesas” ejercía una suerte de psicoterapia que hacía entrar a los pacientes en trance y liberarse de sus cargas, lo cual es la primera forma de curarse. El Tuno era una fuerza de la tierra, como lo que somos cada uno de nosotros cuando queremos serlo.

Desde las cinco de la mañana, don Tuno se encontraba dedicado a la fabricación de cerámicas y tallas de madera. A las siete comenzaba a ser un sanador. En ese momento, venidos desde Trujillo y desde todos los pueblos por donde corre el río Moche, arribaban a su casa sujetos que confesaban padecer todo tipo de dolencias y pesares.

El maestro los recibía uno por uno de manera reservada y les iba recetando las pociones de yerbas que consideraba necesarias para su curación. Algunos cargaban en una bolsa de tela un pequeño roedor muy escurridizo, el cuy, cuyo uso es indispensable para los diagnósticos más especializados.

No era necesario que los pacientes pagaran por la consulta. La pobreza de muchos de ellos lo impedía. De todas formas, para contribuir con la economía de este modesto médico de pobres, llevaban papas, pescados, huevos, frijoles, unos cuantos soles. La subsistencia del Tuno y su familia dependía de la venta de sus cerámicas a los turistas y la atención en un pequeño restaurante llamado El Cayachipe. Doña Magdalena, su mujer, hacía maravillas con lo que los pacientes aportaban. Había que hacer brujería para subsistir con tan poco dinero.

Por mi parte, me conformé con el oficio de divulgador y pregonero, y tan solo llegué a ser ayudante y alzador en las mesas. De todas formas, entrevistar a Eduardo Calderón Palomino y ser compadre suyo cambió definitivamente mi vida al modificar la manera en que yo conceptuaba al mundo y caminaba por él.

Seis meses después de trabajar juntos de 5 de la mañana hasta las 11, el libro estuvo listo, y al año siguiente lo publicó la editorial Argos Vergara de Barcelona como Habla, Sampedro: llama a los brujos. Una década después, saldría de prensa, corregida y aumentada, en el Perú como Don Tuno, el señor de los cuerpos astrales.

En enero de 1996, muy cerca de la bajada de Reyes Magos, el Tuno apareció en mis sueños en mi casa de Oregon, para hacerme saber su muerte ocurrida en el Perú hacía unos días.

Debe de ser por eso que, hoy en Lima, también en la semana de los Reyes, estoy recordando al Tuno, chamán, ceramista, pecador, cocinero y maestro de escuela, y advierto que es muy difícil describir la gracia, la coherencia y los prodigios de su impar sabiduría.

...

*Escritor. Autor de El poder de la ilusión (UCV), sus memorias.

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