Verónica Ramírez: “Escribir una novela es un ejercicio de la libertad”
La escritora y periodista peruana, que reside en Madrid, ha publicado la novela Casi todo desaparece, una historia de desarraigo, migración y de la necesidad de reintegrase.
Tiene más de veinte años en el duro trote de hacer periodismo, en el oficio de cotejar la realidad con las palabras. Pero a este oficio, como ella ha dicho, llegó precisamente por los senderos de la literatura, porque siempre le gustaba contar historias. Y Verónica Ramírez Muro (Lima, 1974) lo ha hecho a través de crónicas, perfiles y retratos que ha publicado en El País y otros medios. Pero también en libros, tales como Barcelona, insólita y secreta, Madrid, insólita y secreta y Coca express.
Pero Verónica Ramírez tenía una deuda literaria consigo misma y acaba de aportar su primera cuota con la publicación de su primera novela, Casi todo desaparece (Alfaguara). En ella narra la historia de Vera, una mujer que, junto con sus padres, había huido de Europa durante la Segunda Guerra Mundial hacia el Perú. Ella, ya adulta, intenta regresar a su infancia, a la tierra perdida, a través de un viaje físico y emocional para integrarse, sentirse completa.
—¿Qué le llevó a cambiar el registro del periodismo por uno en clave de ficción?
—En periodismo se tiene que ceñir a los hechos. Uno no puede inventar un gesto, una mirada, una acción. Sin embargo, en la ficción hay la libertad para llevar a cabo el universo como tú quieres que sea. Yo tenía una historia que daba vuelta en mi cabeza, por la que sentía mucha curiosidad, que era el viaje de mi abuela paterna, a quien no conocí, pero llegó de España en los años 30 y dejó más preguntas que verdades. Entonces, yo quise como inventarle un pasado, pero no me salía la historia. Y luego conversé con una señora para un proyecto escritural, que, por motivos laborales, no salió, pero me contó su vida. Era una mujer que había salido de Croacia durante la Segunda Guerra Mundial. Esas dos historias, de esta señora y la de mi abuela, tenían grandes interrogantes, que tenían que ver con el pasado, que es un territorio que se presta mucho a la fantasía, a la idealización.
—Tuvo dos historias con las cuales tenía que hacer una…
—Sí, la curiosidad por mi abuela y luego la historia que me contó esa señora. A partir de allí tomé la decisión de escribir una novela y este el registro que por fin se me ha presentado la oportunidad de llevarlo a cabo. Escribir una novela es un ejercicio de la libertad. Y de la soledad, también. Evidentemente, la he escrito con algunas herramientas periodísticas, pero sí, la literatura es el campo de libertada absoluta en la que puedes crear y ensamblar personajes como tú crees que deben ser y no como son en la realidad.
—En la historia de Vera se interpolan el pasado y el presente, pero en toda esta el pasado es una herida viva.
—Correcto, y por eso la novela está narrada en dos tiempos. Uno, es la infancia de Vera, y otro es el presente de Vera. Y ella vuelve permanentemente al pasado porque ocurre un suceso que le hace tomar las riendas de su vida, y tomar las riendas de su vida supone también curar heridas para seguir adelante. Y esas heridas se encontraban en ese lugar que dejó muchísimo tiempo atrás y siempre quiere volver física o emocionalmente para enfrentar esos grandes temores, esas grandes pérdidas que dejó atrás y que, claramente, no le han permitido vivir plenamente.
—El desarraigo, la diáspora por la guerra y la migración son situaciones que ventila la novela. Sobre su padre dice: “Parecía hasta feliz llevar la vida empacada en una maleta”. ¿Vera simboliza el desarraigo?
—La pregunta es cómo decidimos el lugar al que pertenecemos. Es porque nacemos, nos integramos, porque es el lugar donde están nuestros afectos. Y Vera es arrancada de un lugar y es trasladada a otro mundo no por decisión propia. Es expulsada en una guerra como en otras circunstancias una persona puede ser expulsada por una catástrofe natural o por una situación política. O sea, ella está condenada a ser otra persona, es como mirarse desde otra orilla y preguntarse qué hubiera sido yo si no me hubiera ido. Entonces, construirse a partir del desarraigo es un tema que me interesaba abordar a través de la mirada de Vera.
—Por el tránsito hacia ciudades, incluso de continentes, Vera pareciera ser un personaje del no lugar. No está instalada.
—Sí, no se llega a instalar del todo en el presente porque su alma ha sido secuestrada por el pasado. Es como si estuviera escindida, por eso también la novela se narra en dos tiempos, que es como un símbolo de la división que hay en ella, es como si su cuerpo estuviera en un lugar, pero su alma en otro.
—Leí en un retrato que ha hecho sobre María Rostworowski y allí señala que usted siente que Rostworowski parece que no pertenece a ningún lugar a pesar de que ha nacido en Lima…
—Es verdad, María Rostworowski también nace en Lima, pero se tiene que ir de muy pequeña y se queda también con esa idea del Perú un poco idealizado y hace ese viaje de retorno para poder hacerse un campo en la investigación, en el desarrollo de las ideas en torno al Perú. Entonces, sí tenía una nostalgia probablemente por la idealización de la infancia, por ese territorio en el que pasan tantas cosas y nos marcan definitivamente y que no sabemos exactamente cómo fueron los sucesos porque la memoria no nos alcanza, no llega tan lejos; sin embargo, queda la huella de lo vivido, emocionalmente.
—En ese retrato, a Rostworowski usted la cita: “Está bien que uno retorne a sus raíces porque al pasado no se puede regresar. Un país sin raíz no es un país”. ¿Vera también está en ese drama de encontrar sus raíces?
— Sí, ella está un poco en la búsqueda de sus raíces, pero, sobre todo, yo creo que está en la búsqueda de comprender los motivos por los que ella tuvo que salir e intentar reconstruir su vida para restaurarse emocionalmente. Creo que ese es el norte que guía al personaje.
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—Me preguntaba si con Vera ha intentado un personaje desde la perspectiva de género. Por ejemplo, ella disiente de lo que sostenía su madre, que las mujeres dependían, primero, del padre y luego del marido, y más que sangre corría miedo por sus venas. ¿Antipatriarcal?
—Mira, ella desafía a las convenciones de su tiempo y creo que era algo que se vivía en ese momento, como decir, por ejemplo, la generación de mi madre, que estaban un poco sometidas y no tuvieron la oportunidad de desarrollarse profesionalmente porque se tenían que hacer cargo de la casa. Desafiaba algunos convencionalismos, aunque termina cayendo un poco en ellos porque era lo que se estilaba en la sociedad de ese tiempo.
—La educación sentimental…
—Exacto, era la educación sentimental de ese momento. Pero yo creo que a ella le daba todo un poco igual, también. Yo creo que Vera estaba cargada como de dolor y cierta tristeza y tenía ambiciones profesionales, pero la sociedad de ese momento la aplacaba y no la dejaba evolucionar, pero sobre todo porque ella tenía una herida abierta y tampoco tenía la fuerza necesaria como para hacer saltar por los aires todos los convencionalismos que la rodeaban.