Ara Malikian, el viaje cultural de su violín
Sonidos. El talentoso músico libanés ofreció un gran concierto en el Gran Teatro Nacional de Lima. Aquí habla de su vida.
Por Carla Samon Ros
El violinista Ara Malikian se siente heredero de muchas raíces: la armenia, la árabe, la española y otras que también inspiran su música. Con ella predica que el arte “es ejemplo” para la sociedad y trata de demostrar la existencia de un “idioma en común” capaz de desvanecer fronteras en un mundo hostil a la migración.
En una entrevista con EFE en Lima, donde ofreció su primer concierto en Perú, Malikian se define como “un clásico con influencias de diferentes culturas” y, a la vez, como un experimentador que, en su constante desafío a la tradición, se deja llevar por una suerte de fuerza indomable.
“Lo que hago, no lo sé. No sé qué tipo de música hago, ni puedo controlarlo. A veces incluso empiezo a componer con un estilo y luego, sin querer, se me va en otro lado, en otro mundo, pero me gusta dejarme llevar, hacer cosas que no tienen regla, ni tradiciones, ni el purismo de cada estilo”, reconoce.
Su música tiene aires zíngaros y árabes, con guiños al jazz, al blues y a la cultura mediterránea de la que se empapó en España, donde vive hace veinte años.
Malikian nació hace 54 años en Beirut, en el seno de una familia de armenios exiliados. Dice no recordar a qué edad empezó a tocar el violín, pero repite su mantra ya conocido de que fue su padre quien lo obligó.
“Me puso un violín en la barbilla y allí se me quedó clavado””, relata, tras admitir que lo suyo con el instrumento no fue amor a primera vista, pese a sentirse ahora “eternamente agradecido” de aquella imposición.
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El célebre violinista aprendió a tocar durante la guerra civil libanesa. Pasó horas y horas refugiado en partituras de las bombas, hasta que una beca de estudios en Alemania lo rescató de la calamidad bélica.
Aquel fue el preludio de su periplo internacional como migrante y como intérprete, con el que asegura estar viviendo “su sueño de hacer música” y demostrar, a través del arte, que es posible usar un lenguaje universal para evitar esas guerras “insoportables” que siguen “haciendo mucho daño”, el mismo que él sintió en su propia piel.
“Si con la música podemos entendernos y puedo dialogar con alguien de Perú, o con alguien de Irlanda o de Japón, ¿por qué también no podemos dialogar y entendernos sin hacer música? Creo que es un ejemplo, el arte, de cómo debemos vivir en nuestra sociedad”, sostiene.
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Al artista le cuesta mantener fija su mirada o dejar de frotarse las manos que lleva ataviadas de anillos, pero se le escapa una sonrisa, con cierta ternura, al explicar que su último disco, Ara, lo engendró durante el confinamiento que pasó al lado de su hijo, Kairo.
“Me metí en el mundo de la imaginación de mi hijo, de su cabeza, su fantasía, su educación, su crecimiento. Y volví a una época que yo no tuve (...) No tuve infancia y fue bonito recuperar este tiempo perdido con él”, apostilla.
Entre sus idas y venidas en aeropuertos y aviones, no pasa un día sin estudiar violín.
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Pero el mayor disfrute lo vive encima de los escenarios, donde dice entrar “en un trance, en una meditación”, en medio de una “fiesta” que, reconoce, suele ser “exclusiva” a ciertos grupos sociales al pertenecer a un mundo “muy elitista, muy cerrado”.
“Es difícil para todo el mundo acercarse (a la música clásica), por eso es cada vez menor y sufre (...) si no hubiera un dinero público o mecenas no sobreviviera, mientras que el pop, el rock, el reguetón, es una música que puede sobrevivir porque es de masas”, sostiene, sacudido aún por la resaca emocional de su “maravilloso” y “memorable” concierto en Perú. Malikian tocó el lunes pasado en el Gran Teatro Nacional.
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