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Cultural

Luis García Montero: “Me interesa una poesía con sabiduría y emoción”

Poeta español y director del Instituto Cervantes, que estuvo en Lima para concretar que Arequipa será sede del IX Congreso de la Lengua, habla de su poesía, de la pugna generacional y el tiempo invasivo de la posverdad.

“Hay quienes creen que, para ser un buen poeta, tienen que escribir para dos especialistas en poesía, en un idioma que ni Dios entiende”.
“Hay quienes creen que, para ser un buen poeta, tienen que escribir para dos especialistas en poesía, en un idioma que ni Dios entiende”.

Por: Pedro Escribano

Luis García Montero (Granada en 1958) es director del Instituto Cervantes de España, pero sobre todo es poeta. De eso hablamos en su reciente visita a Lima, cuando vino a confirmar que Arequipa será la sede del IX Congreso de la Lengua, en 2022.

Como poeta ha publicado, entre otros libros, El jardín extranjero, Las flores del frío, Quedarse sin ciudad. Asegura que asume la escritura desde la admiración a sus maestros, poetas que han buscado exponer en las palabras sabiduría y emoción para expresar el universo de la vida cotidiana. Está contra los viejos cascarrabias, que creen que los jóvenes son tontos, pero también contra los jóvenes adánicos, que creen que están inventando el mundo, la poesía y se enredan en su pedantería.

Entre sus acciones poéticas ha rescatado la poesía de Cernuda, García Lorca, Alberti...

Sí. Yo creo que la literatura tiene mucho que ver con la admiración. A mí me parece que los que nos dedicamos a escribir, lo hacemos porque hemos admirado a escritores que nos han seducido. Yo escribo porque he admirado a autores como Cernuda, Alberti, García Lorca, Rosalía de Castro, César Vallejo, José Emilio Pacheco. Me he formado con ellos. La verdad es que yo, más que la originalidad del que quiere romper con todo para inventar un mundo nuevo, me he identificado con la personalidad del que siente la herencia de sus mayores e intenta apropiársela para ofrecer, a partir de allí, su propuesta personal al mundo.

La poesía de usted, poeta de la generación del 80, está más asociada con una escritura que busca sabiduría, emociones, antes que experimentalismo.

Las palabras que me plantea me han interesado mucho. Sabiduría, porque creo que la poesía es un ejercicio de conocimiento, de indagación en la propia condición humana. Los sentimientos forman parte también de la historia y se van transformando con la historia del mismo modo que hay transformaciones históricas que tienen que ver con la política, los inventos científicos. La manera de sentirse mujer de mi hija es distinta a la manera que tenía mi abuela de sentirse mujer. Y a eso nos dedicamos los poetas, por eso respeto mucho la palabra sabiduría, conocimiento. Es ese esfuerzo de conocer qué decimos cuando decimos soy yo o qué significa ser humano en una época determinada.

Le planteaba también el tema de la emoción…

El arte tiene que ver con las emociones, porque hemos vivido una sociedad que ha separado mucho las razones y los sentimientos. Yo creo que eso ha sido una de las grandes crisis de la sociedad moderna, la separación de la razón y sentimientos hasta el punto que muchas veces se ha caído en una razón desprendida de cualquier sentimiento ético y los avances científicos han servido para crear un campo de exterminio para matar a la gente, una bomba atómica para destruir un país. Los sentimientos a veces se han desprendido de las razones y han servido para crear un movimiento de identidad totalitaria, creyendo que lo tuyo es lo único que vale y que lo otro es una amenaza. Frente a esa separación, entre la razón y los sentimientos, el arte y la poesía son un terreno adecuado para unirlos, por eso me parece importante el valor de la emoción en la obra de arte.

¿Es el peso específico en la poesía?

Para mí, más que el experimentalismo verbal, los juegos formales, la pedantería, cuánto sé y qué lenguaje tan difícil utilizo, me interesa una poesía que sirva para indagar en la vida cotidiana, los sentimientos de las personas. Me he identificado siempre con una tradición poética que ha buscado la innovación, la rebeldía, pero en contacto con la vida cotidiana. En ese sentido, César Vallejo ha sido un gran maestro.

Uno lee su poesía y se tropieza con elementos, situaciones cotidianas...

Creo que esa ha sido la historia de la poesía. Cuando Jorge Manrique escribió un poema de amor y utilizaba la metáfora de que estaba tomando un castillo para decir que estaba seduciendo a una dama, no es que estaba inventando una cosa rara, sino que su trabajo diario era tomar castillos, porque era un guerrero medieval. Si yo de pronto, en mi poesía, en vez de viajar a caballo, viajo en autobús o en coche, es porque mi vida cotidiana tiene que ver más con el coche que con el caballo y el autobús.

Salvar a la poesía

En estos tiempos, que todo es mercancía, ¿se salva la poesía?

A mí me parece, en ese sentido, la poesía debe salvar dos amenazas. Por una parte, está la amenaza de perder su rigor, de degradar el idioma y confundir la poesía con un proceso publicitario de unos grandes almacenes. Una cosa es hacer una campaña de publicidad para el día de los enamorados y otra cosa es escribir un poema de amor. Huir del abaratamiento es necesario para que mantenga su rigor. Pero en el otro extremo hay quienes creen que para ser un buen poeta, tienen que escribir para dos especialistas en poesía, en un idioma que ni Dios entiende, hablando de cosas que no tengan que ver con la vida de la gente. Ese es el otro extremo que hace que el idioma se haga cerrado. El rigor poético se tiene que salvar de esos dos peligros.

Usted ha querido mantener un equilibrio entre uno y lo otro.

A mí me parece que eso es importante y así ha sido siempre la tradición. Es la tradición también del tiempo literario. Vivimos en una sociedad muy mercantil que suele convertirlo todo en mercancía de usar y tirar. Muchos de los aparatos que tenemos tienen fecha de caducidad, muchas de las emociones tienen fecha de caducidad y la idea del tiempo, en la sociedad de la velocidad en la que vivimos, tiene también fecha de caducidad. Eso es tan importante que, por ejemplo, en las discusiones políticas se ha puesto de moda hablar de la era de la posverdad, porque hay mucha gente que miente. Como tenemos tantos focos de noticias al día, miles de focos de noticias, que hoy en día un presidente en Estados Unidos dice una barbaridad y al día siguiente no se acuerda nadie porque ha habido mil noticias después. Eso te permite utilizar el idioma con mucha frivolidad y mentir sin después sentirte responsable de tus mentiras. Eso no se debe permitir. La posverdad es la mentira de siempre, pero multiplicada por el poder de las nuevas redes sociales y nuevas tecnologías, en esa idea de la velocidad del usar y tirar.

El tiempo de la literatura

¿Cómo situar allí la poesía?

El tiempo de la literatura es distinto, es el tiempo de la experiencia humana, el saberse heredero del pasado para después legársela a los jóvenes. Hay una metáfora hermosa que en su libro sobre la condición posmoderna Jean-François Lyotard utilizaba diciendo que las tribus se reunían entorno al fuego y, entonces, el anciano de la tribu tomaba la palabra y después de decir “yo nieto de tal, hijo de tal, voy a contar la historia de la tribu”. Y contaba la historia que consolidaba el saber de la comunidad. Y cuando se declaraba hijo o nieto de tal, no lo hacía porque esté orgulloso de su familia, sino era una manera de advertirle a los jóvenes que cuando él muriera, alguien debería dar el paso y decir, “yo nieto de tal, hijo de tal, voy a contar la historia” y seguir la experiencia de la comunidad. Para mí la literatura tiene que ver con eso, el diálogo generacional. Por eso para mí es tan importante el sentido de la admiración, recibir la herencia de los maestros y después intentar aportar tu propia personalidad con el fin de heredar a los jóvenes.

Lucha generacional

Viejos y jóvenes, ¿la pugna de siempre?

La literatura es el mejor remedio para evitar una sociedad donde no haya diálogo. Por todas las transformaciones tecnológicas que hay, los mayores tenemos la tentación de convertirnos en viejos cascarrabias, creyendo que los jóvenes son tontos. No son tontos, viven su realidad y tienen que dar su propia respuesta. Pero, por otra parte, están los jóvenes adánicos, que se creen que son Adán, que están inventando el mundo, y que no tienen nada que aprender de sus mayores. Los jóvenes tienen que responder a la realidad según su vida, su experiencia, pero no pueden creerse que están inventando la poesía, la educación, el periodismo. Hay un legado de los mayores. La literatura es la mejor manera de reivindicar el diálogo de generaciones, contra los viejos cascarrabias y los jóvenes adánicos.

Vargas Llosa propuso la candidatura de Arequipa

¿Cómo así Arequipa será la sede del IX Congreso de la Lengua en el 2022?

Sí, el noveno congreso de la Lengua se realizará en Arequipa. El Instituto Cervantes, la Real Academia de la Lengua y la Asociación de la Lengua Española, integrada por 23 países, aprobaron que se celebre en Arequipa a pedido de Mario Vargas Llosa, que ha sido un aliado de su ciudad natal. El año pasado, cuando se realizaba el Hay Festival de Arequipa, hizo la propuesta. Luego habló con el presidente peruano; en España, también con el Instituto Cervantes y la Real Academia. Fue el gran impulsor de la candidatura, que ha sido muy atinada. Ya hemos firmado el acuerdo con el canciller peruano.

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