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Sociedad

Personal de salud: No imaginamos que la pandemia iba a venir así

6 de marzo. Hace 2 años se anunció el primer caso del nuevo coronavirus en el Perú. Fue el inicio de tres olas que han traído 3,5 millones de contagios y 211 mil muertes. Cuatro profesionales de la salud narran cómo fueron estos 24 meses de lucha en el país.

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Personal médico cuenta sus experiencias en la lucha contra la pandemia durante los últimos 2 años. Foto: composición La República

Los 35 años de experiencia como tecnóloga médica de Isabel Fernández la habían preparado para la influenza H1N1, el chikunguña y hasta el ébola, pero no para la agresividad con la que llegaría el coronavirus que llevó al Perú a una situación crítica con un sistema sanitario abandonado durante décadas.

Ni ella ni sus compañeros pensaban que la COVID-19 provocaría millones de contagios y cientos de miles de muertes. Veían imágenes de hospitales desbordados en Europa y Asia, pero parecían lejanas a nuestra realidad, con solo 100 camas UCI y 3.000 hospitalarias, además de poco personal de salud.

“Nosotros conversábamos, pero no nos imaginamos que la pandemia iba a venir así”.

El caso cero

Para febrero del 2020, el virus ya estaba en nuestro país, pero no lo sabríamos hasta el 6 de marzo. Trece días antes, a las 6:00 a.m., Isabel Fernández recibió una llamada: era el coordinador de su área que quería saber si podía realizar un hisopado a un joven de 25 años con antecedentes de haber estado en Europa.

“No me dio miedo. Él me preguntó qué necesitaba. ‘Un cooler, un mandilón, guantes, mascarillas y botas para ingresar’, dije”.

Al llegar a la casa del paciente, cuenta Isabel, el equipo que la acompañaba se quedó en la puerta, mientras ella entró a la sala a tomar la prueba: 24 horas después ya sabía que era un caso positivo; sin embargo, para estar seguros se tenía que realizar otro test con otro método de confirmación.

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El desconocimiento

No pasó mucho tiempo para que en el Perú ocurriera lo que Isabel había visto por televisión: hospitales colapsados.

“Muchos pacientes llegaban agónicos y todo eso teníamos que verlo. Era traumático”, narra el médico emergenciólogo Freddy Ortiz, del Hospital de Emergencias Villa El Salvador.

El no conocer la verdadera naturaleza del virus generaba incertidumbre y temor. En un inicio se pensó que la ivermectina e hidroxicloroquina eran efectivas como tratamiento, pero tras algunos meses hubo evidencia de que no era así, recuerda.

“Tampoco se tenía claro el mecanismo de transmisión”, agrega. El miedo se respiraba en las salas de emergencias, ya saturadas, donde los pacientes tosían. En su natal Iquitos, una de las primeras zonas afectadas, comenzaron a fallecer sus colegas en abril, que es cuando él contrajo el virus. “No creía estar infectado. Me hice la prueba y salió positiva. Al tener la noticia lo primero que se me vino a la mente fue mi hijo”. Por fortuna, no tuvo necesidad de oxígeno.

Al regresar al hospital, la situación no varió mucho: la gente seguía muriendo. “Fue bastante chocante. Había mucha impotencia de no poder hacer más por un paciente que a pesar de ser intubado fallecía, ver la desesperación de la familia de perder a un ser querido, ver a padres jóvenes dejando hijos menores”.

En medio de las pérdidas, resalta, había experiencias que también les traían alegrías. Durante uno de sus turnos de más de 12 horas, pues no existía momento exacto de salida, Ortiz recibió a un paciente cuya saturación había bajado hasta un 60% y con un compromiso pulmonar superior al 80%. Necesitaba ser conectado a un ventilador, pero el hombre tenía a una niña de dos años y temía no despertar. “Tenía que ser en ese momento porque después iba a ser tarde”.

El médico realizó el procedimiento y tres semanas después, luego de mostrar mejoras, se decidió retirarle el tubo. La tarea, por pura casualidad, fue hecha por Freddy Ortiz.

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Esperanza entre el caos

Mientras el primer lote de vacunas contra la COVID-19 llegaba al Perú, la licenciada en Enfermería María Juárez se abrazaba con sus compañeras: habían sido testigos de muchas muertes, pero ahora lo eran de la llegada de 300 mil dosis de esperanza.

Para algunos ya era tarde, pues habían fallecido en el camino, como su cuñado, quien fue la persona que la motivó a convertirse en enfermera para salvar a las personas. Él no encontró una cama UCI y tuvo que ser atendido en su casa por la propia María. “Pensábamos que había vencido la batalla, pero pasó una semana y la caída fue peor”.

Precisamente, teniendo ello en mente es que su meta se aclaró: trabajar más fuerte para vacunar a más gente y rápido.

El proceso se inició con la inmunización del personal de salud, para luego continuar con los adultos mayores. Los vacunatorios abrían a las 7:00 a.m., pero las colas las hacían desde la madrugada, recuerda Juárez.

Su trabajo, así como del equipo a su cargo, en el Parque Zonal Huiracocha, en SJL, empezaba a las 3:00 a.m., cuando despertaban para alistarse, ser recogidas y preparar los implementos.

No obstante, a la par de que el proceso abarcaba a más grupos etarios, las cifras aumentaban. La segunda ola había sido confirmaba a mediados de enero y todo subió sin parar hasta abril, convirtiéndose en el mes más letal de toda la pandemia.

Ortiz indica que la ventaja era que se tenía mayor conocimiento sobre cómo actuar con los infectados; sin embargo, una nueva variante, lambda, causó más estragos. La demanda de oxígeno también fue mayor.

El médico dice que ello se debió a que para esa época ya se sabía que el oxígeno “era lo principal que se debía dar al paciente”.

Una ola de contagios

A diferencia de las dos primeras olas, la tercera llegó cuando se tenía a una gran parte de la población vacunada, anota Percy Mayta-Tristán, director de Investigación de la Universidad Científica del Sur.

Para el 4 de enero, cuando el Minsa confirmó el inicio de la nueva ola, más del 80% de la población mayor de 12 años tenía dos dosis. Sumado a ello, manifiesta, había “cierta inmunidad”.

La variante ómicron, que generó una explosiva alza de casos, es menos letal que las anteriores, explica Mayta-Tristán. Y junto a la vacuna se evitaron decesos.

Dos años, tres olas, 3,5 millones de casos y 211 mil muertes después, los expertos recomiendan no bajar la guardia, pues el virus aún circula.

Ortiz señala que lo que más ve en la tercera ola son casos leves o moderados, por lo que los pacientes son enviados a sus casas o la Villa Panamericana.

En tanto, Mayta-Tristán sostiene que es momento de aplicar “una mirada post tercera ola”; es decir, planear mejoras en el sistema sanitario para tener la capacidad de atender a la población de forma adecuada.

Opinión

“No tenemos información de que haya una nueva variante que nos preocupe, como las anteriores. Por lo tanto, debemos hacer vigilancia para ver cómo va la pandemia en otros lugares del mundo. Y ver cómo se mejora la atención covid y sus consecuencias”.

Percy Mayta-Tristán, médico e investigador

Las cifras

211 mil es el número de fallecidos por COVID-19 registrados hasta la fecha.

3,5 millones de casos de coronavirus se han detectado desde que se inició la pandemia.

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