La aparición de la pandemia puso en jaque a todo nuestro ser. Nuestros hábitos, nuestro modo de vincularnos, la dimensión vital de la presencia corporal. El quiebre en la continuidad del desempeño laboral y social, y el recrudecimiento de las crisis económicas y sociales preexistentes, afectan en forma directa nuestro estado anímico.
Vivimos tiempos alterados, detenidos, con una mente en ebullición que piensa, sueña, etc.
El destacado médico psiquiatra Carlos Bromley manifiesta que las personas que enferman de COVID-19 pueden presentar problemas en su salud mental.
“Se conoce que el delirio puede aparecer en las etapas iniciales y agudas de la enfermedad, y la ansiedad, depresión y estrés post traumático en el mediano y largo plazo. En todos los casos, la fatiga y el insomnio son síntomas centrales y perturbadores para el buen funcionamiento post-COVID-19”, expresa.
Carlos Bromley también indica que estos problemas dependen no solo de la alteración del sistema inmunológico sino también de la salud mental y los padecimientos mentales previos a la enfermedad, y están relacionados tanto con el tiempo de enfermedad, la hospitalización y la estancia en las unidades de cuidados intensivos.
También influyen las secuelas físicas con futuro incierto que presentan, como debilidad muscular, alteraciones de la función pulmonar, pérdida del olfato y el gusto, problemas de sueño, apetito y libido, algunos efectos neurológicos como temblores y marcha inestable, déficit cardiaco y problemas renales, entre los más importantes.
Bromley dice que investigaciones realizadas en Estados Unidos y otros países han revelado que una de cada cinco personas que sufrieron de COVID-19 obtuvieron un diagnóstico psiquiátrico en los primeros tres meses.
De similar forma, estudios realizados en Alemania estiman que una de cada ocho personas contagiadas con COVID-19 han tenido un diagnóstico psiquiátrico o neurológico dentro de los seis meses posteriores al resultado positivo.
Un estudio de autoría de Mario Gennaro Mazza, Rebecca De Lorenzo Caterina y Sara Poletti, publicado en Brain, Behavior, and Immunity titulado “Ansiedad y Depresión en COVID-19, sobrevivientes: papel de los predictores inflamatorios y clínicos”, encontró que el 55% de la muestra presentó una puntuación clínica para al menos un trastorno mental.
Un sobreviviente de COVID-19 —dice Bromley— viene de tener un gran temor a agravarse y morirse sin poder despedirse de sus familiares, así como de sufrir aislamiento y escaso contacto personal en los hospitales y en casa, por lo que junto con las molestias físicas termina teniendo perturbaciones mentales.
Frente a esto, lo central es brindarle soporte familiar permanente, no dejarlo solo, conversar y tener una buena comunicación, hacerlo partícipe de la dinámica familiar y compartir la vida día a día.
Por ello, el especialista recomienda estar alertas de la presencia de tristeza, trastornos del sueño, el apetito y la libido, nerviosismo, inquietud, desesperación, pesimismo, falta de energía y vitalidad, poco disfrute de las cosas que antes disfrutaba y aislamiento. Esto será fundamental para buscar ayuda especializada con un profesional de salud mental, a fin de realizar un diagnóstico e iniciar el tratamiento especializado lo más pronto posible y así evitar su empeoramiento.