Las economías de América Latina experimentaron un crecimiento económico significativo entre 2004 y 2013 debido al superciclo de altos precios de las materias primas por la industrialización de China. Durante este superciclo, el crecimiento del PBI de la región fue un promedio anual de 4,1%.
Cuando terminó el superciclo, el crecimiento disminuyó y, de 2014 a 2019, fue solo de 0,3% (sí, solo el 0,3%). En el mismo período, la pobreza extrema aumentó del 7,8% al 11,3% de la población y la pobreza del 27,8% al 30,5%. El coeficiente de Gini (mide la desigualdad de ingresos), que venía decreciendo en un promedio anual de 1,1% en el periodo 2002-2014, se desaceleró: pasó a solo 0,5% anual de 2014 a 2019 (Cepal, Panorama social 2020). En el superciclo, los ingresos tributarios —que financian los presupuestos— casi no aumentaron.
En el 2020, la pandemia provocó una importante recesión mundial debido al cierre de las economías. Así, el PBI de América Latina decreció en 6,8%, lo que superó varias veces al del 2009 (año de la “Gran Recesión”, que fue de “solo” -1,9%). En el 2020 en Chile, el PBI cayó 6,8%, en Colombia 7%, en Argentina 9,9%, en el Perú, 10,5%, en Ecuador 7,8%, en El Salvador 8,2%, en México 8%, y así.
Debido a la necesidad de programas y transferencias sociales por el COVID-19, el gasto público creció, generando altos déficits fiscales. La necesidad de financiamiento elevó la deuda interna y externa: de 2019 a 2020 la deuda del Gobierno aumentó en Chile de 28% a 36% del PBI; en Colombia del 52% al 64%; en el Perú del 26% al 34%; Argentina bate todos los récords: de 88% (al final del gobierno de Macri en el 2019) a 102,8% del PBI en el 2020.
Así, la región entró en crisis social (grandes protestas contra la desigualdad, sobre todo en Chile en 2019), creció la delincuencia (El Salvador es el ejemplo máximo, seguido de Venezuela), se profundizó la crisis política (Perú con cinco presidentes desde 2016), que se vio agravada por el narcotráfico y la corrupción, pública y privada (Brasil, Colombia, Ecuador, Perú, Argentina).
La pandemia puso de manifiesto la falta y/o insuficiencia de infraestructura educativa y sanitaria, carreteras e internet, así como una casi ausencia de políticas para la diversificación productiva. Por su parte, el cambio climático —con sequías, grandes ciclones y anticiclones, bajas temperaturas y desbordes de ríos— agravó la situación.
Ante esta situación (que comienza antes de la pandemia) surgieron alternativas radicales para satisfacer las necesidades de la población. Se eligen presidentes que se reclaman de la izquierda: México, Perú, Colombia, Chile, Bolivia. También vienen de la derecha, como Bolsonaro en Brasil, (en el 2022 regresó Lula), Bukele en El Salvador, Giammattei en Guatemala (ahora viene Arévalo, de centro).
El descontento trasciende los modelos económicos, con sus particularidades. Todos los países de la Alianza del Pacífico (claramente sobrevendida), creada en el 2011 para defender el libre mercado, se volcaron a la izquierda.
Para terminar, unas palabras sobre Argentina, hoy portaviones de la crisis. Hubo centroizquierda con el peronismo, luego de derecha con Macri, después de nuevo el peronismo y ahora su destino es incierto. La inflación galopante, que en el gobierno de Macri fue de 46% en promedio (con un pico de 54% en el 2019), se agravó con Fernández, junto a una fuerte devaluación del peso. Hace una semana Javier Milei, economista neoliberal, obtuvo la más alta votación prometiendo cerrar el Banco Central y dolarizar la economía, casi lo mismo que hizo Domingo Cavallo en los 90, “corralito” que fracasó: en diciembre del 2001, la represión a las manifestaciones dejó 39 muertos y la renuncia del presidente de De la Rúa.
Lo que se viene en adelante es también incierto. La polarización política crece en todo el mundo, no solo en América Latina. Las soluciones inmediatas apuntan a medidas radicales (y violentas y autoritarias como Bukele), no importando el color. Los paradigmas, de un lado y del otro, han entrado en crisis sistémica. Pero las desigualdades, la pobreza y la violación de los derechos humanos siguen allí, sobre todo en el Perú. Toca afrontarlas, preservando la democracia, hoy amenazada.