Por fin llegó el gran día esperado en el que Perú jugará la clasificación por segunda vez consecutiva a un mundial de fútbol, pero en el que hay mucho más en juego que solo eso, pues implica muchos sentimientos de la gente.
Se llega al nuevo repechaje, como hace cuatro años, tras un camino arduo en el que se perdieron puntos que no debieron desperdiciarse, como el empate en Lima con Uruguay en el Estadio Nacional, en el primer partido con asistencia en medio de la pandemia.
Pero luego vino la gran recuperación, obteniéndose puntos fuera del plan, como el triunfazo 1-0 ante Colombia en Barranquilla, con el gol cuando el partido agonizaba, y así se llegó a esta nueva definición con otra selección de Oceanía: Nueva Zelanda en 2018, Australia en 2022.
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Perú parece futbolísticamente más potente que Australia y, si no ocurre nada extraño, esta tarde debería ganar, pero cualquiera que conozca algo de fútbol sabe que los partidos hay que jugarlos y ganarlos en la cancha, donde absolutamente todo puede ocurrir.
Seguramente será un partido ajustado, con mucha tensión porque ambas selecciones saben todo lo que implica ir a un mundial, en ingresos económicos y el reconocimiento y la gloria de entrar a la historia deportiva del país.
Perú está acostumbrado a eso, pues ningún partido le es fácil, sino una final en la que se juega la vida. Sin muchos jugadores en las grandes ligas, su fortaleza radica en un entrenador como el profesor Ricardo Gareca que es un líder en todo el sentido de la palabra, con la capacidad de conformar y articular un equipo con los jugadores que dispone, dándoles identidad, espíritu de cuerpo y seguridad para conseguir grandes logros sustentados en la preparación, estudio del rival, y una estrategia que aplican con disciplina y confianza.
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Todo lo contrario al ‘prosor’ Pedro Castillo, quien derrocha impericia, mediocridad e incapacidad de prepararse, como lo ha vuelto a ratificar en la entrevista que ofreció ayer, o con un feriado absurdo y la esperanza de que el triunfo de hoy le alargue la vida a un gobierno que languidece.
Con fe e ilusión de que hoy el triunfo sea peruano, para un país al que le urgen alegrías derivadas de un esfuerzo bien construido, arriba Perú.