Los resultados de la mitad del año en los EE. UU. sorprenden, en primer lugar, por una sólida recuperación del empleo. Luego por el fuerte crecimiento del producto bruto, seguido de una fuerte expansión de la demanda, en especial de equipos y maquinarias. Estas nuevas condiciones se acompañan por una recuperación del ingreso de las familias y la reconstrucción de los flujos de ahorro de las firmas. Estos resultados se han logrado mediante la aplicación de políticas antipandemia que estimulan el gasto agregado a partir de iniciativas lanzadas desde decisiones gubernamentales.
Una decisión central ha sido la reducción a cero de la tasa de interés de referencia de la Reserva Federal. Esta ordena hacia abajo las tasas del mercado monetario, las corporativas y, en cascada, decrece el precio del crédito de las instituciones financieras hacia el gran público.
Agotados como estuvieron los umbrales de las tasas del mercado monetario, inclusive tasas negativas, las medidas se tornaron cuantitativas con aportes directos e intervenciones esterilizadas en los mercados de formación de recursos prestables. Llevadas a su límite, las políticas cuantitativas han cumplido su objetivo junto con medidas de transferencia de fondos a los pobres y empujando la demanda de consumo que, como se ha probado, es la herramienta de la reactivación.
Pero este instrumental expansivo se enfrenta a la limitada disponibilidad de los recursos fiscales. Hay un gran déficit que contribuye a la expansión del gasto en el supuesto de una posterior convergencia hacia mejores niveles de equilibrio. Esta conducta es compartida por los grandes bloques económicos mundiales.
Estos toman la deuda para financiar sus crecientes déficits provocados por el mayor gasto. Veamos el déficit de Estados Unidos. Este gasta más dinero del que genera a través de los impuestos y demás fuentes de ingresos. El presupuesto contabiliza esa relación negativa, menos entradas y más salidas, déficit.
Para ilustración, la oficina técnica del Congreso gringo calcula un egreso de US$ 5,8 billones y un ingreso de solo US$ 3,5 billones, un déficit anual de (5,8-3,5) US$ 2,3 billones, según CBO. Para financiar esta diferencia de 2,3 billones, entre gastos e ingresos, el tesoro federal se presta dinero. Para eso, emite papeles (bonos) de deuda pública. Lo hace mediante operaciones de mercado.
El valor comercial de esos papeles se calcula mediante las cuotas de amortización y una tasa de interés. Hay curvas de rendimientos de los bonos emitidos que sirven para referenciar el costo del dinero.
Los excedentarios compran esos papeles en ventanilla de acuerdo a la promesa de amortización con rendimiento en un determinado plazo (corto, mediano, largo) por los deficitarios.
Sin embargo, el Gobierno de USA solo puede emitir dentro del límite de endeudamiento fijado por su Congreso. Ese techo es el máximo en que el Gobierno se puede endeudar. Si se excede, entonces debe proveer recursos complementarios. O suspende el gasto o negocia una ampliación de la autorización congresal.
A la fecha, Biden ha recibido una herencia de más de US$ 28 billones en deuda sujeta al límite. Y debe pagar US$ 300 mil millones en intereses en el 2021 de una deuda pública del 108,19% del PIB. La suerte del coloso es que, para conseguir más dinero, lo fabrica. Emite. Por eso la inflación acecha. La última tasa del IPC fue del 5,4%. Más que el Perú. ¿Bajará poco a poco? El resto de monedas vive pendiente del dólar.
Por eso el tipo de cambio absorbe las fluctuaciones justo cuando nuestras exportaciones se benefician de un excedente generado por los metales. Por mercancías o portafolio financiero, el excedente de fondos debiera apreciar nuestra moneda ante la abundancia de la oferta.
Washington (United States), 11/08/2021.- US President Joe Biden laughs during a virtual meeting with state elected officials to discuss the bipartisan Infrastructure Investment and Jobs Act at the Eisenhower Executive Office Building in Washington, DC, USA, 11 August 2021. (Lanzamiento de disco, Estados Unidos) EFE/EPA/SARAH SILBIGER / POOL