¿Cuánto cambiará el mundo cuando pase el coronavirus? Plantearse estas preguntas resulta difícil en estos días, cuando el Perú parece haber entrado en el peor momento de la pandemia, con el número de infectados y fallecidos disparándose, expediciones de gentes desesperadas y dispuestas a caminar cientos de kilómetros para volver a sus casas, hospitales al borde del colapso y cárceles convertidas en sórdidos morideros. Peor todavía, cuando los problemas de infraestructura, la falta de transparencia y una mala metodología nos impide saber a ciencia cierta el verdadero impacto del Covid-19, aunque está claro que los casi 37 mil casos y 1.051 muertos confirmados hasta ahora representan una pequeña porción de la realidad.
Al comentar los rotundos vaticinios de los pensadores más célebres del momento —Zizek, Agamben, Preciado—, el ensayista colombiano Carlos Granés da en el clavo: «La peste muy rápidamente se convierte en una metáfora que estimula e infecta la imaginación, y por eso nadie se resigna a no extraer alguna lección moral de los males que nos trae, y por eso ahora tenemos hordas de reeducadores esperando que purguemos nuestros vicios y salgamos de la cuarentena convertidos en mejores personas».
Frente a esas proyecciones que anticipan el final del capitalismo, el declive de la globalización, una era regida por la solidaridad y la defensa del medio ambiente, conviene escuchar las reflexiones del gran pintor Antonio López: «Soy de los que creen que nada cambiará porque el hombre no sabe escuchar. No creo que salgamos mejores. Estaría bien que hubiera un enfoque más austero de la vida. No porque nos lo impongan sino porque nosotros sepamos llegar a esa certeza. Tenemos una forma de vida muy invasiva, muy alejada de la naturaleza. El único objetivo en el horizonte es el dinero a costa de lo que sea y eso no puede ser».
Soy de los que creen que las consecuencias de los tiempos que corremos serán bastante pedestres: valorar el teletrabajo, reubicar a la salud en el núcleo de las prioridades ciudadanas, aumentar la desconfianza en China y en el liderazgo de los Estados Unidos y, en el caso específico del Perú, terminar de asumir la importancia de la formalización. Aunque el coronavirus pueda acelerarlo un poco, el progreso seguirá siendo ese lento proceso de ensayo y error que termina derrotando al voluntarismo de los grandes planteamientos utópicos.