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La guerra en Líbano ensombrece Baalbek y sus ruinas romanas, desiertas de habitantes y turistas

Desde el estallido de la guerra entre Israel y Hezbolá, el hotel Palmyra, emblemático en Baalbek, permanece vacío, sin turistas desde hace semanas, según su empleado Rabih Salika.

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A pesar de los bombardeos aéreos, Salika sigue conservando el hotel, que nunca cerró en sus 150 años de historia. Sin embargo, la ciudad ha perdido el 95% de visitantes en lo que va del año. Foto: La República

Desde que estalló la guerra entre Israel y Hezbolá, ni un solo turista se alojó en el famoso hotel Palmyra, situado frente a las ruinas romanas de Baalbek en el este de Líbano, pero Rabih Salika se niega a abandonar el establecimiento donde trabaja desde hace 24 años.

A pesar de la campaña aérea iniciada por Israel el 23 de septiembre en Líbano, Salika prosigue su rutina diaria, quitando el polvo en cada habitación y barriendo en el patio los cristales rotos de las ventanas destrozadas por los bombardeos.

"En 150 años, este hotel jamás cerró sus puertas", afirmó orgulloso este empleado de 45 años, explicando que pese al contexto actual "los propietarios quieren mantenerlo abierto".

Sin embargo, el establecimiento, en el que se han alojado el expresidente francés Charles de Gaulle o la cantante estadounidense Nina Simone, "está totalmente vacío, no hay ni un solo cliente. No hemos servido ni un café".

Toda la ciudad se ha visto afectada por la guerra. Más de la mitad de sus 250.000 habitantes marcharon, según las autoridades locales, y los que quedan se atrincheran en sus casas y solo salen para hacer la compra.

Baalbek, situado en el valle de Becá -un bastión del movimiento islamista Hezbolá en la frontera siria-, vive esencialmente del turismo, gracias sobre todo a su yacimiento, clasificado como patrimonio mundial de la Unesco, que alberga "algunos de los templos romanos más grandes jamás construidos y mejor conservados".

- "Todo cambió" -

Desde hace un año, a pesar de los intercambios de disparos en el sur entre Hezbolá e Israel, Baalbek se había mantenido relativamente a salvo. Pero los ataques se intensificaron en las últimas semanas.

"Hoy, todo cambió", se lamenta Racha al Rifai, de 45 años. "La mayoría de la gente que conozco se marchó".

El alcalde de Baalbek, Mustafa al Shall, señaló que los ataques iban dirigidos a "sectores comerciales y residenciales" e indicó que el mercado central abre apenas una hora al día.

Los residentes que permanecieron en la ciudad evitan quedarse en las calles "por miedo a un ataque que podría suceder en cualquier momento", explicó.

Con los limitados recursos de que dispone el municipio, en un país ya antes sumido en el colapso económico, los departamentos de Shall hacen lo que pueden.

"Proporcionamos ayudas" a las familias desplazadas en un centro de acogida y "despejamos las carreteras tras los bombardeos para reabrirlas", contó el funcionario.

Como en todo Líbano, Baalbek espera el fin de las hostilidades para volver a la normalidad.

El año pasado, casi 70.000 turistas y 100.000 libaneses visitaron Baalbek. Pero la ciudad solo ha atraído el 5% de esas cifras en lo que va de año, según el alcalde.

- "No hay nadie" -

A principios de octubre, un ataque cerca de las ruinas romanas causó conmoción en Líbano.

El gobernador de la región, Bashir Khodr, advirtió de las "repercusiones negativas" de estos bombardeos para el yacimiento, ya sea "el humo negro sobre la piedra o el estallido de la explosión" que debilita la estructura.

Con sus colosales construcciones levantadas a lo largo de más de dos siglos, "Baalbek sigue siendo uno de los vestigios más imponentes de la arquitectura imperial romana en su apogeo", como señala la Unesco en su página web.

Preguntada por AFP, la agencia declaró estar "siguiendo de cerca el impacto de la crisis actual" en el patrimonio libanés.

Para Husein al Jammal, la vida en Baalbek se transformó radicalmente.

"Las calles estaban llenas de vida, los restaurantes abiertos, los mercados abarrotados", afirmó. "Ahora no hay nadie".

Por seguridad, su mujer y sus dos hijos marcharon, pero este hombre de 37, que trabaja en el ámbito humanitario, se quedó porque no quiere renunciar a su compromiso con la comunidad".

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