Alguna vez me tocó conformar, por breve tiempo, uno de esos comités de asesoría en los que nuestro país es tan prolífico. Huelga decir que fue rigurosamente inservible, pero esa es otra historia y, además, todo el mundo la intuye. El caso es que se trataba de un enésimo grupo de apoyo contra la corrupción. Otro de los integrantes del comité era el abogado José Ugaz, actual Presidente de Transparencia Internacional, quien sí es un experto en el asunto del que tanto se habla en estos días. La primera recomendación que Ugaz le dio a la persona que nos había convocado fue esta: “Si queremos dar señales claras de lucha anticorrupción, tienen que rodar cabezas”. Cabezas de cabecillas, se entiende. Porque si solo se hubiese detenido a los que trasladaban el dinero a los diarios chicha, por ejemplo, y no a Montesinos y Fujimori, eso habría sido la continuación de los psicosociales. Durante ese breve y atípico periodo de nuestra historia reciente, la lucha anticorrupción impulsada por Valentín Paniagua fue hasta las últimas consecuencias. Caiga quien caiga. Repito adrede esas frases consabidas, que siempre han funcionado como encubridoras de lo se debería hacer y no se hace. Excepto en ese instante privilegiado que hoy tendría que ser fuente de inspiración. El caso más saltante, de los muchos que tenemos ahora, pues la corrupción en el Perú, como lo ha señalado el citado José Ugaz hace poco, “es histórica, sistémica y estructural”, es el del alcalde de Lima. Al lado de lo investigado por IDL-Reporteros, lo de Moreno, tal como lo ha resaltado Rosa María Palacios en este diario, es menu fretin (pescado menudo). El caso de Río Verde, negociado por una representante de Castañeda con la empresa brasileña OAS cuando Villarán todavía era alcaldesa, merece una enjundiosa investigación y, por supuesto, primeras planas. Más aún cuando existe la sospecha de que el dinero para ese proyecto trascendental ha sido utilizado para el inservible paso a desnivel de 28 de Julio (con mordida de por medio). Ver a Francisco Boza detenido en todos los periódicos –no lo conozco, no me alegra verlo así, ignoro si es inocente o culpable de lo que se le acusa– tiene un impacto considerable. Pero también lo tiene que el juez lo libere casi de inmediato. O que Belaúnde Lossio siga internado hace meses en una clínica a pocas cuadras de mi casa en Miraflores. Pues lo cierto es que la corrupción no solo roba dinero de todos e impide hacer obras fundamentales. Roba la esperanza y la confianza. Perpetúa la injusticia. Corroe la democracia. Por eso es valioso que hoy sea considerada por una mayoría de peruanos como uno de los problemas más graves de nuestra sociedad. La señal de impunidad y descaro que emite el alcalde cuando habla en Twitter del nacimiento de un canguro en el Parque de las Leyendas, mientras la duda “tormentosa crece”, es devastadora.