Tras una larga lucha y pese a una sólida oposición de personas antiderechos, el movimiento feminista en Argentina hizo historia: impulsó que el Senado aprobara, con 38 votos a favor, 29 en contra y una abstención, la ley de legalización del aborto. Así, dicho Estado pone freno a la muerte de mujeres en consultorios clandestinos.
La campaña por el acceso a un aborto seguro, legal y gratuito inició para reclamar el derecho legítimo por la soberanía de las mujeres sobre sus cuerpos y data de los años 60, cuando la segunda ola del feminismo empezó la lucha por el reconocimiento de la plena ciudadanía de esta población y de que sean ellas las que decidan sobre sus cuerpos y vidas.
Frente a los reclamos de las mujeres que empezaron a señalar cómo les afectaba la sociedad androcéntrica y patriarcal —la dominación masculina y las relaciones de poder a través de las cuales los hombres someten a las mujeres—, nació a fines de la década de los 70 “un vigoroso movimiento sociocultural y político neoconservador” como respuesta, según indicó la investigadora Elizabeth Maier en su ensayo La disputa por el cuerpo de la mujer, la/s sexualidad/es y la/s familia/s en Estados Unidos y México.
La expansión de esta contrapropuesta estuvo a cargo de las iglesias cristianas fundamentalistas en alianza con el sector católico más conservador. Esta oposición continúa vigente, sobre todo en países donde el aborto aún es penalizado (como en el caso de Perú), donde la razón del rechazo al aborto no es “salvar las dos vidas” —como lo formulan— para enmarcarse en “argumentos” morales relacionados al control del cuerpo y la sexualidad.
Aborto en Argentina
“El terreno de disputa es el cuerpo”, declaró a La República Fátima Valdivia, antropóloga y vocera de la Línea de Aborto Información Segura, primera iniciativa pública de difusión de información confiable y gratuita sobre aborto con medicamentos en Perú.
En la misma línea, Celeste MacDougall, especialista argentina en Educación Sexual Integral, afirmó en el minidocumental Que sea ley que el aborto se convirtió en un “nudo problemático” porque, justamente, representa el control del cuerpo y del placer.
“Los argumentos de quienes están en contra están centrados en castigar una decisión, un deseo, y hacer sentir culpa a las mujeres. Ambos no son más que el sinónimo total de patriarcado”, acotó la experta peruana.
Según la antropóloga, para ellos, las mujeres deben tener hijos para garantizar la formación de familias, lo que convierte sus cuerpos en un territorio de disputa: colocan la maternidad como una exigencia y no como una elección.
A esto se sumó la propuesta de la escritora, profesora y activista feminista Silvia Federici, quien sostuvo que el control del Estado sobre el cuerpo de las mujeres es una cuestión política estrechamente ligada a la perpetuación del sistema capitalista.
“El cuerpo de la mujer empieza a ser visto como una máquina para la producción de fuerza de trabajo. El útero es mirado, literalmente, como una fábrica de trabajadores”, declaró en el encuentro Ley del aborto: caza de brujas del siglo XXI.
Contrario a los argumentos de los antiderechos que alegan que el aborto es “una vía fácil”, Fátima Valdivia aseguró que “abortar es hacerte cargo de tu vida”, ya que es el momento en el que las mujeres ejercen el derecho sobre sus cuerpos y lo que desean para su proyecto a futuro. “Lamentablemente, en Perú es hacerse cargo en pésimas condiciones y en la clandestinidad”, resaltó.
El aborto legal, seguro y gratuito es un derecho que —junto a la Educación Sexual Integral— los Estados deben reconocer para garantizar que las mujeres dejen de morir en consultorios clandestinos por decidir sobre sus cuerpos. Sobre todo, mujeres de bajos recursos que, por su condición económica, terminan sometiéndose a procedimientos insalubres o autolesionándose porque no quieren ser madres.
“Está esa gente que dice: ‘Si te violaron está bien abortar’, ahí como que no les importa. Pero si gozaste, ahí vuelve la condena a la madre: parirás con dolor, serás madre y sufrirás. Como el castigo de: ‘Si la pasaste bien, báncate eso’. Ponen el embarazo como un castigo. Ese es el eje de los anti, es como condenar el goce del deseo”, afirmó la actriz y militante feminista Charo López en el minidocumental Aborto legal ya.
“El deseo no se puede controlar. ¿Quién puede normar el deseo? Hay cosas que no se pueden normar y creo que eso les aterra”, agregó la antropóloga Fátima Valdivia.
La diputada argentina Gabriela Cerruti también cuestionaba la mirada que tiene la sociedad con respecto a la relación entre el deseo y las mujeres en su intervención durante el debate de la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo (IVE) en la Cámara de Diputados del 12 de diciembre de 2020. “Cuando una mujer decide que un embarazo es no deseado es porque desea otras cosas y el verdadero conflicto está con esas otras cosas que desea”, dijo.
Un análisis de la revista Anfibia señala que la libertad sexual aparece en el debate de la legalización del aborto como “una falta moral a la que se tendría que responder éticamente”.
Esa moral que sostienen las posturas fundamentalistas está ligada a una idea de “exceso sexual” donde la interrupción voluntaria del embarazo aparece como acompañante de “una energía sexual que está fuera de su lugar”. Por ello, la oposición a la legalización sería “el llamado a la represión (de las mujeres y personas con capacidad de gestar) por ese ‘exceso’”.
Mientras tanto, la respuesta ‘ética’ para el sector antiderechos sería que las mujeres y cuerpos gestantes solventen económicamente este procedimiento o lleven a cabo un embarazo como sanción a ejercer libremente su sexualidad, colocando así la maternidad como un castigo.
En Perú no se han vuelto a modificar las leyes relacionadas a la despenalización del aborto hace ya casi 100 años. El último intento por colocar el derecho a decidir en la agenda política fue en el 2016 junto a la campaña Déjala decidir. Mientras se aplaza el reconocimiento de este derecho, los abortos no cesan: un estudio de la antropóloga Delicia Ferrando, del 2006, señaló que más de 1.000 mujeres al día deciden interrumpir su embarazo en la clandestinidad.
Debido al limitado acceso a Internet, a la poca difusión por parte del Estado sobre derechos sexuales y reproductivos, y a la criminalización e ilegalidad del aborto, las mujeres de bajos recursos que desean interrumpir sus embarazos optan por llamar a los carteles con el mensaje de “atraso menstrual”, que no son más que la fachada para ofrecer procedimientos insalubres.
Estas intervenciones quirúrgicas, al no ser aplicadas por profesionales de la salud que cuenten con los conocimientos necesarios y elementos de bioseguridad, pueden causar hemorragias e infecciones en las féminas que terminan por quitarles la vida.
¿Hasta cuando el Estado peruano será cómplice de que las mujeres mueran en abortos inseguros por decidir sobre sus cuerpos y proyectos de vida? Si no existe la posibilidad de decidir sobre el propio cuerpo, ¿se puede hablar siquiera de libertad?