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Cultural

Gonzalo Cano: “Mi novela es una ficción muy real”

Psicoterapeuta y escritor, ha publicado Sepulcros blanqueados, una novela en la que narra el infierno que existe dentro de una secta religiosa.

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Un día, como su personaje Felipe, Gonzalo Cano, cuando aún era muy joven, se escapó de la comunidad Sodalicio de Vida Cristiana. Haber vivido esa experiencia, con los años, incubó una novela que ahora ha publicado en edición ebook: Sepulcros blanqueados. Cano recrea una ficción sobre una secta en la que ocurren crímenes y abusos de pedofilia, y todo en nombre de Dios. Pero fue disuelta.

La novela entreteje tres historias que corren alternativamente. Robert, un joven que investiga el pasado de su padre que fue miembro de una sociedad religiosa. Pablo Fuentes, un sacerdote bueno cuyo mayor pecado es haberse enamorado de una mujer. Y Felipe, un joven, exmiembro de la secta.

Gonzalo Cano para el título de su libro entresaca una frase de un texto bíblico de Mateo: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas!, pues sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera parecen bonitos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia”. Nada más elocuente.

¿La novela le resultó catártica?

Sí, totalmente. Lo bueno de la creación literaria es que a uno le permite transferirles a los personajes ciertos sentimientos que no se puede actuar en la vida real, porque uno no es criminal. Los personajes pueden sentir rabia, deseos de venganza, efectuarla, cosas que uno no hace porque uno respeta las leyes.

¿La ficción fue un camino para desentrañar lo real?

Sí. En este caso, en la novela, mi intención era la realidad psicológica. Indudablemente tiene conexiones con el mundo real, pero en un futuro imposible. No va a suceder, por lo menos en un futuro próximo, que la Iglesia disuelva a estas órdenes o permita el matrimonio de los sacerdotes. En ese sentido, trato de alejarme de lo real, pero lo que sucede en la vivencia interna, de lo que finalmente somos los seres humanos, nuestra vida no es lo objetivo externo, sino lo subjetivo. En ese sentido, mi novela es una ficción muy real. Pero también hay mucha decepción. Y no siempre porque el mundo sea terrible, sino porque mucho fantaseamos lo que es el mundo.

El lector puede hallar también diatriba contra la Iglesia.

Contra la Iglesia, no, porque para mí el ideal cristiano me parece muy valioso. Pablo Fuentes es un cristiano de verdad. Lo que quiere es amar. Ha cometido sus errores, pero son errores esperables. Que se enamore de una mujer es lo más natural. El celibato es lo más antinatural del mundo, es antivida.

Pablo dice que la Iglesia debe perder sus prerrogativas para ser realmente santa...

Así es. Eso es algo que yo sí pienso. La Iglesia original era gente perseguida, pues era una secta, porque cuestionaban la manera de vivir del imperio romano. Esa Iglesia, según se narra, se dedicaba a cosas mucho más importantes que la política, que la gente fuera mejor. Hoy en día la Iglesia es un Estado, el Vaticano, y funciona como cualquier otro Estado. Ese es su principal problema.

Entre los epígrafes bíblicos, utiliza uno que pareciera sintetizar el caso del Sodalicio: “Y les dijo: Está escrito: Mi casa será llamada casa de oración, pero vosotros estáis haciendo en ella una cueva de bandidos”.

Cuando intentaba ser un cristiano practicante, estudié el Evangelio. Se narra que Jesucristo criticó a los fariseos, que sabían muy bien la ley, pero eran unos hipócritas. Para mí, hoy por hoy, los fariseos son justamente la Iglesia hipócrita, que se ha instalado en una serie de posesiones, de políticas, de mandamientos, que son para los demás, pero no para ellos. Claro, hay excepciones.

Publicar la novela es atreverte contra el Sodalicio...

Ha sido difícil. Me demoré diez años. Un proceso largo, con mucho miedo. Mira lo que está pasando con Pedro Salinas y Paola Ugaz por publicar Mitad monjes y mitad soldados. Claro, ellos tienen una investigación real sobre datos históricos verdaderos. Pero igual, uno teme una venganza.

Como el caso de Germán Ramírez, el policía que investigó a la comunidad en su novela.

Así es, le hacen perder todo. Le dan de baja. Le destruyen la vida.

Pero uno de sus personajes dice: “todo puede estar ocultado sin estar oculto”.

Es que, como se dice en la filosofía popular, la caca flota. Los muertitos siempre aparecen en la orilla.

En la novela, “la comunión de los santos” es la práctica pedófila... no tan oculta.

Yo no sé cuál haya sido la intimidad de esta secta real, pero, para crear la ficción, me pregunté cómo hago para explicar a estos violadores que no son violadores, parejas que no son parejas, sexualidad que no es sexualidad, y se me ocurrió generar esta mística de la “comunión de los santos”. No puedo afirmar en lo real si era así o no, pero no me sería difícil creer que alguien me diga que así fue. Es como que te digan que Alan García no está muerto. Mucha gente se atrevería a creer, pues se dedicó a engañarnos. Que me digan que existía esta perversión de la comunión de los santos, no sería raro tampoco. Tienen que haber tenido un discurso para pensar que esto no era lo que era. Como se sabe, el pedófilo tiene una sensación de amor, de que le hace un bien al otro. Hay toda una mística en la pedofilia.

Ha dicho que los tres personajes tienen algo suyo, ¿de quién está más cerca?

Del tercero, de Felipe, totalmente. No podía no narrarlo en primera persona, ese es el más cercano. Te podría decir que el siguiente es Pablo, buen cristiano. Y que se enamoró a pesar de la vocación. De hecho, yo dejo de intentar ser cura porque allí, en la comunidad, quería coger una mano, pero de mujer. Entonces, un buen día me fui.

¿Salió como Felipe o su salida fue formal?

Como Felipe, un buen día me largué. Me escapé. Después me amisté, pero ya con días afuera. Otros salían a los 35 años y se sentían marcianos. Yo no quería ser marciano.

¿Le persiguió la culpa? Es un sentimiento cristiano.

Viví mucho tiempo sintiéndome culpable, sentía vergüenza. Pero después, en mi descubrimiento personal, me di cuenta de que ese deseo de largarme no era una traición, sino era todo lo contrario con respecto a mí mismo. Era como que desde las entrañas me salía el rechazo a que me dijeran qué debo hacer.

La novela cierra con esta frase: “De esa casa, como de mi odio, solo queda cenizas”. ¿Ha sido una sanación?

Sí, y ha sido mayor aún después de la publicación. Pensé que iba a ser un proceso terriblemente ansioso, pero no. Me he sanado haciéndola. Mucha gente me ha llamado para decirme cosas. También artistas para realizar series. He descubierto una tranquilidad que no sabía que tenía.

Libre del pasado...

Como en la película Braveheart, el personaje Robert The Bruce, cuando su padre traiciona a Wallace y le reclama que lo hicieran a su espalda, le dice: “My hate dies with you” (mi odio se muere contigo). Yo me siento así ante ese pasado, libre, sin odio.

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