Desde tiempos inmemoriales, el beso ha sido una expresión cargada de significados, simbolismo y hasta reglas sociales, con variaciones en cada cultura y época. Este gesto, tan común, ha sido interpretado principalmente como una muestra de afecto o amor. Sin embargo, un reciente estudio realizado por el científico Adriano R. Lameira, de la Universidad de Warwick, presenta una hipótesis que cuestiona la idea romántica.
La investigación de Lameira, publicada en la revista Evolutionary Anthropology, propone que el beso humano proviene de necesidades evolutivas completamente distintas al afecto.
Se estima que, en algunas especies de primates, los besos son usados como una forma para aliviar tensiones. Foto: pxhere
Adriano R. Lameira ha dedicado años de estudio a los orígenes evolutivos de los comportamientos humanos, explorando cómo ciertos gestos, que hoy asociamos con el afecto, pudieron haber surgido en realidad de actividades mucho más funcionales. Su teoría denominada “hipótesis del beso final del acicalador” sostiene que el acto de besar deriva de una práctica ancestral observada en grandes simios: el acicalamiento mutuo.
Para los simios, el acicalamiento no solo sirve para mantener la higiene, sino también como una forma de fortalecer los vínculos dentro de la comunidad. Cuando uno de los primates termina de acicalar a otro, suele realizar un gesto final en el que presiona los labios y succiona levemente el pelaje del compañero, algo que, con el tiempo y la pérdida de vello corporal en humanos, habría evolucionado hasta convertirse en el beso.
A medida que los humanos fueron perdiendo la necesidad de acicalarse para eliminar parásitos debido a la reducción del pelaje corporal, ese último gesto de “limpieza” o succión habría persistido, transformándose en un símbolo de confianza y proximidad. El cambio, según Lameira, ocurrió en paralelo con otros cambios sociales y ambientales que llevaron a nuestros ancestros a pasar más tiempo en el suelo y a depender cada vez más de formas de comunicación táctil y oral.
Las diferentes civilizaciones han asignado múltiples significados al beso a lo largo de la historia, y muchas culturas antiguas incluso establecieron una “etiqueta” para su uso. En la antigua Roma, por ejemplo, existían tres tipos de besos: el osculum, un beso en la mejilla que expresaba afecto social o familiar; el basium, un beso en los labios sin connotación romántica que se reservaba para amigos cercanos y familiares; y el savium, un beso apasionado y con carga erótica que se compartía entre amantes. Las distinciones reflejan que el beso no siempre estuvo ligado a un significado romántico, sino a roles y contextos específicos.
Lameira sugiere que el beso pudo haber evolucionado de manera similar al acicalamiento en los primates, con un propósito social. En estos animales, el acicalamiento no solo es una forma de limpieza, sino también un medio para reforzar lazos. Al estar en contacto cercano, los primates liberan endorfinas que disminuyen el estrés, fomentan la confianza y crean vínculos duraderos, además de establecer jerarquías y alianzas en el grupo.