literatura. Escritor arequipeño publica Bitácora del último de los veleros, relatos de ficción que ajustan cuentas con el padre, la familia. Se obsesionan con el amor de Micaela y la bebida. Juan Carlos Valdivia dice: qué sería de él si no escribiese".,Juan Carlos Soto Arequipa A veces el escritor convierte la literatura en un ring dae box. Ahí reta a puño limpio a los demonios que lo enervan en la vida real. Lo hizo Mario Vargas Llosa que rechazaba a su padre desde niño y lo ridiculizó en varias novelas. O Franz Kafka que desde su timidez le escribió una carta severa a su progenitor revelándole sus verdaderos sentimientos. Orlando Mazeyra Guillén libra su batalla desde ese espacio. Su reciente libro, Bitácora del último de los veleros, vuelve ajustar cuentas con el padre, la familia y amigos. A su progenitor, Mazeyra lo describe como un militar retirado de la FAP, alcohólico que impone autoridad con prepotencia. ¿Es ficción o realidad?, le preguntamos a este escritor arequipeño asociado al malditismo, bebedor de las influencias de Bukowski, Henry Miller, Raymond Carver, la locura de Ernesto Sábato o el pesimismo de Juan Carlos Onetti. Responde que hay una mezcla de ambas cosas. “Quienes somos lectores de Vargas Llosa sabemos que él se alimenta de una historia real, la escarba, la afea y luego toma distancia”. Antes de "Bitácora…" Mazeyra publicó tres libros de narrativa, la mayoría tienen ese resentimiento a la autoridad paterna. De adolescente, cansado de empantanar los malos humores, encontró la solución leyendo El Pez en el agua, las memorias de Vargas Llosa, que le sirvieron de paradigma de cómo todas las adversidades de un escritor en la vida real se pueden convertir en un magnífico caldo para contarlas. La marca del padre Renato Cisneros leyó el anterior libro de Mazeyra, Mi padre y otras miserias y le preguntó: ¿Orlando, tu papá vive? Él respondió sí. Entonces Renato le dijo: “Yo no hubiese podido escribir eso teniéndolo vivo”. Cisneros es autor de La distancia que nos separa, una autoficción que plantea un perfil muy personal de Luis Cisneros Vizquerra, su padre ya fallecido y militar controvertido. ¿Y tu padre lee lo que escribes? le preguntamos. Orlando dice que no lo sabe, quizá no, para no incomodarse; sin embargo, con sus textos algunos periodistas actuaron morbosamente. Los leían para molestarlo. Suena muy bukowskiano, pero para Mazeyra, el escritor no tiene límites, así tenga que meterse con la propia sangre. “La única lealtad son con sus historias”, nos dice. El alcohol y Micaela En casa, no ven con entusiasmo sus afanes de ficcionar las intimidades hogareñas. Pensaron que alguien le financiaba el libro para hacerlos quedar mal. “William Faulkner decía que un escritor es capaz de robarle a su propia madre para seguir contando historias y Javier Cercas sobre Vargas Llosa también afirmaba que el Premio Nobel peruano era capaz de vender a su madre a una mafia de trata de mujeres por la literatura. Me parece importante que si escribo le incomode a mi entorno”, señala. Otro de los demonios que persiguen a Mazeyra en Bitácora del último de los veleros son las adicciones y un amor platónico llamado Micaela. Sobre el alcohol no tiene reparo en admitir su adicción. En la entrevista, nos muestra un moretón en el cráneo por una caída fruto de una borrachera. “Terminé en el hospital con un traumatismo encéfalo craneano y me quisieron retener para derivarme a psiquiatría por el alcoholismo. No quise, controlo mi adicción con terapia de grupo”. Juan Carlos Valdivia Cano ha dicho de Orlando: “Qué sería de él sino escribiera. … Quizá estaría muerto, en la cárcel o con algo de suerte en un repelente hospital psiquiátrico”. Mazeyra cita al escritor chileno José Donoso para justificarse como bebedor. Para él, el licor resulta como la gasolina que necesita para escribir, aunque muchos le han dicho que esas son tonterías. Micaela es un personaje real plasmado en forma enfermiza en el libro. Una enamorada que se alejó de él por su vicio. Además a esta muchacha le mortificaba su escritura "porque reñía contra Dios". Era cristiana, quiso convertirlo pero él no se dejó. Sigue defendiendo un agnosticismo en donde tampoco niega la existencia divina. En sus textos Mazeyra habla con tanto fervor de Micaela que varios lectores se enamoraron de ella y quieren conocerla. Eso es imposible, nos dice, esa musa inspiradora está casada y tiene hijos. Orlando es un salmón. A veces nada contracorriente. En el ingreso a su casa hay una plaquita que lo presenta como ingeniero de sistemas, carrera que terminó solo para complacer a su madre. Quiso ser periodista o cronista deportivo. Sin embargo, le advirtieron a tiempo que moriría de hambre. Es un hombre de antípodas. Así como se declara devoto de Vargas Llosa, considera al fallecido Oswaldo Reynoso, un maestro y amigo. Como cualquier mortal comparte una afición por el fútbol. Es melgariano a muerte. Esa probablemente sea la única buena experiencia que le hizo vivir su padre. Era aún un niño, cuando lo llevó por primera vez al viejo estadio Melgar, ahí sintió que los colores rojinegros se le tatuaron en la piel. Mazeyra cree que Bitácora... cierra un ciclo. Vendrá otro donde enfrentará otros demonios para sobrevivir. Lo leeremos. ❧