El pasado martes 13, en su mensaje a la nación, el presidente Kuczynski lamentó el maltrato al ministro Saavedra, aseguró que no retrocederá “ni un milímetro” en la reforma educativa, anunció que no haría de la permanencia del ministro una cuestión de confianza de todo el Consejo de Ministros, que esperaba una actitud responsable en el Congreso, y convocó a un diálogo nacional. Creo que, en términos generales, el Presidente hizo bien, y en realidad, no tenía margen para hacer nada muy diferente. Algunas voces abogaron muy apasionadamente por el pedido de confianza, con la idea de que esa demostración de fuerza apaciguaría los ánimos levantiscos del fujimorismo. Sorprende la ingenuidad de esa postura, que demuestra que ninguna decisión importante debe ser tomada con la cabeza caliente. Primero, la cuestión de confianza hubiera implicado un escalamiento mayúsculo de la confrontación, en donde el matón dejaba de ser solo el fujimorismo y empezaba a serlo también el Ejecutivo; más en un contexto en el que, según IPSOS, el 42% de los encuestados piensa que el ministro fue interpelado por irregularidades en la compra de computadoras (otras respuestas muestran porcentajes mucho menores), y el 52% que debería ser reemplazado (frente a un 32% que piensa que debería seguir en el cargo). Segundo, quienes creían que el pedido de confianza era una carta ganadora, se olvidan de que el Congreso no es manco: la mesa directiva podría haber argumentado que el pedido llegó tarde (después de la interpelación), o que no era un pedido procedente, porque los cuestionamientos caen sobre la compra irregular de computadoras y el retraso en la organización de los Juegos Panamericanos responsabilidad de un ministro, no sobre la política general del gobierno. En todo caso, esto iba a ser materia de una interpretación por parte de la Comisión de Constitución, y luego, eventualmente, del Tribunal Constitucional. Así, censurado Saavedra, Zavala no habría sabido qué hacer. Mientras tanto, la opinión pública preocupada por la seguridad ciudadana, los casos de corrupción, la desaceleración económica, y mil problemas más, vería a una elite política enfrascada en una pelea incomprensible de sofisticada exégesis constitucional. Me parece que habría perdido el fujimorismo, pero también, y mucho, el gobierno. Quienes hubieran ganado serían otros que se presentan hoy como velando por los intereses del Presidente. Esto no significa por supuesto que para el gobierno no haya nada que hacer y que no haya en efecto riesgos en la relación con el fujimorismo. Lo importante es mantenerse firme, particularmente en cuanto a la continuidad de la reforma educativa y en la implementación de las iniciativas de la Comisión Presidencial de Integridad. Y si el fujimorismo ha optado por un camino obstruccionista y desestabilizador, pues lo que corresponde es dejarlo en evidencia. Según IPSOS la aprobación del Presidente cayó de 51 a 48% entre noviembre y diciembre, pero la de Keiko Fujimori también, de 41 a 37%. Tal vez el Consejo de Ministros tenga necesidad, más adelante, de plantearle una moción de confianza al Congreso para asegurar la viabilidad del gobierno, pero ello debe ocurrir cuando la postura obstruccionista sea evidente para la ciudadanía; para ello la acción del gobierno es decisiva, no ocurrirá de por sí, como la experiencia de Saavedra demuestra. Solo entonces suscitará el respaldo masivo que la haría una herramienta útil. En suma, en la vida hay que saber qué batallas hay que dar, cuál es el momento para librarlas, y por supuesto, prepararse para ellas.