El gobierno del presidente Kuczynski cumple su primer mes, y algunos patrones parecen irse perfilando. Todo por supuesto es muy inicial y tentativo, pero conviene advertir problemas que pueden agravarse y registrar potencialidades que todavía no concitan la atención que merecerían. La gestión de Kuczynski podría seguir un camino inesperado, como suele ocurrir en nuestro país. En los últimos años, ni Toledo resultó tan “institucionalista” como se esperaba, ni García tan populista o Humala tan de izquierda como se temía. En el camino intentaron labrar, con variado éxito, una nueva identidad. El atractivo de Toledo no estaba destinado a ser el del solemne presidente republicano, sino el de presentarse como el accesible hombre común; García no repitió al exaltado populista de su primer gobierno, e intentó presentarse como poco más que un eficiente constructor de obras; Humala dejó el “polo rojo”, y terminó siendo involuntariamente algo así como el impulsor de la institucionalidad social del Estado. Por sus antecedentes, Kuczynski se anunciaba como un candidato claramente proempresarial; su eventual presidencia parecía encaminaba a “destrabar” inversiones, mejorar el clima de negocios. Se percibía con la experiencia, contactos, relaciones, necesarias para ello. Sin embargo, el enfrentamiento con el fujimorismo, con sus antecedentes autoritarios en lo político y su discurso populista en lo social, lo acercó a una orilla institucional y lo alejó un poco de su perfil empresarial. Y el tecnócrata con manejo y experiencia terminó apareciendo como el político con mejor buena estrella de los últimos tiempos, que llegó a la presidencia gracias a una sucesión de accidentes, antes que fruto de una cuidadosa planificación. Una vez electo, la constatación de la rigidez de las restricciones presupuestales que enfrenta, los efectos de un entorno internacional desfavorable, la extrema cautela del sector privado, parecen determinar que, cuando menos en los primeros años, el nuevo Presidente no podrá legitimarse por las buenas cifras macroeconómicas. E inesperadamente, en las primeras semanas de gobierno, los gestos más prometedores y que más entusiasmo despiertan provienen de ministros, o más precisamente ministras, convocadas en las semanas previas a la juramentación del 28 de julio: la lucha contra la violencia y la discriminación en contra de las mujeres, en el Ministerio de la Mujer; el derecho de estas al acceso público a la píldora del día siguiente en el Ministerio de Salud; el impulso a las procuradurías de Estado, la política de registro de personas desaparecidas en el Ministerio de Justicia, por ejemplo. Este podría terminar siendo un gobierno liberal, sí, pero no tanto por su connotación económica, sino por su impulso a la reivindicación de derechos ciudadanos básicos. Las ministras “respondonas” podrían ser una inesperada fuente de legitimidad y activos políticos fundamentales para el gobierno. También creo que de manera inesperada han aparecido fuentes potenciales de problemas y conflictos que conviene atender. El propio Presidente ha incurrido en inesperados gazapos que por el momento han sido tomados con paciencia, pero que rápidamente pueden crear irritación y ser fuente de cuestionamientos más serios. Y ministros clave para el éxito del gobierno, como el de Interior, de quien se esperaba mostrara sensibilidad política para manejar las expectativas ciudadanas y saber elegir qué batallas vale la pena librar, ha salido innecesariamente magullado con la investigación sobre la existencia de un presunto “escuadrón de la muerte” en la Policía.