Este debe haber sido el peor mes para Juan Luis Cipriani, desde que Juan Pablo II lo nombró Arzobispo de Lima en enero de 1999. Comenzó el último sábado de agosto, cuando en su programa semanal de radio lanzó unas declaraciones, en medio del debate sobre la violencia contra la mujer, que despertaron un rechazo unánime pocas veces visto: «Las estadísticas nos dicen que hay abortos de niñas, pero no es porque hayan abusado de las niñas, sino porque, muchas veces, la mujer se pone como en un escaparate, provocando». Diez días después, la revista Caretas publicó una investigación donde se ponían al descubierto nuevos plagios, como los que supusieron su despido del diario El Comercio. «Reflexiones de Juan Pablo II, Benedicto XVI y Pablo VI fueron expuestas como suyas en su época de columnista en El Comercio. Ocho artículos –además de los dos ya conocidos– fueron plagiados entre sus publicaciones, que van desde 1990 hasta el 2015». Cuando se conocieron las primeras publicaciones plagiadas (a Benedicto XVI), algunos defensores de Cipriani aseguraron que no había ninguna irregularidad, porque un Papa no tiene derechos de autor dentro de la Iglesia Católica, y, dentro de su labor apostólica, el Arzobispo de Lima tenía todo el derecho de apropiarse de sus dichos. Aquella vez omitieron decir que no se plagian las ideas (que son universales) sino las formas en que se expresan, que una cosa son los principios de la iglesia y otra muy distinta las leyes nacionales (a menos que el Perú sea una teocracia subordinada al Vaticano), y que entre los autores copiados estaba el intelectual Víctor Andrés Belaunde. Ahora tendrán que guardar un prudente silencio, porque el peor caso corresponde a una copia textual de un artículo íntegro del periodista español Ignacio Arcéchaga. Su último revés ocurrió esta semana, cuando el Secretario de Estado del Vaticano intervino a pedido del papa Francisco en el pleito que Cipriani inició hace años para hacerse con el control de la Pontificia Universidad Católica del Perú. Se comunicó a la Conferencia Episcopal Peruana que los obispos volvieran a participar de la Asamblea Universitaria, máximo órgano de gobierno de La Católica. Los designados pertenecen a un sector moderado de la iglesia, distante de las posiciones ultraconservadoras del Cardenal. Esta última medida papal –que ha dejado fuera de juego al Cardenal– ha llevado a muchos involucrados a especular sobre su futuro. Queda claro que su conducta errática no ha pasado desapercibida para el Vaticano, y que nuevas decisiones pueden producirse en el mediano plazo. ¿Esperará la jerarquía eclesiástica los dos años que le quedan a Cipriani para cumplir 75 años, y presentar su renuncia ante el Papa? Los más críticos dicen que no, y que su salida llegará en la forma de una promoción, o lo que es lo mismo, un destierro dorado.